Seductor y con raza

En un mundo gobernado por las prisas y la inmediatez, los momentos de paz y sosiego son indudablemente un regalo. Hoy hablaremos de un vino que se toma su tiempo. Como el común de los mortales, hay ciertos días en los que me permito estar algo bajita de ánimo. Y digo 'me permito' porque es un lujo este que no todos sabemos controlar, sobre todo aquellos que trabajamos de cara al público.

Han sido unos días frenéticos, de múltiples cambios y decisiones transcendentales, durante una semana de aclamada lluvia. Queridos lectores, no sé a ustedes, pero a mí, el cielo grisáceo y el olor a tierra mojada me sensibilizan bastante. Les cuento esto porque la otra noche, al llegar a casa, sensitiva, con la piel erizada por el frescor de la noche y, agotada tras un arduo día de trabajo, me quité los zapatos, colgué la americana y me serví una copa del extraordinario amontillado Poley, añejado más de 35 años por Bodegas Toro Albalá. Un vino que cura el alma. ¡Qué curiosa es la percepción del tiempo cuando estamos extasiados!

Fue un instante perfecto: la penumbra de la terraza, sumada al crepitar de la lluvia sobre la tierra mojada, y mi copa por única compañía... ¿Existen los maridajes efímeros o intangibles? Por supuesto, estoy absolutamente convencida. Antonio Sánchez, 'alma mater' de Toro Albalá, fue pionero al apostar por los vinos de añada en Montilla-Moriles (Córdoba). Si bien fue tachado de loco revolucionario en los años sesenta, hoy se ha ganado el respeto del sector por su ingenio. Tradición, delicadeza, cariño, investigación y esfuerzo se transmiten en cada una de las botellas, como si de historias de vida se trataran.

El legado de Antonio Sánchez no solo nos brinda la creación de joyas enológicas, también la expresión de una manera diferente y sosegada de entender la cultura del vino. El Amontillado, además de ser mi vino fetiche, es un vino muy singular. Combina la crianza bajo velo de flor, propia del Fino y la Manzanilla, con un período posterior en el que el velo de flor desaparece y el vino se expone a la oxidación natural de sus componentes organolépticos. Elaborado, en este caso, con Pedro Ximénez, de la fusión de ambas crianzas nacen los amontillados, unos vinos tan extraordinariamente complejos e interesantes como este Poley: un vino con duende, un vino al que escuchar y entender. Un vino que te envuelve como una enredadera y del que ya no puedes escapar porque es absolutamente mágico, adictivo e intelectual como los sutiles sabores amargos.

Poley, de color ámbar con reflejos cobrizos, es denso y lánguido. Asombrosamente intenso y complejo en nariz, es fragante, especiado, con cautivadoras notas de barniz, bollería fina y fruta pasificada. En boca es seco y afilado en su entrada, sápido y con mucho carácter en su paso, para finalizar ligeramente mineral. En conclusión: es un vino seductor, elegante, sofisticado y con una raza sin precedentes. Un vino para disfrutar lenta y pausadamente, y para no dejar de soñar.

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