Novios de la muerte

Cuando alguien se traga una noticia falsa es porque la falsedad ya habitaba en él, y ahora se alimenta y crece

Dice Batalla Cueto que el signo de los tiempos, tras esa extraña fiesta en el vacío que llamamos postmodernidad, es el de la marcha hacia ... la catástrofe. Climática, pandémica, energética, social, etcetérica. Todas juntas. Colapso. Poner la tele y que los informativos parezcan la peli aquella del meteorito, concretamente ese momento en que los atribulados ciudadanos del planeta sintonizaban los informativos para comprobar que era cierto, que se venía un pedrolo del tamaño del ego de Cristiano Ronaldo, que ya se podían saltar la dieta para siempre jamás. Distintas posturas ideológicas definen diferentes tipos de juicio final, pero todas coinciden en que nos arrepintamos, pecadores, porque el fin está cerca.

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¿Cómo influye esta fe preapocalíptica en nuestra cultura, nuestra información y nuestra sociedad? Las distopías son la materia de que están hechos nuestros productos culturales más exitosos, desde las invasiones zombies de 'The Walking Dead' hasta la hiperrealista crisis petrolífera de 'El colapso' o la escaramuza termonuclear de 'Years and Years'. También hay versiones cañí en torno a nuestro trauma nacional con las sequías, como las muy recomendables novelas 'Intemperie', de Jesús Carrasco, o '2096', de Ginés Sánchez. La información de un mundo al borde del cataclismo abandona la complejidad y la objetividad para centrarse en enfoques reduccionistas, polarizados y dirigidos a las emociones del público, que busca más la reafirmación y el vínculo identitario que el cuestionamiento y la apertura de horizonte: cuando alguien se traga una noticia falsa es porque la falsedad ya habitaba en él, y ahora se alimenta y crece.

¿Y nuestra sociedad? El desapego por el presente y el pesimismo nos hacen cínicos. Un catastrofismo pasado de vueltas provoca en nosotros el efecto peor: si nada tiene solución, ¿para qué molestarme? Si el planeta está condenado, ¿por qué no depredar lo que queda? Si es imposible llegar a acuerdos, establecer alianzas, pactar cambios que mejoren al menos una parte del mundo, ¿qué sentido tiene salir de mi burbuja sectaria para debatir o, tal vez, escuchar a otro? En el camino hacia la catástrofe no hay tiempo para el diálogo.

Solo en un momento histórico marcado por ese no 'future' y esa óptica apocalíptica pueden prosperar propuestas políticas como las que nos presentan nuestras derechas, desacomplejadamente radicalizadas y a bordo de una ola ultra global que, por suerte, gran parte del resto del mundo va aplanando. Una receta regresiva en lo social, que idealiza el orden del pasado para rascar en los miedos presentes, pero turbocapitalista en lo material, siempre en contra de cualquier medida capaz de frenar las amenazas medioambientales o sociales del presente. Pensemos en nuestra Región, donde Vox y PP prometen al mismo tiempo «ser la voz de la Murcia rural» y destruir los ecosistemas que la sustentan usando el Mar Menor de sumidero. Proporcionar toda la mano de obra migrante necesaria para sacar adelante la agroindustria y expulsarlos sin trámite simultáneamente. No hay plan. Un plan necesita de fe en los cambios y de voluntad para llevarlos a cabo. El plan aquí es que no existe ninguno. Ni futuro, ya que estamos. Cuanto peor, mejor. La política de revolver el río y echar la caña. El proyecto de llamar a la muerte y pedirle de salir. El programa de ver arder.

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Llevo toda la semana con el corazón en un puño ante lo que está ocurriendo en Ceuta. Una crisis diplomática relacionada con los bombardeos israelís en Gaza y el subsiguiente intento desesperado de Joe Biden de consolidar sus alianzas en el mundo árabe, que deja al régimen marroquí en una posición de poder para tensar la cuerda hispanosaharaui. Un conflicto geopolítico infinitamente complejo que hunde sus raíces en nuestra historia colonial, y que se alimenta de la extraña decisión que tomó Europa Occidental externalizando el control migratorio de su frontera sur en dictaduras totalitarias como la de Mohamed VI. Un problema, por fin, que se escenifica en nuestros medios con códigos apocalípticos (Guerra Mundial Ceuta, llamaba a eso el gran Diego Sánchez Aguilar) y se gestiona con léxico bélico («¡invasión!»), maniobras militares y devoluciones en caliente. Y para que nada falte, nuestro líder ultra haciéndose fotos por la zona y clamando por una guerra contra un montón de críos hambrientos. 'Buenismo' llaman, a tratar de solucionar las cosas sin que muera nadie. 'Progres oenegistas' a quienes defendemos los Derechos Humanos. 'Decadencia moral' a luchar contra esta vergüenza nacional. A mucha honra, señoros. Mil veces preferimos ser buenistas a cínicos así. Como si fuera nuestra casa defenderemos esta esperanza en algún tipo de futuro digno a través de la catástrofe. No nos la okupen, por favor. El futuro, para quien lo trabaja.

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