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Jose Martínez prepara la medicación en los pastilleros electrónicos para sus padres. NACHO GARcÍA / AGM

Generación sándwich: la vida que cabe entre dos cuidados

El creciente número de personas que se hacen cargo a la vez de hijos menores y padres dependientes tensa la cuerda social: «Siento que no llego, haga lo que haga»

Domingo, 20 de noviembre 2022, 07:24

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Con su padre de 87 años preso de una demencia, su madre paralizada por la depresión y la responsabilidad de atender a un hijo menor y cumplir con su trabajo, la murciana Jose Martínez, vecina de la pedanía de San José de la Vega, se ha visto «desbordada» ya en muchas ocasiones. Como si la hubieran dejado a cargo de un incendio donde brillan demasiados focos y que empeora con el tiempo. «Sientes que no llegas hagas lo que hagas», reconoce. «Mis padres fueron deteriorándose y llegó un momento en que me encontraba con que no se habían tomado la medicación o que no habían preparado comida».

Cabe poca relajación en quienes se ocupan de los hijos y de los padres, una situación que simultanean cada día más ciudadanos en la Región de Murcia. La tendencia se consolida año tras año por la combinación de «una longevidad creciente, un retroceso paulatino en el número de nacimientos y un retraso inexorable en la edad media a la maternidad», explica el economista de la salud y catedrático del departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Murcia, José María Abellán.

Se da la circunstancia de que el incremento de la esperanza de vida «se está traduciendo en España en una expansión de la morbilidad a edades avanzadas -explica-, de forma que, cada vez, una fracción mayor de los años ganados a partir de los 65 lo son en mala salud».

«Hay que poner en el centro de las políticas el cuidado de las personas, eso que en algunos países se llama el buen vivir. No veo otra alternativa».

Mª Dolores Frutos

Socióloga

El cambio se gestó «fundamentalmente en los últimos 30 años del siglo XX», apunta María Dolores Frutos, profesora del departamento de Sociología. «Hay quien dice que España cambió más en ese tiempo que en los 200 años anteriores».

No fue hasta 1981 cuando la trabajadora social Dorothy Miller puso nombre a este fenómeno al denominar 'generación sándwich' a aquellas mujeres de entre 30 y 40 años que debían lidiar con la niñez y la vejez al mismo tiempo. La imagen proviene de la posición entre dos cuidados que viven dentro de la familia haciendo un símil con el lugar que ocupa el contenido en un bocadillo en el que ellas hacen de fina loncha entre dos gruesas rebanadas de dependencia simultánea.

Estas mujeres actúan, además, como elemento cimentador de todo el conjunto, cargando sobre sus espaldas con la doble responsabilidad de dar sustento al crecimiento y la educación de las nuevas generaciones y de garantizar el envejecimiento en condiciones dignas de sus mayores.

La coincidencia en los hogares de hijos de corta edad y mayores con achaques en la última fase de sus vidas obliga a la generación intermedia a asumir un papel clave para el bienestar social, muchas veces al límite de sus capacidades. Lo sabe Fuensanta López Lisón, una mujer de 39 años, residente en Alcantarilla, que se ocupa de dos hijas menores, de 15 y 11 años, a las que se suma en semanas alternas también otra hija menor de su pareja, al mismo tiempo que cuida de su madre, diagnosticada de alzhéimer en estado avanzado desde 2017.

Fuensanta López, sentada junto a su madre, que padece alzhéimer, ayuda a sus hijas a hacer los deberes en su domicilio. NACHO GARcÍA / AGM

Fuensanta López

«Estoy siempre pendiente, incluso de madrugada»

Le sería imposible hacerlo si no residiera en un piso ubicado en el mismo edificio familiar donde, dos plantas más abajo, su padre, de 82 años, José, y su madre, Encarna, de 76, reclaman su ayuda.

