Aquellas ventas postbalance y la insufrible cuesta de enero
La Murcia que no vemos ·
No es cierto que los americanos inventaran estos saldos: hace 150 años existían en MurciaHasta ahora nos vienen contando que las rebajas son un invento americano. Americano del norte. Al parecer, tras la bancarrota bursátil de 1929, algunas empresas ... dedicadas a la venta al por mayor acordaron rebajar los precios para activar el consumo. Además, facilitaban los pagos a plazos. Y la cosa cuajó, porque el consumismo no tiene época ni cartera pobre.
Publicidad
Los productos comenzaron a venderse y los consumidores, quienes podían adquirirlos a crédito, empezaron a endeudarse. Luego, como sucede en la actualidad, vendrían las madres mías cuando llegaran las letras y no pudieran pagarlas. Pero esa es otra cuestión.
Esta es la historia oficial de las rebajas, aunque no resulta del todo cierta. La costumbre de ofrecer productos supuestamente más baratos ya existía en Murcia a mediados del siglo XIX. Los anuncios en la prensa periódica así lo prueban. Por ejemplo, el diario 'La Paz de Murcia'. En una edición de marzo de 1858 insertaba un aviso del «acreditado establecimiento de Giménez y López». Era una camisería ubicada en la calle Trapería.
El anuncio, cuyo título rezaba 'Elegancia y baratura', informaba de que en los siguientes días «habrá de notarse la rebaja en los precios». No aclaraba cuándo, pues igual la incógnita atraía a más compradores. Lo mismo proponía el librero Riera, quien mantenía establecimiento en la calle del Contraste.
Publicidad
Allí, según 'La Paz' había «un gran barato de libros de todas clases, con tan exorbitantes rebajas» que eran imposibles de igualar. Vamos, como también publicaba el mismo anuncio: «¡Libros casi de balde!».
Las ofertas no se reducían a los comercios de alimentos o ropa. Incluso se observaban rebajas en las farmacias. Al menos, para cuestiones tan sorprendentes como «la curación pronta y radical» de las mataduras y llagas de los caballos.
Publicidad
Para conseguirlos, bastaba con acercarse a la botica «del señor Martínez», donde vendían la medicina y se beneficiaba uno de «grandes rebajas». Al señor Martínez, desde luego, le gustaba bajar el precio de sus productos. Porque incluso proclamaba ofertas en otros anuncios publicados en 'La Paz' sobre un jarabe «para la primera dentición de los niños». O, guárdame a la cría, en el tratamiento de las denominadas «enfermedades secretas».
Enfermedades secretas
Este tipo de dolencias, más inconfesables que secretas, se curaban «con el vino de zarzaparrilla y los bolos de Armenia», que vaya usted a saber qué eran tales productos y qué efectos secundarios tendrían. Por mucho que el autor de la receta fuera un tal Ch. Albert, «médico y farmacéutico de la Facultad de París», entre otros títulos.
Publicidad
Curiosamente, los descuentos a familias numerosas tampoco son un invento que trajeron los nuevos tiempos. Desde muy antiguo se utilizaron como reclamo para la venta de toda suerte de artículos y servicios. Pongo por caso los pasajes de barco que unían Alicante con Orán y Marsella y que ofrecían «precios módicos con grandes rebajas» a aquellas familias «de tres personas al menos».
Ni las corridas de toros se libraban de los saldos. Eso ocurrió en 1928. Ocho toros anunciados en La Condomina. La empresa taurina publicó en prensa que se había llegado a un acuerdo con todas las líneas de trenes para que aceptaran «grandes rebajas de precios».
Publicidad
Ya entrado el siglo XIX, un nuevo concepto sustituyó a los tradicionales saldos cuando llegaba enero. Unos lo llamaban «quema de restos», otros «ofertas especiales» y la mayoría «ventas postbalance». Su éxito era similar: muchos comerciantes aseguraban que vendían más género al comenzar el año que durante todas las fiestas navideñas.
En algún caso, los comercios preferían esquivar el término rebajas en su publicidad por considerarlo demasiado ordinario para describir el «espléndido género que aquí se despacha». Supongo que tendrían su selecta clientela.
Noticia Patrocinada
Siempre hubo gastosos
Incluso a pesar de la cuesta de enero, que para tantos era más acantilado por las estrecheces económicas. A comienzos del siglo XX, la expresión «cuesta de enero» se aplicaba sobre todo a las fatigas que pasaban los empresarios teatrales a partir de ese mes. Los espectadores ya habían gastado todos sus presupuestos para espectáculos en Navidad y reservaban lo poco que les quedaba, si es que aún les sobraba algo, en mantener el hogar.
Aunque esta afirmación tampoco se cumplía cada año. De todos modos, no se podía negar la evidencia de cuánto nos gusta gastar. Los compradores, publicará LA VERDAD, «acuden a los establecimientos sin que, al parecer, les importe mucho la famosa cuesta de enero».
Publicidad
El redactor solo atribuía esta situación a algo evidente: «Hay dinero sobrante pese a los gastos extraordinarios de las fiestas». O eso, o los parroquianos se endeudaban más. No hay nada nuevo bajo el sol de enero.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión