A cuerpo descubierto y con excepcional entereza, García Martínez ha sostenido frecuentes batallas contra la muerte estos últimos años. Salía de La Arrixaca y, como buen maestro de periodistas, inmediatamente se sentaba ante el ordenador para escribir su 'Zarabanda'; a los pocos días, vuelta a empezar con las UCI y las noches en blanco del hospital. Unos días antes de esta, su última hospitalización, le oí reír abiertamente por última vez. Hablando telefónicamente sobre nuestros respectivos estados de salud, me comentó el grave problema que causa la alta concentración de potasio en la sangre. Desengáñate García, le dije, desde ahora te llamaré Don Potasio, y tú me llamarás Don Urea.
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Hoy lo vamos a enterrar. Con él se irá también su bandera, la de un periodista de raza; el maestro del periodismo creador de una escuela; una vocación inquebrantable dispuesta siempre a defender la verdad en LA VERDAD; el hombre que siempre quiso ser de infantería y no director; la estrella que iluminó a esta Región durante toda la segunda mitad del siglo XX; el motor incansable que puso a este periódico en la órbita de los mejores de España; el corazón enardecido que escribió sus mejores columnas cuando hablaba de Jumilla y Murcia, o del maestro Julián Santos y las noches verbeneras de su juventud, o defendiendo espada en ristre cualquier acometida a los derechos inalienables de esta Región con toda la pasión de la que era capaz.
Todo eso se nos va hoy. Y a mí un viejo amigo del alma. Cada día voy entrando en un pozo cada vez más hondo y oscuro. Es un mundo de soledades. Se han muerto Chimo, el Sardaña, Perico Soler, Galiana, Ibarra y ahora el García, en muy poco tiempo. Mientras tanto, me quedo con Machado. «Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar».
Adiós, García. Con nosotros queda tu gran obra que no viajará contigo.
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