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El capitán Soto, la cabo Fructuoso, el brigada Cuesta y el cabo primero Sansano; en la torre del vehículo todoterreno, el cabo Pérez, en el campo de tiro del Ripac-5.

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El capitán Soto, la cabo Fructuoso, el brigada Cuesta y el cabo primero Sansano; en la torre del vehículo todoterreno, el cabo Pérez, en el campo de tiro del Ripac-5. Martínez Bueso

Afganistán marca a los valientes

Soldados de Javalí Nuevo y Cartagena confiesan su crecimiento personal y profesional tras participar en combates en el país del que España acaba de salir

Domingo, 23 de mayo 2021, 01:26

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A las dos de la madrugada del 28 de agosto de 2012 se puso en marcha la 'Operación Estaca'. Soldados de la 13 Compañía de la III Bandera 'Ortiz de Zárate' de Paracaidistas, con base en el Acuartelamiento Santa Bárbara de Javalí Nuevo, iniciaron en el enclave afgano de Ludina una infiltración sin precedentes para destruir en las proximidades de la ruta terrestre Lithium dos zulos con armamento y material de los insurgentes. Estos respondieron con varios ataques y aun así fueron desalojados de sus posiciones. Pero tras un rato de tregua, el enemigo, audaz, rápido y, sobre todo, buen conocedor del inhóspito terreno, inició un nuevo asedio durante el repliegue español. El hostigamiento a nuestras tropas fue tan crudo que en el fragor del combate cayó herido de bala el legionario paracaidista Jesús Fraile. Una bala le atravesó un muslo y le rozó el otro. El soldado salvó la vida gracias al valeroso comportamiento de sus compañeros, que respondieron al fuego enemigo como fieras para taponarle la herida, ponerlo a buen recaudo y garantizar el éxito de la misión. Finalmente salieron airosos de uno de los enfrentamientos más descarnados de la que fue la cuarta misión en Afganistán de estos 'paracas' del Ejército de Tierra encuadrados en el Regimiento Zaragoza 5, que ahora manda el coronel Francisco Herrera.

Fraile se recuperó de las heridas y valientes de aquel grupo fueron recompensados con seis cruces rojas del Mérito Militar, la más alta condecoración en acciones de guerra; una cruz amarilla, cinco distinciones en la Orden y diecinueve acreditaciones de valor de otros tantos soldados. De las 14 cruces rojas ganadas en aquel país por la Brigada Paracaidista, diez correspondieron a su murciana III Bandera; y dos de las cuatro amarillas.

Evacuación del soldado Fraile, en la 'operación Estaca', en 2012. Bripac

Una de las distinguidas fue la cabo María del Carmen Fructuoso Van Rooy, cartagenera de Cabo de Palos, que no solo protegió a su compañero herido; también contribuyó a facilitar entre fuego cruzado el aterrizaje del helicóptero que lo evacuó. «Fueron horas intensas de combate. Nos caían por todos lados», rememora la militar de 35 años, con dos misiones afganas en su mochila y un valor y una profesionalidad inversamente proporcional a la parquedad de sus palabras, según sus hermanos de armas.

Todo son recuerdos, «y una huella imborrable», cuando la misión española en aquella república islámica de Asia del Sur ha tocado a su fin. Hace diez días regresaron a casa los últimos soldados que quedaban en la última fase de la Operación Apoyo Decidido de la OTAN, heredera de Libertad Duradera y de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF son sus siglas en inglés). En 19 años de despliegue pasaron 27.000 soldados españoles para luchar contra el terrorismo yihadista y ayudar a las fuerzas afganas a tomar el control de un país que sigue siendo un avispero de muyahidines, talibanes y traficantes de opio. En total, unos 3.500 millones invertidos y, lo peor, cien vidas perdidas. En la memoria de los españoles siguen presentes los 62 fallecidos en el accidente del Yak-42, los 17 del helicóptero Cougar y la veintena de caídos sobre suelo pastún.

Rodríguez de Lema: «La misión te hace valorar lo que tienes»

«Afganistán te hace mejor, te hace valorar lo que tienes. No nos damos cuenta de lo afortunados que somos porque nacimos aquí», destaca el coronel de Infantería de Marina Pedro Martínez Rodríguez de Lema. El jefe de la Fuerza de Guerra Naval Especial pasó ocho meses en el cuartel general de la ISAF en Kabul, en 2008. «Fue un año que marcó, porque la curva de enfrentamientos y bajas comenzaba a subir. La presión para los que trabajábamos en el cuartel general era grande. Teníamos visión global de lo que estaba ocurriendo».

Los que regresaron lo hicieron con el «trabajo fin de grado acabado», bromea el cabo Pérez, que así es como explica el curso intensivo de vida y milicia que hizo en cada una de sus tres misiones afganas. «Allí vivíamos a otro ritmo. Tardábamos catorce horas para recorrer 20 kilómetros cuando salíamos de misión. Había que tomar precauciones. La insurgencia ponía explosivos en cualquier tramo de tu ruta. O venían en motos y te disparaban», cuenta el militar de Villena, de 35 años.

Paracaidistas por un paso elevado; al frente, el cabo primero Sansano Bripac

Combatían a diario con más medios que los insurgentes, pero en unas condiciones endémicas adversas, según el capitán Juan Antonio Soto, de 33 años. «Ellos controlan los tiempos, conocen el terreno y tiene a su favor el factor cultural. Aunque trabajábamos con el ejército afgano, los malos nos veían como extranjeros invasores. Y, además, infieles. Aprovechaban cualquier pequeño descuido, cualquier tontería, como hacer una patrulla en ramadán, para ponerte a la gente en contra», ilustra el militar granadino, con experiencia también en Irak y Líbano.

El bajón, tras la batalla

El cabo primero Víctor Sansano destaca el carácter «duro» del afgano y el «baño de realidad» que se llevó cuando a los pocos días de aterrizar en aquel país comenzaron las operaciones. Su primera misión, en 2008, fue «un punto de inflexión» en su carrera militar. «¡Claro que he pasado miedo!» reconoce su compañero Pérez delante de un montón de llamativas fotografías de los paracaidistas en la provincia de Badghís. «Lo pasas cuando ha acabado el combate, cuando llegas al COP (siglas en inglés de puesto avanzado en la guerra) y piensas en lo que podía haber ocurrido».

Quienes pisaron aquel escenario de guerra aseguran que la concentración y la respuesta mecánica que proporciona el intenso adiestramiento no dejaba tiempo para las dudas y los miedos cuando empujaba el enemigo. El bajón, como decía, Pérez venía en los momentos de calma. Aunque los pocos ratos de tranquilidad en la guerra eran para descansar. «Allí eran 24 horas, los siete días de la semana», recuerda el brigada Marcos Cuesta, natural de Madrid y de 48 años, que participó en los despliegues de 2008 y 2012. A él le llamó la atención el escaso sentido del peligro y el poco aprecio del terrorista afgano por la vida: «Era como si a ellos nos les importara morir. Quizás porque tienen la muerte más cerca». «Es un cambio brutal -tercia el capitán Soto-. Nosotros hacemos planes a medio y largo plazo. Sus planes son comer al día siguiente».

Un contingente de la III Bandera Paracaidista aterriza en Irak

Soldados de la III Bandera 'Ortiz de Zárate' de Paracaidistas desembarcan estos días en territorio iraquí, donde relevan al Tercio Duque de Alba de la Legión como aportación española a la coalición internacional que adiestra y capacita a las fuerzas de seguridad de aquel país en su lucha contra el Daesh. Siguiendo el trabajo de los legionarios, los expedicionarios del Acuartelamiento Santa Bárbara de Javalí Nuevo se encargarán principalmente de la protección y seguridad del personal encargado del adiestramiento de las fuerzas de seguridad iraquíes.

En las distintas misiones españolas en Afganistán también han participado soldados de Infantería de Marina. El comandante Daniel, destinado en Cartagena, desplegó en Qala i Naw en 2010 al frente de un equipo de seguridad aérea y de control de apoyos de fuego. Pisando la arena y controlando las innumerables amenazas como avanzadilla de convoyes, trabajando codo a codo con los legionarios que constituían las unidades de maniobra. «Es la mayor experiencia militar que he tenido. Hubiera repetido», dice sin dudar este curtido boina verde. De aquellos días destaca «el excelente grupo de trabajo que hicimos. Cada año quedo con mis compañeros de la Legión y de la Guardia Civil. Allí nos hicimos hermanos de sangre».

Aunque lo mejor de la misión era el reencuentro con sus familiares, coinciden sin dudar Sansano y Pérez. «Allí se vive tan lento que, nada más llegar a España, te montas en un coche a 120 por hora y pasas miedo. Después, llegas a casa y necesitas unos días para ubicarte», concluye Cuesta.

Ernesto Zarco, en un desplazamiento por Afganistán, en 2013. LV

Un submarinista en Kabul: «Me impactó escuchar las explosiones en la ciudad»

Un marino submarinista y buceador de combate en un territorio montañoso sin salida al mar. Quizás una de las mayores rarezas en los 19 años de presencia militar española en Afganistán la protagonizó el molinense Ernesto Zarco Gil, actual jefe de la Flotilla de Submarinos con base en Cartagena. El militar del Cuerpo General de la Armada desplegó en aquel territorio durante el segundo semestre de 2013 como miembro del Cuartel General de Operaciones Especiales de la OTAN en Mons (Bélgica), donde estuvo destinado algún tiempo por su especialidad como buceador.

«Desplegar en una zona de guerra, en tierra no es lo normal para uno del Cuerpo General. Allí me calcé por primera vez el mimetizado y las botas de campaña. Era una aventura y no sabía que me esperaba», rememora.

Integrado en la base británica de Kabul, estaba al frente de un equipo de nueve profesionales que facilitaba comunicaciones cifradas a los equipos de boinas verdes desplegados por todo el país, por lo que sus desplazamientos en helícóptero entre bases fueron frecuentes.

Lo primero que le impactó fueron los estallidos de la bombas al otro lado de los muros de la base. «El primer día allí, salí a correr con compañeros de otros países y escuchaba las explosiones de los atentados en la ciudad. Era lo normal. Me impactó. No me acostumbre, pero el último día ya no me sorprendía».

Su contacto con la población local se ceñía a los contratistas de la base y poco más. En su turno, los militares de la ISAF ya tenían prohibido salir a tomar un café o a cenar por la ciudad debido a la peligrosidad. Aun así, en los desplazamientos que hacía por carretera en blindados empotrados en cápsulas de seguridad le sorprendía ver a los niños jugar al fútbol con plásticos y pelotas de trapo. «Su alegría contrastaba con el gesto y la mirada tristona de sus mayores. El afgano es un pueblo que ha pasado lo suyo».

«Ojalá que la misión haya conseguido su objetivo y que Afganistán no sea un refugio para terrotistas y talibanes. Pero es complicado cambiar el carácter de la gente de la noche al día», reflexiona el marino.

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