Aquellos antiguos desmontajes que arruinaron el patrimonio
Existe una palabra maldita, en lo tocante al patrimonio murciano. Tan maldita que su simple pronunciación hace retemblar, nunca mejor escrito, edificios históricos y monumentos. ... El término es desmontar. Y hacía mucho tiempo que nadie lo pronunciaba. Hasta ahora. El Ayuntamiento de Murcia anunció hace unos días que prevé «desmontar y apuntalar La Luz para evitar nuevos derrumbes». Se refería la crónica de Pilar Benito al eremitorio del monte y cuyo deterioro venimos años denunciando. Cierto es que el alcalde Ballesta, a cada cual lo suyo, viene demostrando una decidida defensa de nuestro patrimonio con certeras actuaciones en el entorno de Monteagudo, los molinos y acequias de la huerta y otros lugares de gran interés. Pero si echamos mano de la historia, cada vez que se declina el verbo desmontar las consecuencias son terribles.
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El último gran edificio que se desmontó, apuntaló y cuyos vanos fueron tapiados, como ahora se anuncia, ya no existe. Lo llamaban el Contraste. Fue mercado de la seda, salón consistorial, sala de armas, Casa Lonja, salón en alquiler para bailes, depósito de armas, archivo de protocolos notariales, hogar de un pintor, museo de Bellas Artes, caserón en ruinas y luego un montón de escombros.
Todo eso fue el Contraste, el inmueble más representativo de Murcia en el siglo XVII por aunar la vida económica, política y social. Estaba en la esquina de las plazas de Las Flores y Santa Catalina, donde hoy se alza el edificio de La Unión y el Fénix. Hace un siglo fue declarado monumento nacional. Fue el primero que logró esa catalogación en 1922. Eso, en nuestra amada ciudad equivalió a lo mismo que tener un primo en 'Graná'.
El Contraste, como la Luz, comenzó a deteriorarse sin que nadie lo evitara. Desde comienzos del siglo XX, cuando propusieron derribarlo para construir un colegio, hasta que cegaron sus ventanas, lo apuntalaron y, finalmente, en marzo de 1933 fue demolido. Antes, se desmontaron algunas partes que se conservan, reconstruidas, en el Museo de Bellas Artes: lápidas, dinteles, escudos...
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Leopoldo Torres Balbás, arquitecto conservador de la zona 6, que incluía a Murcia, propuso dos soluciones: una restauración integral o el desmonte. ¿Qué creen que decidió la Dirección General de Bellas Artes? Pues que se desmontara y que el Ayuntamiento pagara la factura. Eso ocurrió en marzo de 1932. Al Contraste le quedaba un año escaso de vida. Nadie pestañeó.
No fue el Contraste el único edificio aniquilado por el mismo método. Ejemplos hay a capazos. Eso le ocurrió al palacio de los Riquelme de la calle Jabonerías y cuya fachada desmontada permaneció en un solar hasta que se reconstruyó para formar parte del Museo Salzillo.
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El palacio de los Vélez
Igual suerte corrió la portada del palacio de los Vélez que se alzaba entre los conventos de las Claras y de las Anas. Derribado para abrir Alfonso X, su puerta se mantuvo un tiempo allí erguida y solitaria. Luego se reubicó, por suerte, como parte del altar mayor de la parroquia de San Antolín, dando cobijo al Señor más castizo que atesora Murcia y cuyo nombre, con perdón, no es necesario recordar. Otra portada que se salvó de milagro tras apuntalamientos fue la del llamado Huerto de las Bombas, en el camino de Espinardo, justo enfrente de la antigua Escuela de Maestría. Datado en el siglo XVII, era propiedad del marqués de Torre Pacheco. Hoy luce, no el marqués sino la puerta con sus salvajes de piedra, en el jardín del Malecón.
Las últimas fachadas víctimas de un desmonte fueron la del manicomio que había junto al palacio de San Esteban, que allí todavía se encuentra la pobre, y la del antiguo matadero (1742), que se trasladó al jardín de Floridablanca. Al menos, algo se salvó. En otros casos optaron por no recuperar nada. Así ocurrió con los bañosmoros de la calle Madre de Dios, que bien contada tengo en esta misma sección la sinvergonzonería de su derribo. Sin olvidar el histórico convento de San Antonio, al que empezaron a 'trocear' por supuestas amenazas de desplome y que acabó convertido en bloque de pisos, salvo su iglesia, de milagro.
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La historia del eremitorio de La Luz es interminable. La inició un asceta llamado Higinio, quien cuanta la leyenda que se estableció en la sierra de Salé allá por el siglo IX. Anteayer. En 1429, el Concejo cedió las aguas de un manantial cercano a otro fraile. Hasta que Carlos I en 1528 confirmó el establecimiento de los llamados «hermanicos de la Luz». El edifico fue declarado no hace mucho monumento BIC, por lo que algo tendrá que apuntar la Dirección General de Bienes Culturales en el previsto desmonte. Es propiedad municipal, pues el Ayuntamiento lo apadrinó durante la desamortización de Mendizábal para evitar su venta. Un acierto. Aunque la posesión, que no el ánimo de restaurarlo como resulta evidente, corresponde al Obispado de Cartagena. El estado del inmueble es lamentable. Hace unos años, quien esto escribe organizó el traslado hasta el Palacio Episcopal de la colección de esculturas que había en la iglesia. Por miedo a que sufrieran daños al desplomarse la cubierta, a que fueran robadas o, lo peor, a que las vendieran.
El proyecto actual para La Luz incluye el desmontaje «elemento a elemento» de todas las piezas que presenten riesgo de desprendimiento y «su acopio para su posterior clasificación» [ya veremos cuándo]; la consolidación de muros; y el cerramiento vertical provisional en la zona. Si leer desmontaje ya causa cierta inquietud, imaginen escuchar otros términos como «posterior clasificación» y «cerramiento provisional». ¿Provisional? Y más alarmas se disparan tras conocer que solo se destinan 70.000 euros. El obispo Ureña manejaba en su día un presupuesto de restauración total de seis millones de euros. Echen ustedes cuentas.
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