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Dos visitantes a la encañizada La Torre, junto a las cañas de bambú con las que se renuevan las trampas para los peces cada dos años. Foto: Martínez Bueso | Vídeo: Verabril
GARUM | Reportaje

Un día en la encañizada de La Torre

La costa de la Región de Murcia conserva la única instalación del Mediterráneo donde aún se desarrolla este arte de pesca milenario, aunque esta isla y su casona entre dos mares también sirven para agasajar a los invitados más ilustres que visitan la Comunidad

Jueves, 13 de julio 2023, 01:41

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La primera, en la frente: «Te puedo contar todo lo que tú quieras. Otra cosa es que te deje publicarlo». Con esta premisa nos recibe nuestro contacto en Hijos de Albaladejo García, a quien hemos recurrido para poder realizar este reportaje pero cuya identidad, a petición propia, mantendremos en el anonimato. Hijos de Albaladejo García es la empresa concesionaria de la gestión y explotación de la encañizada La Torre, la única de todo el Mediterráneo donde aún se conserva el arte de pesca milenario de engañar a los peces por medio de trampas fabricadas con cañas. Desde La Torre se otea El Ventorrillo, lo que debería ser la segunda encañizada de la Región, y que aún espera el impulso del Ayuntamiento de San Javier y de la Comunidad.

La puntualidad es importante para poder llegar a la encañizada La Torre. Entre otras cosas, porque la única manera de acceder aquí es por vía marítima. Y el barco sale cuando sale. Aviso para navegantes: los buceadores curiosos no son muy bien recibidos por los trabajadores, que ya tienen suficiente con las impertinentes gaviotas y el fango que se acumula de forma inexorable en el fondo de este paso de agua entre el Mar Menor y el Mediterráneo, y que una máquina draga de forma continua, los siete días de la semana, para mantener a salvo el ecosistema.

La localización de la encañizada es, precisamente, lo que permite desarrollar aquí este método de pesca ancestral y sostenible con el medio ambiente. Se utilizan cañas de bambú -antes eran cañas de río, pero eran menos resistentes- para formar laberintos circulares en este canal de comunicación entre el Mediterráneo y el Mar Menor. La idea -que se atribuye a los árabes «pero que puede remontarse incluso a los romanos», aleccionan las fuentes de Hijos de Albaladejo García- consiste en aprovechar el movimiento migratorio de peces como el mújol, la dorada y la lubina (principalmente), que quedan atrapados en estos laberintos cuando pretenden regresar al Mediterráneo después de desovar en las cálidas aguas del Mar Menor.

La empresa concesionaria extrae de la encañizada entre 5.000 y 30.000 kilos de pescado al año: «No se cubren gastos ni de lejos»

Echar el pie al muelle de acceso a la pequeña extensión de tierra donde se ubica la encañizada ya es todo un privilegio. Aunque solo sea por escuchar las lecciones de vida del patrón del barco, Inocencio, a quien todos llaman 'Sensi': «Esto ahora está lleno de cangrejo azul, que lo ha invadido todo. Ahora bien, hay muchos cocineros que prefieren el arroz con cangrejo azul que con bogavante». ¿Servimos entonces los humanos como depredadores de esta especie invasora del Mar Menor, controlando su expansión? Juan Carlos Blanco, técnico en Medio Ambiente y Patrimonio Cultural y compañero de viaje en esta jornada, no lo tiene tan claro. De hecho, señala al cangrejo azul como uno de los principales peligros para la encañizada, ya que «accede a las jaulas, rompe el cañizo con sus pinzas y daña los peces y las redes, con la merma económica que eso supone». Pese a todo, la mayor amenaza para este paraíso natural es «el cambio climático». La profundidad habitual de las aguas de la encañizada oscila entre 60 y 70 centímetros, y hay menos de 15 centímetros de nivel entre el agua y el minúsculo terreno de la encañizada. Por lo que, «si sube el nivel del mar de forma permanente, 15 centímetros más, la encañizada desaparece», advierte Juan Carlos Blanco. «Y no se trata de poner diques ni nada parecido. Sería imposible mantenerlo».