La decisión de mudarse vino provocada por una conjunción de factores. «Se me juntó un poco todo. Me había separado, mi hermano tenía esta casa cerrada y mis padres estaban mal, y yo pensé que estando aquí también podría cuidarlos», asegura. Desde ese momento, se ha volcado en mantener el hogar de sus progenitores en orden sin dejar de lado a las pequeñas. Una tarea complicada. Cada mañana, viste a sus hijas para llevarlas a su centro educativo en el comienzo de una extenuante jornada en la que deberá cumplir como madre, empleada e hija de mujer dependiente. A veces lo hace tras unas pocas horas de sueño, habiendo tenido que salir de madrugada a la calle para caminar con su madre desorientada para tranquilizarla.

Cuando Fuensanta regresa del colegio, cerca de las 9.30, baja al primer piso del bloque para asear, vestir y preparar a Encarna, y llevarla al centro terapéutico de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzhéimer de Alcantarilla (Afade), donde recibe la ayuda de profesionales hasta las cinco de la tarde. «Es el mayor apoyo que tenemos», señala.

El problema llega durante los fines de semana y los festivos, cuando su madre sale de esa rutina. «Se hace difícil. Cada vez que ella tiene algún pico de ansiedad, mi padre se satura. Yo estoy siempre pendiente por si tengo que bajar en cualquier momento, aunque sea de madrugada». Eso también acaba con sus opciones de ocio. «No puedo desconectar. Tenemos una residencia en la costa y no podemos ir. Antes me iba sabiendo que, si hacía falta, yo podía estar ahí en 40 minutos. Pero volvía el domingo y mi padre estaba sobrepasado», asegura. «Ahora me siento en la obligación de quedarme», reconoce.

Un día en la vida de Fuensanta

  • 7.30 horas Se prepara y levanta a sus hijas

  • 8.00 horas Prepara el desayuno, y las lleva al centro educativo

  • 9.00 horas Acude a casa de sus padres, levanta a su madre con alzhéimer, la ducha, la viste, la peina, y espera a que desayune

  • 10.00 horas Deja a su madre en Afade, después vuelve a casa, pone un poco de orden y hace las camas

  • 10.30 Va al gimnasio

  • 12.00 horas Trabaja un rato en casa, donde lleva la parte administrativa para su pareja, que es autónomo, electricista de profesión

  • 13.15 horas Prepara comida y se va a por las pequeñas

  • 14.00 horas Recoge a las niñas

  • 17.00 horas Lleva a sus hijas a extraescolares y recoge a su madre en Afade para devolverla a casa con su padre

  • 18.00 horas Sigue con el trabajo que quedó pendiente por la mañana

  • 18.30 horas Recoge a las niñas de las extraescolares

  • 19.00 horas Estudia un rato con ellas y las ayuda con los deberes

  • 21.00 horas Hace la cena, prepara las mochilas y ducha a sus hijas

  • 22.00 horas Vuelve a casa de sus padres para echarles una mano con la medicación

  • 00.00 horas Hora de dormir. Deja el móvil encendido por si sus padres necesitaran algo o su madre sufriera una crisis. En ese caso, acude de inmediato

Jose Martínez

«Siempre piensas que no estás haciendo lo suficiente»

Jose Martínez siente ese mismo peso de la responsabilidad. La demencia de su padre, Andrés, de 87 años, le ha dejado con una discapacidad reconocida del 85%. Su madre, Pepita, además de depresión, sufre un lento deterioro cognitivo. «Si no va alguien, no se mueve», cuenta. Tanto ella como sus hermanos se dejan la piel para que sus progenitores tengan una buena calidad de vida, pero «no es fácil» mientras se afrontan el resto de obligaciones. Igual que Fuensanta, Jose debe compaginar esa atención a sus padres con los deberes como madre, como trabajadora y, desde 2020, también como empresaria. En aquel año, después de quedarse en paro a solo una semana de que el Gobierno de la nación decretara el confinamiento, se embarcó como socia en la creación de un laboratorio de prótesis dentales. Entonces, a la vorágine de cuidar de un hijo adolescente, que entonces tenía 15 años, y de unos padres cada vez más necesitados de atención, se sumó el caos de levantar una compañía para reinventarse como profesional con el país parado y la Administración improvisando su reformulación telemática. «Las gestiones fueron horribles. Esos fueron momentos muy duros», recuerda.

