La rampa

Un yupi en la Caridad

Evocación de un Viernes de Dolores en Cartagena, cuando la Basílica no estaba en obras

Viernes, 31 de marzo 2023, 00:04

Subió los escalones con suave agilidad, entró decidido en el pórtico de la Basílica de la Caridad y se detuvo ante la entrada de la ... derecha. Permaneció quieto, recogido en sus pensamientos o en las oraciones que, a través del cristal ovalado, dirigía a la imagen del Crucificado. Al poco, giró la puerta y entró en el templo.

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Tenía porte de ejecutivo joven o de joven que aspiraba a ser ejecutivo, si bien su vestimenta difería de la de los ejecutivos de la última década del siglo pasado con su traje impecable, su elegante corbata lisa, relucientes zapatos de punta de ala e inseparable maletín a juego. El uso de tal atuendo, o parecido, se amplió hasta derivar en un 'prêt à porter' que envolvía a cualquier agente comercial intrépido, por lo que los ejecutivos, émulos de los yuppies americanos, adoptaron el estilo pijo, no tanto porque lo fueran –que también–, sino para que sus trajes de alpaca y sus camisas de marca guay los distinguieran del comercial currante.

El joven que entró aquel Viernes de Dolores en la Iglesia de la Caridad vestía ropaje moderno, con pantalón sin raya, atuendo de calidad y desigual combinación de las prendas: cuadros con estampados o cárdigan con botas militares. Lucía abundante pelo, cuidadosamente peinado al descuido, zapatos tipo Oxford y mochila a la espalda. Una mochila cara, de marca.

Sentado en los bancos traseros, a su vista fue llenándose el templo (Pepe Monerri tomaba notas de pie, bajo el púlpito) pasó el cortejo de autoridades y representantes para ofrecer la Onza de Oro. Las ofrendas se sucedieron con fervor y respeto popular. Al siguiente día vivió la emotiva ofrenda de rosas negras que hacen los portapasos de 'La Piedad' –imagen réplica de la Patrona que los marrajos sacan en procesión el Lunes Santo– en recuerdo de 'Caridad la negra', personaje histórico de la ciudad porque, al inicio de la Guerra Civil, formó un cordón con las prostitutas de su burdel impidiendo que la turba destruyera la iglesia.

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Cuando salió del templo, bajó los escalones pausadamente con la mirada al infinito. El observante advirtió que la mochila del joven ejecutivo había crecido. Y sí. No abultaba más, pero iba más llena.

Años más tarde, ya ejecutivo en ejercicio y algo menos joven, volvió a 'su' Cartagena dispuesto a recargar la mochila, pero al llegar a la Basílica se encontró con unos andamios. Volverá.

Abrazos.

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