«No es rentable»

También sería harto difícil mantener la encañizada sin la labor de la draga, que funciona a pleno rendimiento pasadas las dos de la tarde y a la que Inocencio no quita el ojo. Este viejo lobo de mar quiere que quede constancia de que «los políticos tienen que tener claro que esto no se puede abandonar». Y tampoco podría presumir la Región de Murcia de contar con este exclusivo enclave natural sin la labor de la empresa concesionaria, que extrae de aquí entre 5.000 y 30.000 kilos de pescado al año, dependiendo de las temporadas. Pero, en ningún caso, la pesca en la encañizada es rentable. «La empresa no cubre los gastos ni de lejos. Lo que se hace aquí es mantener este sistema, que es un Patrimonio de la Humanidad que hay que conservar. De hecho, estamos luchando para lograr la declaración oficial por parte de la Unesco», explican fuentes de Pescados Albaladejo.

Muelle de acceso a la encañizada La Torre, solo para las embarcaciones privadas autorizadas; Julián Castejón y 'Sensi' sirven platos de caldero para los invitados; y una máquina draga el fango del fondo marino. Martínez Bueso
Imagen principal - Muelle de acceso a la encañizada La Torre, solo para las embarcaciones privadas autorizadas; Julián Castejón y 'Sensi' sirven platos de caldero para los invitados; y una máquina draga el fango del fondo marino.
Imagen secundaria 1 - Muelle de acceso a la encañizada La Torre, solo para las embarcaciones privadas autorizadas; Julián Castejón y 'Sensi' sirven platos de caldero para los invitados; y una máquina draga el fango del fondo marino.
Imagen secundaria 2 - Muelle de acceso a la encañizada La Torre, solo para las embarcaciones privadas autorizadas; Julián Castejón y 'Sensi' sirven platos de caldero para los invitados; y una máquina draga el fango del fondo marino.

Lo que también se hace aquí, sobre todo, es disfrutar de una experiencia única. Quizás, una primera y última en la vida. Para desgracia del común de los mortales, y cierto regocijo de los privilegiados que viven para contarlo, aquí no hay teléfonos de reservas, ni horarios comerciales, ni punto de encuentro para turistas, ni tienda 24 horas con helados, refrescos a un euro ni recuerdos magnéticos para la nevera del piso de Madrid. En cambio, junto a la puerta principal de acceso a la vieja casona, hay un azulejo con una frase que reza: «Obsequio del Excmo. Sr. D. Federico Trillo-Figueroa». El regalo es de un verano de principios del milenio y está colocado justo al lado de una hermosa hornacina de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. No es ningún secreto que el expresidente del Congreso de los Diputados y exministro de Defensa, natural de Cartagena y amante acérrimo de Cabo de Palos, ha sido uno de los muchos ilustres visitantes de este «edén sin puertas», como lo definió en su día la periodista Alexia Salas, al que solo se puede llegar por invitación directa de los anfitriones. En alguna que otra crónica veraniega también se han revelado otras visitas, como las de Estrella Morente o Sergio Dalma. «Te puedo asegurar que Sergio Dalma no ha estado aquí nunca», rebate nuestro anfitrión, que se mueve por la casona como Pedro por su casa. Porque, realmente, está en su casa.

Aquí no hay teléfono de reservas ni punto de encuentro para turistas, y solo se puede acceder con invitación directa de los anfitriones

«Yo te cuento algunos de los que han estado aquí comiéndose un caldero, si quieres. Pero, como te decía, no lo puedes publicar en el reportaje», negocia. Aquí tampoco hay cláusulas de confidencialidad ni contratos que valgan. Solo la confianza inquebrantable de esta familia con sus invitados. Y vaya invitados. Desde políticos con muchos, muchos galones, a deportistas de élite y artistas de fama nacional e internacional. Todos ellos tienen algo en común. Porque nadie se monta en el barco de vuelta sin haberse apretado un señor caldero, en muchos casos por primera vez en la vida. Es el plato que borda desde hace más de 14 años quien es la verdadera autoridad de este lugar: Julián Castejón. En realidad, la única persona que vive de forma permanente, todos los días del año, en la encañizada La Torre. Noches incluidas.

