Víctimas del presente, enemigos del futuro

ESPEJISMOS ·

La contraparte de las distopías es la proliferación de lo retro

Domingo, 7 de noviembre 2021, 09:22

Venga, va: para que no se diga, voy a valorar positivamente por una vez a las derechas españolas. Hay algo que hacen bien tirando a ... muy bien. 8/10. Recomendaría. Me refiero a su discurso. En concreto a su narrativa, a su lenguaje, a su tono. Tope gama. Me recuerdan a los clásicos, por ejemplo a Juan, San Juan. El Apocalipsis. España, esa dictadura comunista al borde de la quiebra y el rescate de Bruselas, invadida por menas, con su lengua natural agonizando bajo el ataque de los dialectos periféricos y el lenguaje inclusivo. Yo soy Netflix y les compro la serie, así os lo digo. Han dado con el gusto del gran público, que no es otro que el género de catástrofes, las socorridas distopías.

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Pero no temáis, que no me voy a largar otro artículo más sobre el temita de la falta de esperanza y de proyectos colectivos en nuestros postmodernos días. En parte porque ya os he dado bastante la matraca con todo ello por aquí y en parte porque el filósofo Francisco Martorell acaba de publicar un excelente ensayo, 'Contra la distopía. La cara B de un género de masas' (La Caja Books, 2021), que os recomiendo mucho y que recoge casi todo lo decible en este asunto: las implicaciones sociales y políticas de nuestra obsesión contemporánea por la catástrofe, la paradoja de ser capaces de imaginar todo tipo de formas de que acabe el mundo pero ninguna de que acabe el capitalismo.

Ni que decir tiene que tras mirar alrededor y verlo todo negro lo siguiente es mirar hacia atrás y verlo todo rosa: la contraparte de las distopías es la proliferación de lo retro. Y en efecto, el fetichismo del pasado es el combustible de una enorme máquina comercial que, envolviendo sus productos con una capa de nostalgia glasé, es capaz de vendernos a precio de perlas ñordos del tamaño de pianos. Y no lo digo solo por las series que más lo petan en todas las plataformas. En las mesas de 'bestsellers' de las grandes superficies, autores como Ana Iris Simón, Arturo Pérez-Reverte, Sergio del Molino o Elvira Roca Barea colocan miles de ejemplares de sus almibaradas elegías, celebrando un poco de oídas todo tipo de tiempos mejores de esta nuestra maltrecha nación, desde los años 90 al Siglo de Oro pasando por la previa del éxodo rural o cuando aquello del Imperio que por lo que sea tenía tan mala fama. Vivimos, creo yo, en la era de la prosa nostalgipotuda.

Las víctimas del presente sufren, es verdad, de paranoia, todas las alergias, hipertensión, astenia y colon irritable, pero a cambio tienen un relato muy sencillico con el que explicar (o ignorar) casi todo, y que no se diferencia en nada de aquel O tempora o mores! con el que Cicerón se lamentaba de la superficialidad, decadencia y estupidez de su época, esto es el siglo I a. C. Todo tiempo pasado fue mejor, estoy rodeado de gente malvada e incompetente que quiere cambiar cosas todo el rato y la humanidad se va al garete, piensan. Librepiensan, perdón.

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El problema, como saben los ejecutivos de Netflix, es que ninguna fórmula televisiva triunfa para siempre, y el empacho de comedias adolescentes ambientadas en los 90 nos va haciendo cada vez más inmunes a los cansinos encantos de lo retro. Lo mismo con las distopías. Empiezan a hacerse caricaturescos esos ademanes de cuñado de los alérgicos al presente, y si hay alguien experto en hacer brotar las sobreactuaciones más ridículas de estos fans de la EGB y los tomates con sabor a tomate, ese es Alberto Garzón. Si los nostalgipotudos son William Wallace y el presente es Inglaterra, el actual ministro de Consumo hace de Eduardo I en una versión muy rara de 'Braveheart' donde las caras se pintan de Nocilla en lugar de de azul.

Como cuando la tímida recomendación de hace algunos meses, por parte del Ministerio, de moderar el consumo de carne roja que lanzó a las derechas a una orgía carnívora en redes en nombre de la libertad, la reciente orden ministerial que limita la publicidad de bollería industrial –como ya hacen Reino Unido o Noruega– ha desatado la indignación por parte de la bancada conservadora, cuando no la diabetes tipo 2. Líderes derechistas como Isabel Díaz Ayuso, Daniel Lacalle o Ismael Sirio (jefe de Redes del PP) han publicado encendidas diatribas en defensa del consumo de Phoskitos y de la libertad en general, poniendo a prueba tanto la comprensión lectora del respetable como su risa floja. Gritar ¡comunismo o libertad! a cada cosa que pase es fácil y parece dar votos, pero tiene el riesgo de convertirte en un personaje cómico a la que te despistas un poco. Aunque yo qué sabré. Tal vez estén buscando una puerta giratoria en Panrico.

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