REPORTAJE

Editores, autores y otros animales

El mundillo literario no deja de mirarse a sí mismo: sigue en aumento el número de libros que recogen autoficciones, querellas, cotilleos e, incluso, visitas guiadas a sus bibliotecas

MIGUEL ARTAZA

Lunes, 30 de enero 2017, 23:11

Jorge Herralde publicó hace un tiempo un iluminador artículo en 'La Vanguardia', 'Los reyes de la feria', en el que se ocupaba de dos novedades de Anagrama. Le parecían bien, claro. Las dos están escritas por conocidos suyos, profesionales al frente de editoriales de prestigio; las dos tienen una evidente inspiración autobiográfica; y, cada una a su manera, tratan el mismo tema, la literatura, los libros y sus autores. Por un lado 'La triunfante', de Teresa Cremisi, se vende como un autorretrato sentimental, tierno y nostálgico, que explicaría el nacimiento de su vocación literaria. Por otro, 'Musa', de Jonathan Galassi, es un muestrario amablemente autoparódico de la trastienda del negocio.

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También la última novela de Juan Manuel de Prada va por ahí, aunque se centra más en la relación discípulo-maestro entre un escritor consagrado y otro que empieza a publicar. Como él mismo reconoce, es un intento de ajustar cuentas. Con Umbral, principalmente pero también con el escritor que era de Prada hace treinta años. «De vez en cuando conviene hacer recapitulación. De la vida, de las circunstancias ambientales que te han marcado, de tus errores. Hacerlo al modo convencional, autobiográfico, me parecía excesivamente pomposo e incluso grotesco. En cambio, sublimarlo literariamente y hacer una pura ficción, pero amasada con mi experiencia personal, me parecía un proyecto literario interesante. En toda mi literatura siempre hay una confrontación entre quien uno es y quien cree ser, y aquí lo planteé entre dos figuras literarias, que podrían ser dos álter ego de mí mismo, mezclados con elementos de pura ficción, que me permitieran contemplarme con cierta ironía y al mismo tiempo ser muy sincero con el lector a la hora de mostrar mis preocupaciones literarias, mis inquietudes, mis pesares, mis entusiasmos, etc».

'Mirlo blanco, cisne negro' entra a saco en las miserias, rencores, traiciones y mezquindades que, al parecer, son tan frecuentes entre los hombres de letras, aunque sin llegar al extremo de 'El cura y los mandarines', una de las cumbres del navajeo metaliterario. Aquel compendio de Gregorio Morán, que sufrió un intento de censura por parte de la editorial que lo iba a publicar, llevaba un subtítulo esclarecedor ('Historia no oficial del bosque de los letrados') y una faja con una leyenda que no dejaba lugar a dudas: «Los libros son como armas de fuego: los carga el diablo». 'Mirlo blanco...' no llega a ese punto pero de algún modo, siquiera en cuanto a intencionalidad, se aproxima. El fondo del libro es claramente autobiográfico, con referencias más que evidentes a la ambivalente y bipolar relación que mantuvieron Umbral y un de Prada recién llegado de provincias. «A lo mejor he escrito esta novela para reconciliarme con él. Quizá fue el escritor que más me marcó y de quien más renegué», admite ahora al recordar aquella primera etapa.

Mucho más amable resulta 'Los reinos de papel', que acaba de aparecer en la siempre exquisita Siruela. Se trata de un recorrido por las bibliotecas de una veintena de escritores españoles contemporáneos. Rutas guiadas por las casas de anfitriones como Ignacio Martínez de Pisón, David Trueba, Bernardo Atxaga, Lorenzo Silva, Elvira Lindo... Un interesantísimo volumen que viene a completar la tarea iniciada en 2011 por su autor, el periodista Jesús Marchamalo, a quien Antonio Gamoneda bautizó cariñosamente como 'inspector de bibliotecas'. Aquella primera recopilación, un conjunto de reportajes que habían ido apareciendo en 'ABC', se tituló 'Donde se guardan los libros' y Marchamalo quedó tan satisfecho que ahora repite el esquema.

Endogamia

«Hay una parte de cotilleo, de invasión de la intimidad. En las bibliotecas de los demás, buscándolos a ellos, te descubres un poco a ti mismo. 'Ah, mira, también te gusta Sergi Pámies'. O 'ah, mira, Patricia Highsmith'». En este sentido, el libro de Marchamalo adquiere un apreciable componente didáctico. Es probable que el lector, incluso el menos mitómano, sienta curiosidad por lo que leen sus autores favoritos.