Vista general de la instalación de redes y cañas que forman parte de la encañizada. Martínez Bueso

-Y la soledad, ¿cómo se lleva?

-Se lleva bien. Sin comentarios de los vecinos, nadie me dice si vengo más tarde o más temprano. Y tengo 'aparcamiento' privado en el muelle. Aquí se vive muy tranquilo, por lo general.

Del marisco al caldero

La respuesta se podría tomar como una indirecta para protestar por el follón que está montando la cuchipanda que ha desembarcado este día en 'su' terreno. Además de los anfitriones, Juan Carlos Blanco, el periodista, el fotógrafo y el cámara de televisión, entre los invitados de hoy se encuentran empresarios de diferentes sectores y un trabajador de banca jubilado. «A mí no me saques», ruegan la mayoría.

Lo que sí empieza a salir de la cocina, que ocupa prácticamente toda la planta baja de la edificación, es un carrusel de marisco delicioso. Langostinos del Mar Menor, gamba roja, cigalas, berberechos y pulpo conforman un aperitivo digno de reyes que, sin embargo, solo es el preludio del elemento central del festín gastronómico sobre el que pivota la jornada en la encañizada: el caldero de Julián. «Dicen que me sale bien», se resta mérito. Bien, no: espectacular. Quizá el secreto resida en los barriles de cerveza vacíos que utiliza para cocinar el arroz, a modo de olla. «¿El secreto para hacer un buen caldero? El tomate, las ñoras -de Guardamar- y el ajo. Ya está. Hombre, y que el pescado sea bueno». Y si es de la encañizada, mejor que mejor. En esta ocasión, este caldero tiene como compañeros de viaje un mújol, una dorada y una gallineta, también llamada cabracho. Julián Castejón, hombre de pocas palabras pero muchas sonrisas picaronas, subraya que para un buen caldero «no hay secreto que valga». Para secretos, no obstante, los que encierran las cuatro paredes de la casa. Y si la mesa del porche hablara...

La única persona que vive de forma permanente aquí es Julián Castejón, que borda el caldero cuando vienen invitados

«No, no insistas. Esto tampoco se puede publicar», se vuelve a cerrar en banda nuestro contacto en la empresa tras soltar la enésima anécdota con un político de renombre. «¿Qué quieres, que me denuncien?», se defiende. Sí se puede recordar, en cambio, la historia de aquel directivo de una compañía aérea que perdió un reloj carísimo mientras se bañaba cerca de la encañizada. Y, con la ayuda de Inocencio, el patrón del barco y algo de tecnología puntera cortesía de la aerolínea, logró encontrar el peluco, regalo de su esposa y donde guardaba un montón de datos y vaya usted a saber cuántas cosas más. «¡Lo encontró en medio del mar!», se sigue asombrando 'Sensi'.

Mientras tanto, una pareja de gaviotas va ganando posiciones al otro lado del porche para cazar algún resto de marisco de los platos que regresan a la cocina. Incluso logran llevarse en el pico alguna gamba roja que ha sobrado. «¡Putas gaviotas!», brama uno de los empleados, tratando de espantarlas. No tardarán mucho los animalicos del Señor en volver a pisar tierra en busca de sustento de calidad. Porque las gaviotas siempre vuelven a la encañizada. O, mejor dicho, nunca se han ido. Un poco como todos los afortunados que llegan hasta este pequeño paraíso dentro del paraíso, que nunca terminan de marcharse de aquí.

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