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Nacho García / AGM | Martínez Bueso | J.M. Rodríguez / AGM

El 'procés' de los catalanes en la Región

Parejas con un miembro murciano y otro de Cataluña comparten con LA VERDAD sus reflexiones sobre los comicios que hoy marcan el futuro del territorio más convulso del país

Domingo, 12 de mayo 2024, 07:26

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Santiago Romero nació en Sabadell, pero sus raíces le trajeron a mediados de los 90 a Santomera, el municipio de origen de sus padres, una pareja de charnegos que llegó a Cataluña en busca de una vida más próspera. Él cerró el círculo con el viaje inverso por los mismos motivos. Tenía 24 años y había empezado a trabajar en una empresa que hacía «abrazaderas para tubos de cobre», pero enseguida tuvo la sensación de que «aquello no era vida». «Iba de casa al trabajo y del trabajo a casa, y esa rutina no me gustaba», cuenta desde la pizzería que, casi 30 años después, regenta en Santomera.

Desde allí sigue con cierto hastío lo que sucede estos días en su tierra natal, donde hoy se celebran unos comicios autonómicos marcados por el pulso soberanista y la vuelta de Carles Puigdemont como candidato.

Santiago ha vivido a lo largo de estos años su propio 'procés', un creciente desapego sentimental que le ha llevado a tener «cada vez menos ganas» de ir a Cataluña. Dice que la situación política ha ido quitándoselas. Todavía mantiene amistades en Sabadell, pero no puede evitar que le invada cierto cansancio cuando escucha las proclamas de los partidos independentistas por televisión: «Es que lo veo todo muy absurdo», asegura.

El cordón que amarró definitivamente su vida a la Región de Murcia lo terminó de anudar María Jesús López, una santomerana siete años menor que él a la que conocía de los veranos en que su familia regresaba al pueblo por vacaciones. «Salíamos por los mismos sitios y así empezó todo», subraya ella, madre de sus dos hijos.

Santiago Romero, nacido en Sabadell, y la santomerana Mª Jesús López, en su pizzería. Martínez Bueso

María Jesús también guarda una conexión familiar con Cataluña a través de sus tíos: «Se fueron a trabajar a Badalona -revela- y mis primos se quedaron allí».

En el permanente tránsito de trabajadores entre Cataluña y Murcia, el azar ha ido barajando las cartas y creando miles de hogares donde se mezclan los acentos. Tres parejas formadas por un miembro de origen catalán y otro de la Región comparten con LA VERDAD sus impresiones sobre las elecciones autonómicas en el territorio más convulso del país.

Una de esas familias de procedencia mixta es la que forman el empresario Josep Torrent Suñé y la notaria Pilar Berral. Con él bastan un par de palabras para desterrar cualquier duda sobre su lugar de nacimiento. Los 17 años que lleva viviendo con su mujer en Murcia no le han restado ni un ápice de su marcado acento catalán. «No tengo ningún interés en perderlo», presume. «Es que Josep es catalán de ocho apellidos catalanes», reafirma ella.

Se conocieron en L'Escala, el primer destino de Pilar; una pequeña localidad de la Costa Brava donde el turismo y el arraigo ampurdanés comparten sombrilla.

«Allí la gente sueña en catalán, cuenta en catalán, todo lo que se hace de forma instintiva les sale en catalán, pero están acostumbrados a recibir a mucha gente de fuera, y eso también se nota», señala Pilar, que reconoce que desde el primer momento en que deshizo la maleta en esa «preciosa» localidad costera en 1998, empezó a sentir muy presentes las ideas independentistas. «Me llamó la atención la cantidad de mensajes subliminales que había en todos los ámbitos». Los primeros los encontró en un libro que la Generalitat le envió como regalo de bienvenida. «Ahí venía una comparativa de Cataluña con otros lugares, y esos otros lugares eran todos países; entre ellos, España, que aparecía como un país extranjero más. Ese tipo de cosas eran constantes».

El amor entre Josep y Pilar surgió rápidamente. «Yo tenía mi notaría y él trabajaba en una agencia inmobiliaria. Así que empezó a venir como cliente y yo iba notando que reservaba cada vez más horas. Siempre tenía que venir a hacer alguna cosa al despacho, hasta que le dije: 'Ya no te pidas más horas, que te las doy todas'», recuerda muerta de risa. «Así fue», asiente él satisfecho a su lado.

La notaria Pilar Berral y el empresario Josep Torrent Suñé, en su casa. Nacho García / AGM
  1. Josep Torrent Suñé

    «No puedo hablar de política con mis hijos, se enfadan»

El orgullo catalán de Josep no lleva aparejada ninguna simpatía por los postulados independentistas. Tiene cuatro hijos con Pilar y otros cuatro de una relación anterior, y con estos últimos se ha acostumbrado a no hablar de política. «Uno de ellos vive en Canadá y es separatista -dice-. ¿Por qué? Porque son generaciones que han crecido rodeadas de muchos mensajes que al final van calando», asegura. «Con mi hija, que tiene ahora 34 años, me pasa lo mismo. Alguna vez hemos empezado a hablar y hemos tenido que dejarlo, porque se enfadan y es mejor dejar el tema a un lado».