A lo largo de los últimos años, no ha dejado de sentir que las horas del día no alcanzan. Hace ya cinco que a su padre le dieron el diagnóstico que todos se temían. «Dentro de lo que cabe, todavía tiene cierta autonomía. Es muy activo -relata-. Le gusta salir a la calle y hablar con la gente, pero ni sabe el día en que vive ni tiene noción del tiempo. Igual él piensa que ha salido a tomar un café 20 minutos y ha estado fuera dos horas».

En su caso, la familia cuenta con la ayuda de una persona que los cuida por las mañanas de lunes a viernes. Un pequeño desahogo que tampoco logra cubrir todas sus necesidades. Ahora han contratado a una persona más. Pese a todo, Jose y sus hermanos deben turnarse para cubrir los huecos que la atención profesional no tapa. «Lo peor es el sufrimiento emocional -se sincera-, siempre tienes la sensación de que no lo estás haciendo bien, de que no estás haciendo lo suficiente y de que podrías hacer más».

«Debemos robustecer el Sistema de Autonomía y Atención a la Dependencia, muy disminuido desde 2010, y que solo recientemente ha vuelto a recibir atención»

José María Abellán

Economista

El sufrimiento es común entre quienes cargan con este doble cuidado, víctimas del desmoronamiento de un modelo de sociedad, que se dibuja con claridad en la evolución de las pirámides de población de los últimos 50 años. Las amplias bases de personas jóvenes con que contaba la sociedad murciana en los años 70 y 80, que permitían sostener cúspides envejecidas, dieron paso a un profundo cambio en los noventa y el nuevo milenio, que deja ver hoy un amplio ensanchamiento en la zona de edades medias, con una parte inferior mucho más estrecha, que está haciendo que deje de tener sentido hablar de una 'generación sándwich' para empezar a contemplar la posibilidad de una sociedad al completo atenazada por el fenómeno. «Nos estamos asomando a una realidad que irá al alza», señala Abellán, que advierte de «la fragilidad de nuestro sistema sociosanitario» para hacerle frente.

Pirámide poblacional d

e la Región de Murcia

Hombres

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Pirámide poblacional de la Región de Murcia

Hombres

Mujeres

1972

1982

Años

85

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El hundimiento demográfico

Los menores de 20 años caen del 39% al 22% en 50 años

Pronto no habrá jóvenes suficientes que puedan hacerse cargo de los cuidados no profesionales, donde la Administración no llega. En 1972, solo un 13,7% de la población estaba por encima de los 60 años en la Región de Murcia (116.030 habitantes) y las franjas de edad más numerosas eran las de menos de 20 años, que representaban el 38,6% del total. Hoy, el 22% de la población supera los 60 (336.499), prácticamente en un empate técnico con los menores de 20, que suponen menos del 22,3% (341.085). Y eso que, en este aspecto, la Región de Murcia presenta unas cifras sensiblemente mejores que la media nacional, donde los mayores de 60 superan ya el 27%.

El fenómeno se apoya en una longevidad creciente, el retroceso en el número de nacimientos y el retraso de la maternidad

La tendencia está lejos de detenerse, como augura ya una natalidad mermada, que provocará que los mayores abarquen cada vez mayor proporción del pastel demográfico, mientras los jóvenes continúan menguando. De hecho, según un estudio de la Fundación Adecco elaborado con los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, la Comunidad ha alcanzado este año un nuevo máximo de envejecimiento del 92,6%, que significa que hay 92 personas de más de 64 años por cada 100 menores de 16. Esto va a provocar que suba la ratio de mayores por personas jóvenes, lo que tendrá consecuencias diversas, entre ellas, más allegados teniendo que cuidar de sus familiares.