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Pero volvamos al artículo de Herralde. Comenzaba así: «Érase una vez un niño nacido en Seattle, 'very bookish' y nada atlético, que descubrió la poesía y se ocupaba de la revista de su colegio, y luego fue editor de libros (Random House) hasta llegar a su ansiado destino». El niño era Galassi y su destino, alcanzado hace décadas, el de director, presidente y alma mater de la legendaria Farrar, Straus and Giroux, que cuenta en su catálogo con varios premios Nobel y contemporáneos como Jeffrey Eugenides o Jonathan Franzen. Sigue Herralde glosando la exitosa trayectoria de su colega norteamericano: «Straus resultaba abrasivo para los posibles delfines que pasaron por la editorial (incluido su propio hijo) hasta que llegó Galassi, quien a su manera suave, firme pero nada conflictiva, logró pacificar al Ogro».

Por su parte Teresa Cremisi (Alejandría, 1954), a la que Herralde se refiere como «grande dame de l'édition», dirigió Gallimard y Flammarion, sellos para los que fichó a Houellebecq y Yasmina Reza. ¿Y qué tienen en común Eugenides, Franzen, Houellebecq y Reza? Que publican en Anagrama. Herralde asoma la patita en uno de los párrafos que dedica a 'La Triunfante': «A pesar de que (en Francia) el libro no aparece durante la rentrée, cuando se publican las novelas que compiten por los grandes premios, sino en el primer semestre (de 2015), obtuvo varios galardones y una cálida unanimidad crítica tanto en Francia como en Italia, donde la ha publicado nuestro común amigo Calasso». Ese «nuestro común amigo» para referirse a Roberto Calasso, otra leyenda, un dinosaurio de la edición que casualmente también escribe y publica en Anagrama...

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No faltarán malpensados que vean una relación causa efecto en toda esta carambola. Lo cierto es que son dos novelas interesantes, recomendables por diferentes motivos y que contradicen el tópico según el cual un editor es un escritor frustrado. Comparten planteamiento y cierta intención, aunque el enfoque sea diferente. Literatura sobre escritores y también, a veces, sobre el propio hecho literario. Autoficciones escritas por dos mandamases del ramo, cultísimos, muy leídos y acostumbrados a la literatura como fuente y motivo de reflexión.

Cremisi y Galassi son dos de las personalidades que marcan el paso de la literatura contemporánea. Dictan los estándares, moldean el canon, construyen el criterio colectivo de generaciones de lectores. Además, forman parte de una misma variedad de escritores secretos, lectores profesionales con fama de infalibles que, tras muchos años viendo los toros desde la barrera, deciden lanzarse al ruedo. Expertos en narrativa que paradójicamente (o quizá no tanto) se habían mantenido en silencio hasta ahora. Ocultos, inadvertidos, rumiando historias propias mientras dedicaban sus vidas a poner en pie libros escritos por otros.

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Se convierten así en editores locuaces. Y con fundamento. Como Calasso o el propio Herralde, que además de venir a hablar de su libro, maneja referencias y claves que al resto se nos escapan. Gracias a su artículo nos enteramos de que la rivalidad entre los dos editores que centra la novela de Galassi se parece sospechosamente a la que mantuvieron durante años el 'Ogro' Roger Straus y el responsable máximo de otra editorial de referencia. Una batalla que el autor vivió en primera línea y que ahora ha convertido en entretenido material narrativo.

Postureo

'La Triunfante' es otra cosa. Un relato de corte mucho más intimista, una autobiografía novelada que, como en un juego de espejos, se ocupa precisamente de las lecturas que más han conmovido a su autora. Poust, Conrad, La Iliada... «La fuerza que transmite a través de los siglos tiene, estoy segura, algo de milagroso. Comprendí que la poesía podía decirlo todo. Que el arte tenía el deber de concederse todas las licencias». Después vendrá un repaso a su juventud itinerante por diversos escenarios de postal, el desarrollo de una sensibilidad especial, desaforada, una especie de síndrome de Stendhal permanente que puede resultar agotador.

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El tono, como se ve, difiere por completo del de Galassi y su apuesta por la sátira moderada. Cabe la posibilidad, sin embargo, de que los lectores del norteamericano añoren una actitud un poco más iconoclasta. Un mayor hincapié en las polémicas, los escándalos, los trapos sucios... Precisamente lo que hace De Prada, cebarse en las groserías, mezquindades y bajezas, los enfrentamientos dialécticos, las filias y fobias de estos filólogos, lingüistas y eruditos de afiladísima lengua.

Quien más quien menos, todos conocemos a algún escritor. Sabemos de su endiosamiento, su egotismo, su nula predisposición hacia cualquier texto ajeno, las malas relaciones que mantienen entre ellos. Estamos acostumbrados a sus odios viscerales y eternos, interminables rencillas, conspiraciones y revanchas. Fíjense en Académico Espadachín, acometiendo con saña a Cervantista Advenedizo. O en Extravagante Letrista -un rockero, por Dios santo- haciéndole el vacío a las Estocolmo Groupies... La literatura, claro, exige cierto grado de exhibicionismo. Quien escribe se desnuda un poco así que a veces, para compensar, construye una fachada, se enmascara, se disfraza de macho alfa para disimular su verdadera naturaleza de dócil cachorrito reclamando una carantoña, mendigando un minuto de atención.

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