De Dylan a Grisard

«Escribir sobre música es como bailar arquitectura», dijo Frank Zappa, o Miles Davis o Patti Smith, o Thelonius Monk, o Paul McCartney. En realidad no se sabe muy bien. Esta frase la ha firmado tanta gente que prácticamente se ha convertido en un dogma. Pero no creo que todos sepan a qué se refieren, repetir algo no es entenderlo y mucho menos sentirlo. Yo siempre había tomado esa frase como cierta. Cada artículo que leía sobre música lo ponía en cuarentena hasta escuchar una y mil veces el tema del que tratara.

Igual que hago con el vino, leer sobre él y creer conocerlo no es más soberbio que pensar que hemos ligado con Anne Hathaway por saber su color favorito por un artículo que vimos en 'Vogue'. Pero el otro día pasó algo. Tras meses cogiendo polvo en la estantería me decidí a leer un libro de Dylan que compré hace un tiempo, 'Filosofía de la canción moderna'. Un libro tan arrogante y descarado que se convierte en una suerte de dinamitero loco más que dispuesto a hacer volar la teoría por los aires por el solo placer de ver cómo caen sus partes y qué figura acaban conformando. Solo el más grande puede coger un dogma y zarandearlo como si fuera Moby Dick y la industria musical no tuviera Ahab que le guiara.

Michel Grisard es lo más parecido a Dylan en el vino. Defensor de causas perdidas, convencido de su trabajo y con la suficiente seguridad como para saber cuándo terminar. Al igual que hizo el bueno de Bob hace unos años con los derechos de sus canciones, Michel, en 2015, vendió su bodega. Por eso este 2014 del que hablamos, es y será la última oportunidad de probarlo. Como muchos pequeños viticultores de su generación, Michel Grisard creció en la granja de su familia, que también producía huevos y carnes. Sin embargo, la familia Grisard estaba quizás un poco más involucrada en el vino que la mayoría, ya que también manejaban un vivero de vides, proporcionando plantas para nuevos viñedos en su área.

No tardó mucho tiempo en abandonar las faldas de la familia y trasladarse a una finca que él mismo había plantado de mondeuse, una variedad casi extinta y que solo su tozudez fue capaz de mantener viva hasta hoy. Nació así el Priez Saint Christophe en 1982.

El enfoque de Grisard hacia la viticultura fue bastante tradicional al principio, al hilo con su educación universitaria, llena de herbicidas, fungicidas, pesticidas y fertilizantes en abundancia. Sin embargo, después de conocer al mito Overnoy (del que ya hablamos aquí hace semanas), rápidamente se convirtió en el primer productor biodinámico de Saboya.

Sus vinos han permanecido inalterables, con una nariz dulce, muy aromática y floral, con algunas notas de pimiento verde y una encantadora textura golosa en boca, terminando con algo de especia picante. Es una verdadera bomba de pimienta, con ese final verde y pedregoso en el paladar. Grisard y Dylan, modernos en su momento, clásicos ahora y dentro de nada atemporales. Dos talentos que jamás estuvieron quietos y nunca cerraron su boca, sin que eso los privara de escuchar como pocos.

Tradicional es una palabra de moda a menudo utilizada en la vinificación de Borgoña.

Productores que regresan a sus raíces, lo cual es increíblemente encomiable, dado la cantidad de químicos que se han estado usando durante mediados y finales del siglo XX. Clos des Vignes du Maynes se considera la bodega orgánica más antigua en funcionamiento continuo en Francia; la propiedad en el Mâconnais ha tenido viñas durante 1.100 años.

Julien Guillot está decidido a mantener la tradición de su propiedad; todo se realiza a mano, sin adiciones durante los procesos de cultivo de la vid o durante la vinificación. Megamix es su enfoque más divertido y al igual que un DJ hace en sus mezclas, la técnica y la sensibilidad van a la par para conseguir este increíble resultado. Un coupage de pinot noir, gamay y chardonnay que sorprende al público más joven.

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