«En este punto, uno de los indicadores más importantes es el índice sintético de hijos por mujer», señala María Dolores Frutos. Está generalmente aceptado que el número medio de hijos para garantizar el relevo poblacional y compensar las defunciones es de cerca de 2,1 por cada mujer a lo largo de su vida fértil. En 1975, esta cifra era de 3,21 en la Comunidad. Hoy solo alcanza el 1,48. «Eso antes era una barbaridad», destaca.

Una evolución lastrada

La precariedad laboral como retardante social

Frutos achaca esta caída a una conjunción de factores. En primer lugar, a una conquista social, la de la incorporación de la mujer a al mercado de trabajo, donde las sucesivas leyes educativas, que han extendido los años de estudios obligatorios, primero, pasando de los 10 a los 14 en los 70 y, posteriormente, con una ampliación hasta los 16 en la Logse, les han permitido una mayor formación. «Y una mujer que ha estudiado, quiere trabajar -sentencia la socióloga-. Otra cosa es que lo consiga y en qué categoría». Y es que la precarización de los empleos ha sido fundamental. «Es importante hablar de cambios jurídicos, porque, a partir de los años 80, empieza a introducirse el neoliberalismo con nuevas formas de contratación que han posibilitado la aparición de empleos que ya no permiten la independencia -subraya-. Es el llamado 'precariado'. Hasta bien entrada la treintena, los jóvenes, fundamentalmente los más pobres y ahora también la clase media, no logran salir del hogar de sus padres». Así, la posibilidad de tener hijos arranca más tarde y, en muchas ocasiones, lo hace bajo una delicada situación económica. Al mismo tiempo, estos empleos precarios suponen una barrera para el cuidado, con pocas opciones de conciliación y unos salarios que no permiten contratar a cuidadores profesionales.

La mayor esperanza de vida eleva la posibilidad de padecer dolencias y necesitar atenciones durante más años

«Para afrontar este problema, empresas y administraciones públicas han de actuar conjuntamente en varios planos, facilitando de forma efectiva la conciliación de la vida familiar y laboral -afirma José María Abellán-, robusteciendo también el Sistema de Autonomía y Atención a la Dependencia, muy disminuido desde 2010 y que solo recientemente ha vuelto a recibir la atención presupuestaria que merece». Del mismo modo, subraya la necesidad de «impulsar políticas de prevención de las enfermedades crónicas y de fomento del envejecimiento activo». Para María Dolores Frutos, no hay duda: «Hay que poner en el centro de las políticas el cuidado de las personas, eso que en algunos países se llama el buen vivir. Yo no veo otra alternativa».

Una prestación de la Dependencia que actúa como renta mínima

La prestación económica de la Dependencia para el cuidado en el entorno familiar se utiliza de forma mayoritaria en la Región de Murcia como una renta mínima de subsistencia por parte de mujeres en riesgo de pobreza. Esa fue una de las conclusiones de la tesis de la UMU realizada por José Ángel Martínez y dirigida por los profesores del departamento de Sociología María Dolores Frutos y Juan Carlos Solano en 2017, que concluyó que 7 de cada 10 mujeres por debajo del umbral de pobreza, con escasa formación y en paro, destinan estas ayudas a comida y el pago de facturas como la electricidad y el gas. El trabajo incide en la necesidad de una mayor oferta de servicios en el ámbito de los cuidados para reducir «la brecha entre mujeres y hombres», lo que redundaría en «una menor desigualdad de género, ya que, cuando el Estado no cubre las situaciones de necesidad, estas son prestadas por las familias y, más concretamente, por las mujeres», señala el estudio. Además, destaca que la inversión estatal en política social, en comparación con los países de nuestro entorno, refleja «el escaso compromiso» del país con estas políticas, «un signo más de la expresión de un sistema de bienestar familista».

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