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Harry, en su blindado, traslada a un ciudadano afgano y a su hija de camino al aeropuerto. Cedida

Harry, nuestro héroe británico en Kabul

Al grito de «¡España!». Un soldado de la British Army, afincado en Murcia desde hace dos décadas, ayudó a los GEO españoles a localizar y rescatar a decenas de ciudadanos afganos que acabaron llegando a Torrejón

Domingo, 12 de septiembre 2021, 08:06

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Se llama Harry y es un héroe. Así, con sus cinco letras -sus dos consonantes y sus tres vocales- y su tilde. Y con todo lo que esa palabra entraña. Es un soldado británico, pero es un héroe español. El más reciente de una larga saga de héroes españoles. También un héroe embarazoso y, hasta hoy, al menos, el más desconocido. O silenciado.

Porque la historia de Harry incomoda. No puede ser de otra forma cuando es un chico de 22 años de edad, para colmo integrante de un ejército extranjero, quien espontánea y graciosamente -sin más deber que el que le imponen su corazón y su conciencia- se pone al frente de un operativo estratégico del Estado español y solo con su fuerza de voluntad, su determinación y su coraje impone orden en medio del caos, troca en esperanza la desesperación y asienta las bases del éxito donde todo apuntaba al fracaso. ¿Altisonante? ¿Grandilocuente? ¿Pomposo? Es que hablamos de héroes.

Un día más, como el siguiente, y el otro, y el de más allá... el chico emplea sus horas de descanso en atravesar de nuevo la multitud, a contracorriente, sin desfallecer, solo, agitando la bandera rojigualda y gritando el nombre de España

«Hello no. Hola»

El encuentro con los UIP

Martes 17 de agosto. Aeropuerto Hamid Karzai de Kabul (Agfanistán). Harry Dear, un integrante del grupo de Logística Paracaidista de la British Army comprueba su equipo -chaleco antifragmentación, casco de kevlar, pistola Glock 19...- y se dispone a recoger su subfusil AS80 cuando la mirada se posa en una enseña rojigualda. La llevan prendida en su uniforme unos agentes de las Unidades de Intervención Policial (UIP) de la Policía Nacional, a los que ve pasar a su lado. «¡Hola!», les saluda. «¡Hello, friend! How are you?», le responden.

La perenne sonrisa de Harry se agranda. «No, coño. A mí habladme en español, que yo soy casi de los vuestros», les advierte, divertido. «Joder, pues bienvenido al infierno», vienen a decirle. «Pásate luego a vernos y ya te tomas algo con nosotros», se despiden con un fuerte apretón de manos.

Esa noche, el muchacho, como el resto de su unidad, duerme en un blindado, ya que no logra encontrar una sola cama libre. A las tres de la madrugada los despiertan los talibanes. Les dicen que los vehículos estorban y que los muevan. No se distinguen por sus refinados modales. «Con la mirada me decían lo felices que me pegarían un tiro si no fuera por el pacto que estaba vigente».

A la tarde siguiente comparte unas cervezas y unas lonchas de jamón serrano y embutidos con los agentes españoles. Luego se irán uniendo al grupo unos cuantos 'geos' (miembros del Grupo Especial de Operaciones). El chaval -pelo rojizo acaracolado, ojos claros, alto y con la particular complexión de quien ha sido dos veces campeón nacional de Muay Thay- les cuenta que se ha criado en Murcia, a las orillas del Mar Menor, donde su padre se instaló dos décadas atrás para iniciar una carrera de promotor tras abandonar las fuerzas armadas británicas. «Yo no era muy bueno con los libros y mi padre decidió que lo mejor era apuntarme a una academia militar en Inglaterra», relata para explicar el hecho de haber acabado comiendo jamón en el aeropuerto de Kabul, en lugar de estar en Málaga aguardando el momento de ver torear a Roca Rey. «Tenía ya hasta compradas las entradas, joder».

Camaradas. Rodeado de integrantes del GEO, a los que ya se siente unido por lazos indestructibles.

