«Despierta, chico; ha muerto el Comandante»
El fotógrafo cartagenero Juan Manuel Díaz Burgos relata en primera persona los momentos que vivió en Cuba, donde se encontraba de viaje, la noche que falleció Fidel Castro
juan manuel díaz burgos
Martes, 27 de diciembre 2016, 17:23
Son las 01.05 horas de la madrugada del sábado 26 de noviembre de 2016. En un piso del Vedado habanero y en pleno sueño, suena mi teléfono móvil. Es mi querido amigo y colega cubano Raúl Cañibano quien me llama para darme la noticia: « Juanma, despierta, chico, ha muerto el Comandante, acaban de dar la noticia por la televisión». Aturdido y sorprendido quedamos en vernos al día siguiente para salir a fotografiar tan histórico momento.
Apenas puedo ya dormir esperando a que llegue la hora de salir a la calle. A las 08.00 horas no resisto más y me voy a los bajos del FOCSA a esperar el Granma. Llego entre un silencio palpable. Pregunto a un grupo de trabajadores si llegó el abuelo que vende la prensa y me dicen que no. Les doy conversación y me la devuelven aumentada, así son los cubanos. Entablamos una cordial y amena conversación, por supuesto con el comandante como testigo principal. Dos de estos amigos conocen y trabajaron ya en España, a la que añoran y quieren. Los caminos entre nuestros pueblos siempre son de fraternidad y cariño. Me invitan a esperar la prensa y, mientras tanto, me llevan a una cafetería cubana de esas que pagas en pesos no convertibles en donde compartimos un excelente café y un zumo de naranja.
Como veo que se demora en exceso la prensa, y conociendo lo que significa -ahora mismo llega- me despido de ellos agradeciéndoles su acogida y deseándoles mucha suerte. Pienso que lo mejor será ir por lo derecho al corazón de esta mágica ciudad, su centro y vieja Habana. Nada más llegar al Parque Central, noto algo que será una constante en este día: la naturalidad con la que desde el primer momento el pueblo cubano se lo está tomando. Mientras realizo las primeras fotos, pasa por mi cabeza dos momentos que viví con especial énfasis.
El primero fue una conversación que mantuve en el año 1997 con un buen amigo e historiador cubano, mientras veíamos desde el pueblecito de Regla cómo la preciosa bahía de La Habana tomaba sus últimos rayos de sol en un atardecer clásico en esta ciudad. Ante aquella belleza, en un momento sentí una sensación de temor por lo que el futuro podría traer a este pueblo. Quien mejor que él como analista e historiador para dar una respuesta coherente a mi incertidumbre. Y la misma no pudo ser más pesimista. Mi amigo, no exento de razones me auguraba un panorama de lo más sombrío. Aquella conversación siempre me ha acompañado cuando de La Habana hemos hablado.
Y el segundo recuerdo fue el día 31 de julio de 2006 cuando encontrándome en el restaurante Wakamba en la calle O del Vedado, esperando poderme llevar una pizza, se interrumpió la programación que en aquel momento sonaba por la radio y TV, para informar del comunicado por el que el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz se retiraba de sus cargos militares y políticos en favor de su hermano Raúl Castro. En aquel momento sí que noté el miedo en los cubanos con los que me encontraba.
Aquella noticia era el principio del final, pero de un final tan incierto como temeroso. El gran timonel de la revolución cedía y quien le precedía, desde mi humilde opinión, no gozaba del cariño y confianza como el que se le dispensaba a su hermano.
Transición
Han tenido que pasar diez años, para que el pueblo cubano aprendiera a vivir sin su líder, y al mismo tiempo, para que quien se pensaba sería un retén más duro en un nuevo periodo político, demostrara un poder de dialogo, tolerancia y cordura posiblemente por pocos esperado.
Creo que Raúl Castro ha realizado en estos diez años una transición inteligente, que han hecho mucho más digerible la permuta -palabra cubana por excelencia- de una noche a un mañana. Al menos, la aceptación a entender que en el dialogo por duro que pueda ser para unos y otros, está el futuro de este querido y amado país.
De aquí que cuando me paseo por una Habana ausente de Fidel, siento que todo se ha relajado por suerte. Los unos y los otros disfrutan su momento a su manera, pero sobre todo en paz, respeto y tranquilidad. El sobresalto de la información al día siguiente a su muerte, el homenaje en la Plaza de la Revolución, los lloros, los sentimientos de muchos cubanos, o sencillamente la curiosidad de muchos otros que posiblemente no eran conscientes del momento que estaban viviendo. Los restos pasando por ese Malecón que un día lo vio entrar triunfante, la calle con su recuerdo, el aguante a los nueve días de luto sin cerveza y ron, quedan ya para la historia más reciente.
Haber podido ser testigo en primera línea de este hecho histórico. Que aquella noticia dada en 2006, junto a la definitiva de su fallecimiento en 2016, me hubiera pillado en La Habana, en el mismo centro de la historia, ha sido el mayor regalo que esta tierra pudiera hacerme. Muchos son los colegas cubanos que me han felicitado por ello. Un honor que me tocó en suerte y lo valoro muy en especial. Son muchos años visitando esta hermosa tierra, queriéndola y sintiéndola en lo bueno y en lo malo.
Espero que al menos estas imágenes sirvan para dejar mi testimonio, el de un ciudadano que presenció en muchas ocasiones luces y sombras de esta revolución y de su carismático líder. Y del que creo pocos son los que puedan negarle dos cosas; valentía y dignidad. Aunque solo sea por el coraje que mantuvo a enfrentarse al todopoderoso EE UU, cuando entendían que América Latina era el patio de basura donde verter toda la suciedad que les sobraba. Como decía Pablo Milanés, Fidel la dignificó.