Cincuenta años de la riada más letal del siglo XX
Supervivientes de la riada de 1973, que dejó cien muertos en Puerto Lumbreras y Lorca, rememoran la tragedia
La riada del 19 de octubre de 1973, de la que esta semana se han cumplido 50 años, fue la más mortífera del siglo XX en la cuenca del Segura, ya que dejó tras de sí un centenar de muertos, 85 de ellos en Puerto Lumbreras, y 13 en Lorca. Ese día «se abrieron las cataratas del cielo», como describe el catedrático de Geografía Antonio Gil Olcina en un análisis sobre las causas atmosféricas de esta tragedia. Se registraron precipitaciones de 250 litros por metro cuadrado, la lluvia torrencial provocó un caudal de 2.000 metros cúbicos por segundo en la rambla de Nogalte, que atraviesa el casco urbano de Puerto Lumbreras, de los que el 40% eran de materiales sólidos en un suelo con escasa protección vegetal. Esa descomunal cantidad de agua generó una ola que alcanzó los 15 metros de altura en el municipio lumbrerense, y 10 metros en Lorca, donde el caudal del Guadalentín fue similar, una vez laminado en la presa de Puentes.
Ramón Robles, vecino de Puerto Lumbreras, perdió en la riada a su madre y a dos hermanos, que fueron arrastrados por el agua estando dentro de su casa, y a su abuela, que falleció de un infarto al presenciar la fatídica escena, que se produjo cuando él tenía 14 años. «Pude soportar el envite del agua que me llevaba», y se salvó milagrosamente, como también lo hicieron su hermana y su padre, que estuvo a punto de que le amputaran las dos piernas por las graves lesiones que sufrió.
Relata que en ese momento no era consciente de lo que estaba pasando, «solo pude reaccionar cuando estaba en medio de la rambla y me di cuenta de que no estaba soñando porque miré el reloj y eran las tres y veinte de la tarde». Se acuerda de que «la casa se movía como si fuera un terremoto, y es que se estaba cayendo, como todas las de alrededor», situadas cerca del cauce. Muchos de sus vecinos también perdieron la vida al desplomarse decenas de viviendas.
Ramón Robles, vecino de Puerto Lumbreras, perdió en la riada a su madre y a dos hermanos arrastrados por el agua; y a su abuela, que sufrió un infarto al presenciar la escena
Ramón recuerda la solidaridad de la gente en aquellos momentos. Los vecinos ayudaron en las tareas de desescombro y el farmacéutico del pueblo les dejó su casa hasta que su padre se pudo permitir comprar una. A la mayoría de los lumbrerenses les afectó la tragedia, más de 200 casas quedaron inutilizadas, 500 vecinos perdieron sus hogares y se dañaron servicios municipales como el matadero, la depuradora, la lonja, redes de abastecimiento y saneamiento y caminos. Él recuerda la riada como si fuera ayer, pero los vecinos «no suelen comentar nada» de este grave suceso que marcó sus vidas. «Cada uno se reserva su experiencia, incluso con mi mujer solo he hablado de esto en momentos puntuales».
Después de la avenida de 1973, el encauzamiento de la rambla de Nogalte a su paso por el núcleo urbano de Puerto Lumbreras evitó que la tragedia se repitiera en la riada de San Wenceslao, el 28 de septiembre de 2012, ya que sus características y magnitud fueron similares. En esa ocasión, en Puerto Lumbreras murieron tres personas, entre ellas una niña, y en Lorca dos.
El bramido del agua
«Nos quedamos sin casa y sin nada», recuerda un vecino de Lorca, Eusebio Martínez, el mayor de siete hermanos, que entonces tenía 23 años. La familia vivía en la ribera del río Guadalentín, junto a La Peñica, en el barrio de San Cristóbal. «Me acuerdo mucho de aquello. Eran las cuatro y media de la tarde y llovía a mares, tanto que no se veía a un palmo de distancia». No se ahogaron porque «mi padre se asomó por la ventana que daba al río» y al escuchar el bramido del agua comprendió la fuerza con la que venía el caudal. «Nos dio tiempo a salir con lo puesto, pero no pudimos salvar el ganado», un rebaño de 90 cabras, que era el medio de vida de la familia.