Seis horas trasladando a refugiados

El añorado e inalcanzable catre

La misión de Harry consiste en cubrir con un blindado, de manera ininterrumpida, el trayecto de diez kilómetros que hay entre las pistas del aeropuerto y el Hotel Baron, en el que las fuerzas norteamericanas han instalado el 'check point'. El carro que conduce viaja atestado de compatriotas, de funcionarios de la Embajada y, sobre todo, de ciudadanos afganos que han colaborado con el Estado británico y que ahora, temiendo por sus vidas y las de sus familiares, huyen de los talibanes.

Después de seis horas encadenando sin descanso viajes de ida y vuelta, Harry está deseando tumbarse en su catre y desfallecer como si le hubieran pegado un tiro entre las cejas. Pero se aproxima a uno de los dos accesos habilitados junto al Hotel Baron, en torno a los cuales se extiende una inabarcable y desesperada marea humana, y se topa con sus amigos españoles.

Los GEO, pese a su extraordinaria preparación y a todo su amor propio, asisten impotentes desde la distancia al dramático espectáculo. Nadie les había advertido de que iban a tener vetado el acceso al 'check point', que está en manos exclusivas de las tropas estadounidenses y británicas. De ahí que su capacidad de acción sea, más que limitada, prácticamente nula. La impotencia y la rabia les subleva. «Al otro lado de los talibanes tiene que haber más de treinta afganos de los nuestros y sus familias, que estarán tratando de llegar hasta nosotros», le cuentan.

Harry busca a su mando más inmediato y le dice que va a echar una mano a los colegas españoles. El otro se encoge de hombros y el soldado se siente legitimado para subirse a un muro y comenzar a gritar: «¡España, España!». Después de muchos esfuerzos localiza a un hombre que fue intérprete de la Embajada española, de nombre Fawat, quien está acompañado por otros afganos. Harry les pregunta cuántos son en total y le contestan que unos veinte.

Con la satisfacción y el agotamiento reflejados en su rostro, posa junto a la enseña que le regalaron los GEO y que iba enarbolando cada día entre la multitud (izquierda). El soldado británico descansa contra un muro, en un 'selfie' que deja a la vista los dos emblemas nacionales, el británico y el español, sobre su pecho (derecha).
Imagen secundaria 1 - Con la satisfacción y el agotamiento reflejados en su rostro, posa junto a la enseña que le regalaron los GEO y que iba enarbolando cada día entre la multitud (izquierda). El soldado británico descansa contra un muro, en un 'selfie' que deja a la vista los dos emblemas nacionales, el británico y el español, sobre su pecho (derecha).
Imagen secundaria 2 - Con la satisfacción y el agotamiento reflejados en su rostro, posa junto a la enseña que le regalaron los GEO y que iba enarbolando cada día entre la multitud (izquierda). El soldado británico descansa contra un muro, en un 'selfie' que deja a la vista los dos emblemas nacionales, el británico y el español, sobre su pecho (derecha).

Un águila matando a una serpiente

Y dos banderas sobre el pecho

Pero no tarda en constatar que ha habido un equívoco: no son veinte individuos, sino veinte grupos, compuestos por unas 76 personas de ambos sexos y de todas las edades. El 'british soldier' los arrastra a empellones entre la muchedumbre hasta uno de los accesos y los deja a resguardo de los policías nacionales. Una de las mujeres grita que ha perdido a su hijo, recién nacido, y Harry lo encuentra a una decena de metros de distancia, sostenido en lo alto por un afgano que trata de evitar de esa manera que lo aplaste la enfebrecida multitud. Llega hasta él como malamente puede, toma al crío y lo pone en brazos de su madre.

El problema estriba ahora en trasladarlos a todos hasta el aeropuerto, pues los vehículos de los GEO son claramente insuficientes. Casi sin hablarlo se ponen a buscar por la zona una alternativa y se topan con un autobús, al que tratan de hacerle el puente. Lo que no logran es vencer el bloqueo del volante. Luego prueban suerte con otro, pero al comenzar las maniobras para arrancarlo alguien les grita desde el fondo y se dan cuenta de que hay una veintena de militares turcos descansando en el vehículo. Toca emprender una discreta retirada.

