Mexicanías V: Aura, la de los ojos verdes
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
México es un país abrumador. Aplasta los sentidos. Rebaja la razón a un mero artificio. Nada es lo que parece. Todo se asemeja a un espejismoAura tiene los ojos verdes. Es uno de los motivos por los que estoy en México, aunque ya se me ha acabado el tiempo aquí. ... Sus ojos, claro. Son verdes. Ella necesita un profesor de francés. Al menos eso pone en un anuncio del periódico que he leído esta misma mañana. Miro el reloj y confío en la relatividad del tiempo. Esta noche sale mi vuelo hacia Barajas. Todo un día en el centro de Ciudad de México da para mucho. Yo tengo el francés ya muy oxidado, pero por verle los ojos a Aura haría cualquier cosa. Pago el café, recorto el fragmento de periódico donde viene el anuncio y busco la dirección señalada. Donceles 815. Aquí las calles son inmensas. Largas avenidas surcadas por árboles tropicales cuyas raíces abultan el suelo. Caminar es sufrir los elementos. Pisar huellas sofisticadas de otros viajeros. Pero ninguno ha visto tan de cerca a Aura. Ese es mi cometido. Llamar a su puerta.
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Pienso mucho en lo que ha significado este viaje, estos cinco artículos que han sido cinco ventanas abiertas a mi vida, compartidas con usted, su café y sus buenos días dominicales. Alcanzo Donceles, pero la numeración no es exacta. Salta de un número a otro sin sentido. Es un poco como este lugar. México es un país abrumador. Aplasta los sentidos. Rebaja la razón a un mero artificio. Nada es lo que parece. Todo se asemeja a un espejismo, un simulacro de lo ya conocido. He leído este país en decenas de libros. He estudiado su fisonomía, su historia. He espiado a sus personajes durante años, los Cortés, Iturbides y Zapatas de turno, al otro lado del Atlántico, y basta un paseo por el centro de la capital para desarmar todo el ejército intelectual que uno lleva consigo cuando viaja.
Esquivo puestos de tacos, ventas ambulantes de joyas, chicles, repuestos de ruedas... Todo se vende en el centro de Ciudad de México. Es un Madrid hiperdesarrollado y subdesarrollado al mismo tiempo. Grandes avenidas que en el viejo continente servirían de autopistas, pero que aquí solamente conectan el centro con otro centro más distante. Los barrios ricos se rodean de parques. Cafeterías y perros de raza que buscan su espacio entre los árboles. Es el lugar desde donde se contemplan los aviones abandonar la ciudad. ¿Pero quién osaría abandonar la Condesa, Roma o Polanco? Los arrabales, sin embargo, escalan los cerros que ya ha engullido la ciudad. Las calles se confunden. En estos lugares de perdición todos quieren salir y nadie puede. Ni siquiera se ven los aviones. El único billete es la droga, el trapicheo, la delincuencia. El matar por unos pesos a un marido, un rival, un enemigo. Es la misma ciudad. En el centro todo se amplifica. Y Donceles atraviesa ese microcosmos carnavalesco. Un espejo pervertido tras años de abandono. La belleza y la fealdad. Sigo mi camino sobre estas dos instituciones.
Por Donceles aparecen cientos de librerías de segunda mano. Creo ver a Aura dentro de algunas, pero cuando la muchacha se vuelve no encuentro sus ojos verdes. En cambio, allí duermen las ediciones perdidas de Paz, Vasconcelos y Rulfo, junto a Unamuno y Baroja. Es una hermosa forma de vestirse para una calle, llenarse de bibliotecas. Lo saben los turistas, los ejecutivos y el ejército de pedigüeños que se concentra al atardecer. La corte de los milagros chilanga. Me entretengo en tres iglesias barrocas. En su interior, algunos rezan arrodillados y con los brazos extendidos. Encienden velas. Lloran. ¿Alguien los escucha? Salgo a la calle. Donceles 815. Las huellas de Paz se entrometen en mi búsqueda. El colegio de San Ildefonso está abierto. Camino por su claustro, rodeado de los murales de Siqueiros, Orozco y Rivera. La historia oficial mexicana, tan vaporosa, plasmada en colores llamativos, para que los que no saben leer la puedan entender también. Aquí tampoco está Aura.
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Anochece sin remedio. Sale mi avión. Creo encontrar el lugar fijado en el anuncio del periódico. Un muchacho, en el portón, extiende su mano cansado, repitiendo el mismo gesto de desolación y rabia. Unas calles a la derecha se expande una colonia poco transitable. La iglesia de Santo Domingo merece el riesgo. Es la más bonita del Nuevo Mundo. Quiero concentrarme en el telefonillo. En la forma que tendré de presentarme a Aura. Pienso muy fuerte en ella. Su nombre. Sus futuros ojos verdes. Y aparecen las miradas desconfiadas, las motocicletas irrumpiendo por la acera. Aquí cierro los ojos y espero a que todo pase. Demasiadas historias de violencia leídas. Un hombre que se acerca. Mi dedo pegado al timbre. Con los ojos cerrados. Ya no puedo más. Los tengo que abrir. Al otro lado está Aura porque estoy en Donceles 815. Yo debería estar camino de Madrid. Mi ruta de agua, inversa a la de la historia de este lugar. Pero escojo buscar a Aura. Pasa la motocicleta. Se abre la puerta. Y no salgo nunca de Donceles 815.
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