Su casa quedó anegada, como el 20% de la superficie de la ciudad, convertida en un gran embalse por efecto de la última gran crecida del Guadalentín, la mayor desde la de 1948. Las pérdidas económicas en Lorca fueron de 1.064 millones de pesetas y en el caso del padre de Eusebio, la riada le obligó a emigrar a Francia para buscarse la vida y sacar adelante a la familia. «Nos costó mucho reponernos, éramos una familia humilde».
Según recoge el geógrafo Joaquín David Romera en su artículo 'Vulnerabilidad y riesgo de inundación en el espacio urbano de Lorca', publicado en la revista 'Clavis', los daños en las viviendas resultaron cuantiosos: 150 edificios en ruina, 80 infraviviendas inhabitables y 900 casas gravemente dañadas. El Ministerio de Vivienda dispuso 150 casas prefabricadas en varias zonas de la ciudad.
Los sectores urbanos de San Cristóbal, San Diego, La Alberca, San Ginés, Santa Quiteria y las diputaciones de la huerta fueron los más afectados por su proximidad al cauce y algunas de las casas quedaron sumergidas bajo cuatro metros de agua. La ciudad quedó incomunicada y sin luz, la red de agua potable y alcantarillado resultó seriamente dañada en 400 kilómetros y 29.000 metros cuadrados de aceras tuvieron que ser reconstruidas.
El campo quedó arrasado; se perdieron más de 16.000 cabezas de ganado y el sector industrial de la ciudad también sumó pérdidas millonarias. La mayoría de las factorías urbanas se situaban en las márgenes del río Guadalentín, entre las que destacaba el floreciente sector del curtido. Resultaron afectados 72 empresas y 99 comercios y el paro aumentó en 5.000 personas como consecuencia de la riada.
Las cifras
2.000 metros cúbicos por segundo
fue el caudal que provocó la lluvia torrencial.
1.064 millones de pesetas
fueron las pérdidas económicas por la riada en Lorca.
Cientos de rescates
Carmelo Miñarro recuerda muy bien a sus 80 años cómo el ejército salvó muchas vidas, ayudó a rescatar a más de 400 niños del colegio Sagrado Corazón, a 40 ancianos del asilo de San Diego y a decenas de personas que habían quedado atrapadas en sus casas. Los soldados de reemplazo, muchos de ellos voluntarios, estaban destinados en el Regimiento de Infantería Mallorca 13 y tuvieron una labor fundamental, como los cuerpos y fuerzas de seguridad y centenares de voluntarios anónimos. Trabajaron día y noche también para quitar el fango que durante días cubrió la ciudad.
Su familia, que regentaba la funeraria Mínguez, reside en la plaza de La Estrella, donde también tenía el negocio. El sótano en el que almacenaban los féretros quedó cubierto de agua hasta un metro de altura y los ataúdes «navegaban, fue una imagen pintoresca», rememora.
Su mujer, a punto de dar a luz, «se remangó los pantalones hasta la rodilla para ayudar a sacar barro» de la casa y al día siguiente alumbró a su hija. «La gente del barrio somos valientes, estamos acostumbrados a las riadas», dice este vecino, que también tiene grabada en su memoria la de 1948, pese a que entonces solo tenía cinco años.
Según el informe municipal sobre la avenida del 73 que recoge el geógrafo Romera, la principal causa de la riada en Lorca fue la falta de un acondicionamiento previo del cauce para soportar una avenida extraordinaria. El lecho se encontraba al mismo nivel que calles del barrio de San Cristóbal y más alto que las de Santa Quiteria y San Diego. Los muros de protección del río, demasiado endebles, tampoco resistieron la fuerza del agua, que rompieron en algunas zonas y en otras el caudal saltó un metro por encima.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión