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La cartagenera Antonia Díaz mira hacia el exterior desde su salón. Martínez Bueso

Un ocaso en solitario

46.500 mayores de 65 años, de ellos más de 3.000 que pasan de los 90, viven solos en las ciudades de la Región

Domingo, 22 de septiembre 2019, 07:19

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Decía Quevedo que «todos deseamos llegar a viejos», y tal vez sea cierto. El problema de la cita es que continúa con un lapidario «y todos negamos que hayamos llegado». Celedonia Requena es la prueba, a sus 92 años, de que el literato del Siglo de Oro estaba más que equivocado. Ella está muy orgullosa de ser «vieja». No en vano tiene lo que todos quisieran a esa edad. Vitalidad, humor, salud, ganas de vivir. Ella dice que siempre, a pesar de las «penurias» que pasó en la infancia, del hambre que padeció tras la guerra, a pesar de haber lidiado con el párkinson de su marido y de haber sobrevivido a la muerte de un hijo, ella dice que siempre ha sido feliz. Que el secreto para llegar a ser tan vieja y estar tan joven es «haber trabajado mucho».

Ella es una de los 46.500 mayores de 65 años que viven en soledad en la Región de Murcia, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). En conjunto, los que habitan solos son el 19,2% del total de mayores de 65. Una realidad cada vez más frecuente, pues también son un 16,5% más que hace cinco años, cuando en la Región conformaban viviendas unifamiliares 38.800 jubilados. Y de ellos, el 75,4% son mujeres. Murcia es una de las comunidades menos envejecidas del país, pero la cuarta con una «mayor propensión» a que las mujeres vivan solas al pasar de los 65, según destaca el último informe del Observatorio Social de las Personas Mayores de CC OO. Como Celedonia, 1.187 mayores de 90 años viven en soledad en el municipio de Murcia. Una cifra que supera Cartagena, donde residen solos 1.740 mayores de 90. Los números aumentarán, según Pedro Vera, catedrático en Sociología de la UMU, quien por eso considera que «habría que repensar las políticas sociales e incluso el diseño de las ciudades».

Celedonia Requena Murcia / 92 años

«Muchos se olvidan de que los mayores seguimos aquí»

Ella rompe todos los moldes. Hace la compra, limpia la casa, ordena, lava, tiende. «Yo aún no me he jubilado de ama de casa», espeta con orgullo. Por hacer, Celedonia hace hasta taichí. Ella es una de las fijas del centro de mayores de Santa María de Gracia; «me apunto a todo lo que puedo». También lee y, de vez en cuando, escribe poesías. «Lo único que ya no hago es subirme a las escaleras para limpiar, porque me meten miedo». Aunque tiene un marcapasos y un cateterismo hecho, sostiene que «el que no quiere, no está enfermo». Y aunque vive sola, dice no aburrirse nunca: «Yo me pongo a hacer cruzadas y sopas y, si me descuido, me dan las dos de la mañana».

Celedonia Requena, sentada en el salón de su casa, en Murcia, donde suele hacer cruzadas y sopas de letras. Martínez Bueso

Celedonia es muy optimista, pero también muy crítica. «Veinte meses estuve yendo todos los días a las residencias en las que estuvo mi marido. Vi de todo». Por eso se permite el lujo de sentenciar que «los que todavía no son viejos, algunos, no todos, se olvidan de que los mayores seguimos aquí». ¿A qué se refiere? Pues a que «los políticos deberían pasarse por allí todos los meses, para ver en las condiciones en las que están algunos. Y oye, el que no tenga carisma para trabajar con los viejos, que no esté». Por todo lo que ha vivido y perdido, ella sostiene que «sentada no quiero vivir. A mí cuando ya no pueda más, que no me pongan gomas. Un pinchazo de eutanasia o un porrazo mal 'dao', que me quede en el sitio, y me voy tan tranquila. Porque la vida es para vivirla». Y reconoce que eso le preocupa, no saber cuánto más aguantará con la vitalidad que tanto la caracteriza.

Pepita Esparza Murcia / 93 años

«Si no ayudase a los demás, sí que estaría triste y sola»

Uno de cada cinco mayores de 65 años de la Región vive solo. La cifra va a ir en aumento, pero también cada vez son más los que conservan «actitudes vitalistas y positivas, tienen vidas muy activas y una red social muy grande», explica el sociólogo. Como Celedonia y también Pepita Esparza, quien a sus 93 años se levanta cada día a las siete de la mañana para dar desayunos a personas en riesgo de exclusión. Ella es la presidenta de la Asociación Neri. Soltera y sin hijos, vive sola, pero sus abundantes quehaceres solidarios no le dejan mucho tiempo para pensar en su vejez. «Ni siquiera me acuerdo de que tengo tantos años... Ya que hemos llegado, ¡no vamos a estar protestando!», y se ríe con los ojos llenos de bondad.

A ella no le acecha la soledad porque siempre está rodeada de gente que la aprecia. «Si no ayudase a los demás, entonces sí que estaría triste y sola». Aún así, dice que la soledad «es algo que hay que aceptar». ¿Eso es duro? «Debe serlo». Y tras una pausa de mirada intensa, añade: «Yo duermo muy bien». Y sonríe. ¿Pero no hay nada que eche de menos? «Me acuerdo mucho de mi familia, pero también de la gente que lo está pasando mal. Por eso estar con la asociación a mí me hace feliz». A pesar de su optimismo, al rato reconoce que también añora «tener más agilidad».

Pepita Esparza, en uno de los sillones de su salón, junto a los libros que todavía devora. Martínez Bueso

Hace un mes que Pepita se cayó «un porrazo» y, desde entonces, una chica la ayuda «a hacer las cosas de la casa». Es una mujer de nacionalidad marroquí, porque hasta cuando Pepita pide ayuda trata, a su vez, de ayudar a los demás. «Pero tiene un hijo y pronto tendrá que irse». El día que no pueda valerse por sí misma dice no saber qué hará. Lo que sí sabe es que, llegado el momento, quiere «irse sin dar guerra». Aunque en eso, igual que en la edad que tiene, todavía no piensa, porque «lo mejor es hacerse vieja haciendo las cosas con ilusión, porque no tener ocupación... –tuerce el gesto–. Eso es muy malo».

Carmen Lázaro Lorca / 87 años

«Ahora que ya no puedo salir, necesito compañía»

Celedonia y Pepita no saben qué es sentirse solas, pero sí Carmen Lázaro. Para ella, la soledad es como un ruido de fondo con el que ha aprendido a convivir. Una lluvia constante que todo lo empaña. A sus 87 años y con una movilidad bastante reducida, ella es la otra cara de la moneda. Vive sola y mata el tiempo como puede. Hace sopas de letras, escucha a Manolo Escobar con un ordenador, ve películas españolas «de las de toda la vida» o programas sobre viajes. A eso se reduce su vejez.

En los últimos cinco años, los mayores de 65 que viven solos en la Región han aumentado un 16,5%

Cuentan que las bajas pensiones no les permiten pagar cuidadoras personales, pero ellas se niegan a irse de sus casas

Carmen no tuvo hijos porque casarse no era su «vocación». Tiene sobrinos que de vez en cuando le echan una mano «para ponerme el internet cuando no me funciona», y también cuenta, durante dos horas tres días a la semana, con una asistenta sociosanitaria del Ayuntamiento de Lorca. «Me ducha, me hace la compra, la comida y me limpia la casa», y en su rostro se dibuja una sonrisa, «porque la quiero mucho; son muchos años los que lleva viniendo». El resto del tiempo, Carmen lo pasa en el sillón orejero que preside su salón. «Al morirse mis padres, me quedé sola, pero lo llevaba bien. Es ahora que no puedo salir cuando más en falta echo tener más compañía», dice con la misma lentitud con la que pasean los peces sin rumbo. «Antes me iba de excursión, me movía más, pero ahora ya nada». De esos viajes se acuerda mucho, igual que de las partidas al parchís que echaba con «una religiosa que venía a verme los fines de semana; hablábamos un rato. Eso me entretenía mucho, pero ella ya murió...», y los peces se le detienen en la boca.

Carmen Lázaro trastea el ordenador con el que escucha a Manolo Escobar, en su salón, en Lorca. Martínez Bueso

Carmen tiene párkinson y da casi todos sus pasos agarrada a un andador. Necesita mucha ayuda, pero con su pensión no puede pagar una interna. Ni siquiera «a una mujer que duerma conmigo, porque cobran muy caro». Por eso, su mayor empeño es que este reportaje la ayude a conseguir que «me den más a Fina –la asistenta municipal–, para que pueda venir todos los días».

Antonia Díaz Cartagena / 94 años

«Me cuesta mucho aceptar que no puedo hacer nada»

La que sí tiene una asistenta sociosanitaria municipal que la ayuda dos horas cada día es la cartagenera Antonia Díaz Soto. Para ella, que no puede dar un paso sola, la vejez es perder. Ir dejando cosas, personas, placeres y capacidades atrás. Muy atrás. Perder al marido, a los hermanos, la independencia, la movilidad. Ese es el resumen. Vivir es ir perdiendo mientras espera «la gloria». Porque, cuando se pasa de los noventa con limitaciones físicas como las suyas, «morir es eso, quedarte en la gloria». Y lo repite con esa risa que solo se observa en aquellas personas que –también– han perdido el miedo y el pudor a decir ciertas cosas. «Siempre les digo a mis hijas: 'cuando me muera, no llorarme, porque me voy a la gloria'». Silencio.

«A mí me cuesta mucho aceptar que soy tan mayor que no puedo hacer nada. Ellas se enfadan conmigo cuando hablo así, pero es que esa es la verdad». Su verdad. Una verdad que adereza con recuerdos, con visitas de sus hijas y nietos, con llamadas a las hermanas que todavía le quedan, con los programas matinales que hablan de política, «porque madre mía cómo están las cosas..., los jóvenes sin trabajo y a nosotros que nos quitan la pensión», resume sentada en su sofá biplaza.

La cartagenera Antonia Díaz mira hacia el exterior desde su salón. Martínez Bueso

A sus 94 «largos» y con su pulsador de teleasistencia como un órgano en el pecho, vive sola en teoría, pero no en la práctica. La trabajadora municipal la levanta, le da el desayuno, la asea, le limpia la casa y, cuando se va, la deja en su sillón entretenida con sus cosas. Sus revistas, su televisión, su teléfono.

Piden a las administraciones que vigilen el estado de las residencias y que financien más recursos de acompañamiento en el hogar

Con su limitadísimo caminar, su andador y algún familiar, Antonia cumple religiosamente todas las tardes con sus veinte minutos de paseo. «La gente se sorprende de ver que todavía salgo a la calle. Tengo ahí la silla de ruedas y mi nieto es el que más se empeña en pasearme, pero a mí no me gusta», y hace una mueca con la boca porque la vergüenza es algo que todavía no ha perdido. «Se me queda todo el mundo mirando con eso».

Francisca Bermúdez El Llano / 92 años

«Deberían subvencionarnos el acompañamiento»

A Francisca Bermúdez también le daba vergüenza que la vieran en silla de ruedas, pero hace seis años sufrió un ictus y no le quedó otra. Sus hijos viven en Madrid, pero ella se niega a irse de El Llano (Molina de Segura). «Yo dirigí la obra de esta casa y aquí me quedo. Tenía mucho genio yo para mandar. ¡Y lo tengo aún! Así que no me voy, porque a mí no me gusta que nadie me gobierne y porque yo quiero morirme en mi casa», dice con una sonrisa tan amplia como su memoria. Porque el cuerpo, un poco, pero la cabeza no le falla. Incluso recuerda los dos meses que pasó en una residencia cuando «ni me movía ni hablaba y, como me acuerdo, no quiero volver», sentencia. Francisca tiene una interna de día y otra por la noche. Un lujo que se puede permitir gracias a sus hijos, «porque con mi pensión, no podría». Y cuando se entera de la historia de Carmen Lázaro, a la que no conoce, se pone medio brava. «¿Es que a eso hay derecho? Los políticos subiéndose los sueldos y vergüenza tendría que darles solo de decirlo. No, hombre, no. ¡A los mayores tendrían que subvencionarnos el acompañamiento!».

Francisca Bermúdez, en la silla de ruedas con la que sale a la calle, ríe al recordar su pasado. Martínez Bueso

En contra de lo que pensaba Quevedo, ninguna de las protagonistas de este reportaje niega haber llegado a vieja. Mejor o peor de salud, con más o menos ganas de vivir, acompañadas, un poco solas o muy solas, a lo que sí se niegan es a contemplar el ocaso de sus vidas en una residencia.

«Nos cuentan que las familias no les prestan atención»

Cada vez menos mayores se sienten solos, recordaba el sociólogo Pedro Vera, pero muchos de ellos sí que siguen teniendo ese problema. Un sentimiento que, explica, «hace que tengan una percepción más negativa de su salud y un estado de abatimiento importante». Desde enero, un total de 871 de estos mayores, con edades comprendidas entre los 66 y los 75 años, han llamado al Teléfono de la Esperanza de la Región para «encontrar una forma de revertir ese sentimiento de soledad», cuenta Antonio Rubio, director técnico de la ONG. «Llaman para explicarnos que se sienten solos; no entienden cómo ellos, que tanto han hecho por sus hijos, ahora se encuentran en esa situación. Pero no lo dicen como un reproche, tienden a justificar a los hijos». De esos 871, 628 fueron mujeres y 243 hombres. El 21% vive con la familia, pero «nos manifiestan que no les prestan atención, que allí cada uno va a lo suyo y que se sienten solos igualmente».

Para tratar de ayudarles, los voluntarios de la ONG les aconsejan que «busquen una red de apoyo externa, algún tipo de centro de día o centro de mayores, que traten de estar activos y que busquen espacios para relacionarse con otras personas. Pero lo que percibimos es que suelen ser reacios a salir de casa. Han perdido la ilusión y tienen ese sentimiento de soledad tan arraigado que entran en un bucle de negatividad muy grande». Especialmente en ellos debe centrarse la Administración a la hora de elaborar futuras políticas sociales, señalan los expertos, porque «poner más recursos asistenciales para mejorar su estado de vida está bien, pero también faltan medidas para que sientan el trato humano de la sociedad, que se sientan acogidos, escuchados y acompañados por otras generaciones», concluye Rubio.

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