De la tierra quemada

Uno no se imagina la grandeza de los vinos franceses y sus regiones hasta que se visitan y se empieza a profundizar. El Ródano tiene algo mágico en este sentido, que atrapa y que no deja indiferente. De varias veces que he visitado esta región, cada vez parece que me sorprende y me cautiva más. Nos encontramos en el Ródano Norte, que cuenta con apenas el 5% de la producción total vinícola, y la cuna de la syrah. Hemos pasado el paralelo 45 y esta variedad se encuentra en su límite por el norte y su zona de confor, donde desarrolla todo su potencial y elegancia, mostrando su grandeza y pudiendo competir con los mejores vinos del mundo.

Cornas es una de las denominaciones de esta subregión, y está clasificada como Cru. El nombre, de origen celta, significa 'tierra quemada' o 'tierra abrasada' y hace referencia al clima cálido y seco, igual que su vecina Côte Rôtie. Su historia es muy antigua y se dice que el emperador Carlomagno era amante de ella. En la Corte Real Francesa, Cornas ya era popular en el siglo X, y en el siglo XIX su reputación es comparable a CDP. Cuenta con apenas 125 hectáreas en las laderas del pueblo homónimo, laderas muy empinadas de granito y caliza en el subsuelo. Pese a su tamaño, encontramos algunos de los productores más conocidos del Ródano como Franck Baltazar, Thierry Allemand, Auguste Clape, Jean Luc Colombo o Vincent París.

Vincent París es un pequeño productor de vino que arrancó en 1997 pero que, pese a su juventud, se ha convertido en leyenda en muy poco tiempo y sus vinos son objeto de deseo entre todos los amantes y conocedores del mundo del vino. París ha imprimido un carácter único y diferenciador a sus vinos con personalidad propia, combinando frescura y potencia, a la vez que textura y mineraldad, vinos contundentes y aterciopelados. La Geynale es el gran vino de Vincent París, una parcela centenaria que expresa la parte potente y fresca de la syrah, con profundo aroma a fruta negra con fondo ahumado y mineral y un toque de especia picante (pimienta Jamaica) y notas florales de flores alpinas, violetas, alhelíes y un final balsámico que recuerda a lavanda.

El vino está en su punto para tomar y sería acompañamiento perfecto de una paletilla de cabrito al horno de leña con unas verduras a la brasa y piñones tostados, aunque se puede tomar durante la siguiente década, pese a que por desgracia ya son muy pocas las botellas que quedan disponibles.

Se me hace la boca agua recordando la última botella que abrimos hace apenas una semana, y cuento el tiempo para abrir la siguiente. Sin duda, un gran placer a precio moderado que uno se debe permitir tantas veces como sea posible.

Manuel Cantalapiedra es una de las raras excepciones que encontramos en Rueda, a quien podríamos salvar de la quema de las superproducciones de verdejo ancladas en la mediocridad, de la mera industrialización y banalización de una de nuestras grandes variedades, tan prostituida que uno ya no sabe bien definir ni su carácter varietal.

Lirondo es un ejemplo de verdejo bien hecho, honesto, desenfadado y directo, procedente de viñas entre 10 y 25 años y suelos de arena caliza, fermentado en acero inoxidable, sobre lías y sin filtrar, con un poco más de textura de lo habitual.

Define bien el carácter varietal con aromas de flores blancas, fruta verde (manzana), un toque de frutas de hueso y aromas cítricos que van desde el azahar a la propia naranja. Un vino para tener de fondo de armario y perfecto para aperitivos y pescados blancos.

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