Mexicanías IV: estadio Azteca
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Maradona apareció dos veces. Primero con la mano. Después con el corazón. La mano de Dios, barrilete cósmico, de qué planeta vinisteLas ciudades necesitan altares laicos. Lugares a los que acude el pueblo para consagrarse a una religión profana, descarada, asfixiada por la mundanidad, pero apasionada. ... Son espacios que surgen al azar, que conmueven cuando se visitan y que no necesitan de la belleza para crear un hueco en la memoria. La Ciudad de México alberga muchos santuarios que combinan el fervor religioso y la estética excelsa, pero nada como el estadio Azteca para identificar al hombre y su cotidianidad. Allí se reza a un Dios poderoso que quita y da a voluntad, se peregrina durante largas horas para ocupar asiento cerca el cielo, sin dejar de tocar el suelo. En el Azteca se llora de alegría y de tristeza, exactamente igual que hace cincuenta años. Es un cruce de caminos de la historia, es el templo del fútbol, antes de que la modernidad y el marketing convirtieran este sacro deporte en simulacro.
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Empieza a llover mientras guardo cola para entrar al estadio. Contemplo la estructura de hormigón y metal, no tan distinta a la de otros en los que he estado. No es necesaria la extravagancia para hablar de mitología en este caso. Me repito que este es el lugar que hizo de Pelé un dios de ébano y de Maradona un profeta nacido en un pesebre. Asciendo la rampa de acceso. Hay un mural con el genio argentino levantando la copa. La lluvia hace que le brillen los ojos, el albiceleste de la camiseta, el dorado del trofeo. Venden bebidas, cacahuetes con chile. Los comerciantes de un tiempo anterior cantan sus productos, como si celebrasen un gol. Se escucha a los hinchas animar. Ya estoy dentro. Aquí está todo lo que pensé en los veranos de Mundial: la grada multicolor, los jugadores sobre el césped, el aire, intangible pero denso, el viento de los lugares santos, la magnitud de los espacios que han construido historia viva del siglo XX. Busco mi asiento. No estoy en la final de un Mundial, pero poco importa. Juegan Cruz Azul contra Tolucas y no conozco a ningún jugador, pero mi viaje es al pasado. Recreo en los dorsales de los futbolistas otros nombres distintos y me impaciento en mi asiento por partidos ya jugados hace décadas. Es como recordar un libro mientras lees otro.
Fue 1970. La ciudad despertaba de una Olimpiada sangrienta. En Tlatelolco todavía las madres llevaban flores ante las tumbas desdibujadas de sus hijos. Apareció una selección feliz, de fútbol espectáculo, que se divertía con la pelota como los niños sueñan con imitar el gesto del avión con los dedos. Pelé se elevó por encima de un defensa italiano. Se paró el tiempo. Todos menos él, que continuó subiendo, hasta rematar con la cabeza y alojar la pelota en el fondo de la red. El portero italiano fue un espectador más, como los cien mil que había ese día en el estadio. Italia había ganado el partido del siglo, una semana antes, contra Alemania Federal. También siento la melancolía de selecciones ya desaparecidas, cuyos nombres hacen olvidar su triste historia. Todo en el estadio Azteca, que con pocos años de vida ya paseaba a Pelé sin camiseta, en una imagen icónica, con la bandera brasileña plegada detrás y un público enloquecido. Llevaban sobre los hombros a un rey sin zapatos, a un revolucionario de la sonrisa.
Pierde el Cruz Azul y el público se calienta. Son ingeniosos los mexicanos para insultar. Pasa el tiempo en mi cabeza y vuelvo a mi viaje al pasado. 1986. La ciudad aún está contando sus muertos tras el terremoto del año anterior. El Azteca, en mitad del laberinto, intacto, como si la naturaleza respetase sus panteones. Hay varias tardes de gloria en este recuerdo y todos llevan inscritos el nombre de Maradona. Cuartos de final contra Inglaterra. Era un tiempo en el que cuando los equipos saltaban al campo disputaban su parcela de historia. Dijo Umbral que el fútbol es una sofisticación de la guerra. Argentina había perdido una. Sus muertos los escondía en el Atlántico, por una porción de tierra helada. Inglaterra celebraba en Londres su victoria de plomo. Pero en el campo las fuerzas se igualan. Maradona apareció dos veces. Primero con la mano. Después con el corazón, para dejar en el camino a tanto inglés. La mano de Dios, barrilete cósmico, de qué planeta viniste, son versos que el fútbol ha donado a la cultura popular. Todos ellos nacieron en el Azteca y se invocan cuando la pelota empieza a rodar.
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Salgo del estadio aun bajo el hechizo de los goles que no he vivido pero que he visto mil veces. El presente es distinto y amargo. El fútbol moderno elige el dinero a pesar de la vida. Catar como síntoma de corrupción. Gradas sin alma y represión. ¿Serán esos los templos del fútbol que está por llegar? Pasos de peregrino son, errante...
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