Al final no queda otra que hacer viajes y más viajes para poner a salvo a todas esas personas. Harry ya se ha ganado un hueco en el afecto de los agentes españoles, que le entregan un parche y una bandera con la enseña nacional y con el símbolo de la unidad: un águila que atrapa entre sus garras a una serpiente.

Al día siguiente, como al otro, y al otro, y al de más allá..., el chico cumple con su cometido para la British Army y las seis horas posteriores, las de su descanso, las emplea en atravesar de nuevo la multitud, a contracorriente, sin desfallecer, por su cuenta y riesgo, solo, sin el apoyo de su unidad, agitando la bandera rojigualda y gritando el nombre de España. En su pecho, como en su corazón, las enseñas de Gran Bretaña y España encuentran un lugar y un sentido. Y cuando ve flamear entre la marabunta humana unos pañuelos amarillos y rojos, se abre paso hasta allí, habla con sus portadores, les tranquiliza, fotografía sus documentos de identidad, toma imágenes de sus rostros... Después emprende una veloz carrera, a lo largo de un kilómetro y medio o dos, en busca de cobertura para su teléfono móvil, y envía el material gráfico a sus amigos del GEO para que hagan las comprobaciones pertinentes.

Si la respuesta es positiva, retorna sobre sus pasos y se lleva consigo a esas pobres gentes hasta ponerlas a buen recaudo, bajo la custodia de las fuerzas españolas, que rápidamente emprenden el camino hacia unos aviones del Ejército del Aire que, tras surcar los cielos sobre medio planeta, habrán de depositar a los refugiados en la base de Torrejón de Ardoz. Por fin a salvo.

«No sé a cuántas personas saqué de allí. Fueron muchas. Quizás a 150, 200... Solo el primer día ya fueron 76 y cada día que pasaba eran otras 10, 15, 20... Algunas veces ya me fallaban las fuerzas, porque los primeros cinco días los pasé casi sin dormir, pero me animaba diciendo que nunca más volvería a estar allí, en esa situación, y que tenía que llegar hasta donde pudiera», rememora mientras disfruta de un bien ganado descanso en Murcia, junto a María, su novia.

Imagen secundaria 1 - Harry, nuestro héroe británico en Kabul
Imagen secundaria 2 - Harry, nuestro héroe británico en Kabul

'Pagado' con abrazos y jamón

Un mar de seres desesperados

Afirma que jamás pensó en recibir un día un reconocimiento público a su tarea. Le bastaba con el afecto y el reconocimiento diarios que le regalaban los policías españoles y, algo más prosaico, con las bandejas de jamón que extraviaban para él. Más todavía, sostiene que ni siquiera era consciente de estar haciendo algo excepcional, valiente y tremendamente hermoso. Y es eso, precisamente, lo que convierte su comportamiento en heroico.

Porque no es un héroe quien aspira a convertirse en tal, sino aquel que simplemente actúa, a despecho de cualquier riesgo, porque su corazón y su conciencia le arrastran a hacer lo correcto.

«Era un milagro que aquello pudiera salir bien y el milagro lleva el nombre de este chaval», admite un miembro de las fuerzas de seguridad del Estado, que confirma íntegramente el relato de Harry.

Sus últimas horas en Kabul las pasó con el subfusil apuntando a una de las entradas, listo para el disparo, después de que un terrorista suicida hiciera estallar su carga explosiva apenas a 70 metros de donde se encontraba. En un lugar atestado de hombres, mujeres y niños que, en los días previos, atravesó un centenar de veces solo, desprotegido, agitando al aire una bandera rojigualda y gritando «¡España!» hasta que la garganta le sabía a sangre.

Imagen secundaria 1 - Harry, nuestro héroe británico en Kabul
Imagen secundaria 2 - Harry, nuestro héroe británico en Kabul

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