Hace bien poco que, vanamente, me prometí no escribir nunca más un obituario. Fue una promesa baldía. Hasta parece que, sin quererlo, ese propósito personal ... haya activado en unos meses el acelerado exterminio de varias generaciones, anteriores o posteriores a la mía, muy cercanas a mi corazón, sueños y vivencias.
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Días pasados escribí el de Diego Pedro López Acosta, mi sombra benefactora, en Radio Juventud; ahora el más dolorido adiós debo dedicarlo a Raimundo González Frutos. Es tan hondo el sentimiento de cariño que siento por él, que nuestra relación supera el concepto de amistad, y hasta el de consanguinidad. La consanguinidad mejor dejarla aparte. Es decir, Raimundo y yo juntos, los dos éramos uno solo.
Bueno, pues Raimundo ha muerto en la mismísima puerta de un siglo entero lleno de vida, de triunfos y sabores memorables. En esa horquilla de tiempo tan grande ha hecho infinidad de cosas trascendentes en la gastronomía que me obligan a la síntesis, a la esencia. De modo que olvidemos el canto de las berenjenas a la crema, la leche frita o su resucitado guiso de trigo; y el sinfín de creaciones suyas, hoy patrimonio glorioso de todos los países del mundo. Por tanto, debo recurrir a la definición, Raimundo fue un precursor muy avanzado que, situándose fuera de su tiempo, alumbró la revolución de la cocina ancestral, y cuyo fundamento lo basó en rescatar el pasado gastronómico autóctono encumbrándolo hasta la modernidad, pero con la autenticidad como principio, sin artificio de mago de laboratorio, tan en boga hoy. Raimundo fue el que dotó a la cocina murciana y española de una frescura y sabores auténticos, novísimos y sinceros, sin magias añadidas.
El más grande de sus inventos fue el gazpacho murciano, aun hoy día la sopa vegetal fría más consumida en el mundo, y al que indebidamente llaman gazpacho andaluz. Nada tiene que ver el uno con el otro. La crema vegetal o gazpacho murciano lo inventó Raimundo al final de la década de los cincuenta del siglo pasado, cuando durante el 'boom' del turismo español los «franchutes» pedían «vichyssoise», y él les recomendaba su «Spanish gazpacho».
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¡Anda que no fue listo mi Raimundo! Hasta ha elegido el día de su muerte, tan acorde con sus grandes amores. Él, que en estos últimos tiempos permanecía enclaustrado, ha elegido el Día del Bando de la Huerta para decirnos adiós muy buenas, cuando las barras de los bares están desbordadas hasta la calle como antes del COVID; no hay mesas libres en los restaurantes y todo el mundo al enterarse de su muerte ha comenzado a brindar por él y sus grandes innovaciones en la gastronomía, para mayor gloria y alabanza de Murcia y España.
Sé que ya no volveremos a estar juntos en este mundo. Se ha adelantado. Para cuando me toque a mí, le pido que vaya guardándome una silla junto a la suya. Sentado a su lado, él se ocupará de los asuntos de intendencia. Mejor, imposible.
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