En el círculo de Santiago Romero, esa clase de opiniones era menos habitual. Sus padres se asentaron en uno de los barrios obreros de Sabadell, habitados mayoritariamente por emigrantes murcianos y andaluces. Por eso tuvieron que pagarle cuatro años de clases particulares de catalán para que pudiera aprenderlo. En sus calles apenas se escuchaba. «Ni siquiera lo necesité, porque yo iba a un colegio de curas donde el catalán era una asignatura más, como podían ser Lengua o Matemáticas», afirma. Para su hermano, en cambio, fue imprescindible. «En su primer trabajo, su jefe era catalán, y lo primero que le dijo es que si no hablaba catalán, iría a la calle», recuerda. «Ahora todas las clases son en catalán -añade-. A mí me parece que es importante que una lengua no se pierda, me da igual que sea la catalana, la gallega o la vasca, pero lo que se ha hecho allí creo que es excesivo».

Coincide Pilar Berral: «A mí siempre me pareció ignominioso que un niño, para aprender español, tuviera que apuntarse a un colegio británico porque en un colegio que no fuera de un idioma extranjero, no podía». La notaria recuerda entonces algo que le ocurrió cuando vivía en Mataró, su segundo destino en Cataluña antes de regresar a Murcia. «Tenía un compañero cuyos hijos estaban estudiando todo en catalán a los que les costaba realmente mucho expresarse en castellano. Y yo le pregunté '¿No te preocupa?'. Y él me dijo: 'Prefiero que mis hijos hablen inglés antes que español. A ver, ¿quién habla español en el mundo? Solo países perdedores, países pobres. El inglés en cambio se habla en el resto del primer mundo, en los países ricos'. Me quedé helada».

Sin embargo, Pilar y Josep consideran que las ideas más radicales están yendo en retroceso. En parte, por los «errores cometidos durante el 'procés'». «Sí, creo que se ha desinflado un poco el suflé -sostiene ella-. El pasado fin de semana estuvimos en Barcelona y desayunamos en la plaza Real, que antes estaba llena de señeras por todos lados; y con las cartas de los restaurantes primero en catalán, luego en inglés, luego en francés, y ya, en la última hoja, si es que estaba, en español. Y esta vez no había ni una bandera independentista, y la carta estaba en español en primer lugar».

  1. Dori Buendía

    «La radicalización fue creciendo poco a poco»

Dori Buendía Teva también llegó a la Región de Murcia desde Mataró, una ciudad que vivió una explosión demográfica en la segunda mitad del siglo XX impulsada por el auge de la industria textil.

Ella nació en la localidad costera de Vilassar de Mar, pero acabó en Mataró por la profesión de su padre, empleado de Renfe en la línea que une la localidad con Barcelona. Dori trabajó en una de esas fábricas que ensancharon el área urbana hasta que conoció a José Teodoro Martínez, un sanjaviereño que pasaba habitualmente por la zona como empleado de una gran firma de muebles y que acabó convenciéndola, en 1993, de que se mudaran juntos a orillas del Mar Menor.

Dori Buendía, originaria de Mataró, y su marido, el sanjaviereño José Teodoro Martínez, en su vivienda de San Javier. J. M. Rodríguez / AGM

«Como a los dos nos gustaba hacer teatro, le vendí el negocio de que se viniera aquí e hiciéramos teatro juntos», se ríe él. «Además, le encantó el Mar Menor».

«Mataró era entonces una ciudad muy próspera -destaca ella-, había muchísimas fábricas. Cuando nos vinimos, íbamos a menudo a ver a mis papás y a mi hermana y, con el tiempo, empezamos a ver mucha decadencia. Muchas empresas fueron cerrando y ahora es una ciudad tremendamente deprimida».

José Teodoro recuerda que «el gran cambio empezó a notarse en los 90». Y no solo en lo económico, también en lo social. «Ahora, cuando vas y empiezas a hablar con unos y con otros, te das cuenta de que el independentismo ha envenenado a mucha gente».

  1. Apenados por la radicalización

    Polarización, enchufados y una anécdota del fin de CiU

Lo que peor lleva Dori es ver cómo la polarización desemboca en violencia en su tierra, como en los disturbios que sacudieron las calles de Barcelona en 2019. «Muchos de los que están allí no se dan cuenta de la deriva. Es como cuando tienes un niño y te dicen: 'Cómo ha crecido', pero tú no lo notas. El ambiente ha ido radicalizándose muy poco a poco».

Considera que los que alientan el independentismo están haciendo «mucho daño a Cataluña», y está convencida de que la consulta en las urnas validará que sigan al frente del Gobierno. «Volverán a salir, y no será buena noticia, porque se han dedicado exclusivamente a la independencia, pero el pueblo les importa un rábano», exclama.

Para Pilar Berral, la explicación hay que buscarla en el entramado económico que rodea al movimiento. «Se ha creado un gran aparataje que tiene que seguir funcionando», subraya la notaria. Josep se acuerda entonces de una anécdota: «Cuando Convergencia i Unió perdió las elecciones y llegó el gobierno tripartito en 2003 con los socialistas, recuerdo que fui a buscar el periódico y, cuando estaba esperando para pagar, había dos tíos que eran abiertamente del partido y que debían estar enchufados en alguna historia. Y uno le decía al otro: '¿Y qué haremos a partir de ahora?' Eso pasa con el independentismo, que da de comer a mucha gente».

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