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Lando Norris llega al box de McLaren a hombros de sus mecánicos. Afp

Norris, la culminación de un campeón que empezó sirviendo a Alonso

El piloto inglés, flamante nuevo rey del gran circo, ha completado la senda que le ha dictado McLaren desde que era un niño en karts

David Sánchez de Castro

Domingo, 7 de diciembre 2025, 15:31

Lando Norris (Bristol, 1999) cerró en 2025 un camino que nació entre karts y fórmulas menores y que terminó por coronarle como campeón del mundo ... de Fórmula 1. Es, desde este domingo, el trigésimo quinto miembro del selecto club de reyes de la máxima competición del automovilismo, algo que se ha producido no sin mucho buscarlo.

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Su título, más que un trofeo, es la suma de una velocidad natural, inteligencia competitiva y la capacidad para sobrevivir a las grietas internas de un equipo que, tras muchos vaivenes, pasó de ser una vieja gloria a tumbar el dominio de Red Bull y del titán Max Verstappen. El relato de la consagración de Norris reclama volver a sus inicios, hasta la temporada que ha definido el mayor éxito de su carrera, salpicada de órdenes de equipo, fricciones con Oscar Piastri y un golpe de efecto técnico en la recta final que casi reescribe el desenlace.

El joven británico desembarcó en la parrilla en 2019 vestido con el naranja de McLaren, un equipo entonces en reconstrucción. Fernando Alonso, que tuvo un gran impacto en la llegada de Norris -para el recuerdo aquel té que le sirvió el británico al asturiano en Austin 2018-, se retiraba por primera vez y dejaba la puerta abierta al último talento que había pulido McLaren desde el karting compartiendo pista y batallas con la generación de Leclerc o Verstappen, entre otros.

Aquella llegada no fue un estreno exento de interrogantes: McLaren no era aún el 'contender' y Norris era, sobre el papel, una promesa joven y carismática pero poco más. El fichaje de Carlos Sainz, que se convirtió en su mejor amigo en el paddock -aún lo son hoy-, por el equipo de Woking, permitió a la nueva McLaren de Zak Brown comenzar una reconstrucción que ha culminado en estas dos últimas campañas. Aún en esos inicios quedó claro que el talento de Norris no era un fogonazo sino un patrón. Sus primeros años enseñaron la combinación que definiría su carrera: velocidad en una vuelta, pero una cierta debilidad en el cuerpo a cuerpo. Fueron temporadas de tanteo, dudas y aprendizaje, en las que la capacidad para aguantar golpes -técnicos, físicos y mediáticos- se fue puliendo hasta que se convirtió, por derecho y descarte a partes iguales, en el líder que necesitaba el equipo.

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La progresión de McLaren en 2023 y 2024 alteró el relato. Norris parecía que iba a quedarse en ese diamante que al final resultó ser cristal, como tantos otros pilotos prometedores que han pasado por el gran circo. La llegada de Oscar Piastri añadió un elemento nuevo y difícil de gestionar en McLaren, que nunca ha sabido lidiar con estas situaciones: dos jóvenes con hambre, caminos similares y urgencia por consolidarse. La coexistencia, que podía leerse como fortaleza, terminó por tensarse en momentos decisivos. Piastri, lejos de aceptar roles subordinados, dejó claro que no tenía intención de convertirse en número dos por decreto del equipo; su negativa pública a asumir ese papel avivó la discusión sobre cómo McLaren debía arbitrar sus intereses internos.

Ese choque entre ambición individual y estrategia colectiva ha sido el guion de la temporada 2025. Hubo carreras en las que McLaren recurrió a órdenes de equipo para proteger la suma de puntos; hubo otras en las que la decisión pareció un parche, necesario pero doloroso. El episodio de Monza -cuando Piastri devolvió una posición a Norris tras un pit stop problemático, por ejemplo- no solo alimentó la polémica, más bien mostró la fragilidad de un equilibrio que exigía, a la vez, transparencia y firmeza por parte de la dirección. Andrea Stella y los ingenieros explicaron las decisiones como defensa del interés global del equipo; la opinión pública y parte del paddock percibieron en ellas dosis de favoritismo y gestión discutible.

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El golpe definitivo

A la tensión deportiva se sumó, en la recta final, un golpe técnico que pudo ser definitivo. La descalificación de los dos McLaren en Las Vegas por un desgaste excesivo en las planchas del fondo de sus coches descubrió un más que probable truco sobre el que había muchas sospechas: el MCL39 contaba con un sistema para poder bajar los monoplazas por debajo de la legalidad. Con un Max Verstappen que ahora tiene que entregar su corona, pero que ha vivido hasta el último momento con la esperanza de que podía lograr la mayor gesta jamás vista en la Fórmula 1 -para el recuerdo cómo ha remontado 104 puntos en seis carreras-, el bajón de rendimiento de Piastri que aún se debe analizar ha dado alas a Norris, que supo mantener la calma en esta última recta final del año en la que se ha visto líder y no ha flaqueado.

Ganar el campeonato le ha exigido durante todo el año algo más que vueltas rápidas. Norris ha tenido que administrar la ansiedad del duelo con Verstappen, las amenazas de sus rivales, y la incertidumbre que generaron las decisiones internas de McLaren. Su mérito ha sido sostener la coherencia competitiva en medio de esa turbulencia: cerrar domingos con regularidad -el dominio de México y Brasil, para la historia-, evitar errores irreparables y, sobre todo, mantener la capacidad de reacción cuando la carrera no iba según el plan. No ha sido un triunfo sin sombras, pero sí la victoria de un piloto que ha sabido conjugar talento y diplomacia, velocidad y aguante emocional.

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Queda por ver si este es un paréntesis en el dominio de otros o realmente estamos ante el inicio de una nueva era. Norris ha sido aupado a la cúspide del olimpo, pero como tantos otros, podrá caer si no sabe sostenerse.

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