Enrique Carbonell, el intérprete de la luz
La exposición 'La elegante heterodoxia' recuerda hasta el 15 de febrero en la sede del Colegio Oficial de Arquitectos de la Región de Murcia a un profesional convencido de que «siempre hay un lugar para la arquitectura»
Armado de 'rotring', papel vegetal y lápices de colores, Enrique Carbonell (1950-2003) hizo de su arquitectura artesana «una bocanada de aire fresco» cuando el germen de la modernidad aún no había arraigado en la Murcia de finales de los 70, y en los 80 y los 90 del pasado siglo, recuerda Juan Antonio Molina al hilo de la exposición 'La elegante heterodoxia', que hasta el 15 de febrero rinde homenaje a su trayectoria profesional. Pero lo que caracterizó su trabajo fue la convicción de que «siempre hay lugar para la arquitectura», como decía él mismo. «Arquitecto de cuerpo entero», recuerda su colega Rafael Moneo, con quien trabajó en el 'edificio Moneo' de Murcia. Talento y sensibilidad; experiencia y detalle; innovación y funcionalidad, desgranan las virtudes de su obra sus compañeros de profesión.
Entendió que la arquitectura debía estar al servicio de todas y cada una de las instituciones y, sobre todo, de los ciudadanos, habitantes de espacios, cuales fueran sus condicionantes personales, sociales y económicos, que eran merecedores de disfrutar lugares confortables, luminosos, bellos y de calidad y lo proyectó e hizo realidad con toda su pasión y entusiasmo. Pone de ejemplo Juan Antonio Molina las 85 viviendas de promoción pública en Alcantarilla. Allí, aplicó «un aspecto militante para que la arquitectura social saliera de los clichés paternalistas», comenta sobre cómo «resolvía siempre las necesidades con materiales de primera» y advierte de la falta de mantenimiento que presentan los bloques, en los que aplicó «dobles fachadas para filtrar la luz, una aportación que rompió una barrera con una solución nueva y ahora generalizada», explica Molina sobre recursos estéticos con fines totalmente funcionales.
De sus apenas 26 años de desempeño profesional, quedan muchas -aunque no sobradas- muestras en la Región, tanto en viviendas como en edificios públicos y empresas privadas, unos proyectos que destacaron en su día por su modernidad e innovación en una Región muy anclada en la tradición -también en la arquitectónica y de la que Enrique Carbonell no temió remover sus cimientos-; hoy, varias décadas después, siguen siendo ejemplos novedosos y admirados por la profesión y por quienes quieren dedicarse a ella. Pero, sobre todo, lugares apreciados por sus moradores.
Muestra de ello es la sede de la Imprenta Regional (2000-2002), un edificio al que el Colegio Oficial de Arquitectos de Murcia sigue organizando, más de 20 años después de su construcción, visitas y a la que acuden admirados estudiantes de la disciplina. Lo cuenta Pepe Mateos, jefe de servicio del BORM y poblador habitual de sus estancias. Y de su autor destaca «un talento fabuloso, su gran experiencia y sensibilidad; entendió las expectativas y le aportó una gran habitabilidad». Además, cita las que considera sus tres principales características: «la modernidad, aún vigente, el aprovechamiento de la luz y la apertura de los espacios al exterior, y su condición bioclimática», que recuerda que permitió, una década después de su terminación y ya con presupuesto para abordarlo, convertirlo en un edificio A+, con gasto energético cero, de la mano de su hijo Pablo Carbonell y del estudio EcoProyecta.
Hoy, 30 años después, «marca diferencias constructivas con edificaciones actuales; la clase y el estilo siempre permanecen»
Más de dos décadas después, «se adapta como un guante a las funciones que tenía y a las que han aparecido nuevas. Era un gran visionario de cómo tenían que ser los espacios públicos; todo a la vista de todos; una forma de entender cómo debía ser el trabajo en la gestión administrativa y que, además y muy importante, revierte en el grado de satisfacción de quienes trabajamos aquí».
Otro edificio singular, con sello de Enrique Carbonell, es la Facultad de Economía y Empresa de la UMU (1996-1999), «un edificio muy bonito, en un sitio estratégico del Campus de Espinardo y visible desde cualquier sitio», apunta Antonio José Carrasco, que la transitó como estudiante de sus últimos años de carrera, la pobló luego como profesor y ahora la custodia como coordinador de Infraestructuras de la UMU.
La perspectiva y visión de futuro del arquitecto Enrique Carbonell permitió gestar edificios vanguardistas, como define Carrasco la Facultad de Economía, volumétricos, amplios y abiertos al exterior, que diseñaba de forma artesana, recuerda su hijo, el también arquitecto Pablo Carbonell -«una forma de trabajar que ya se ha perdido», apunta-, donde la funcionalidad para la que estaban proyectados se cumplía con creces y se adaptaba a los tiempos por llegar. «Una de las virtudes de su obra son las múltiples posibilidades que ofrece: aulas planas, inclinadas, pequeñas, medianas y grandes, hemerotecas, bibliotecas, salones de actos,... Cualquier idea o tipo de docencia se puede ejecutar aquí. De hecho, se ha convertido en uno de los edificios más emblemáticos de la UMU y de los más demandados para la celebración de todo tipo de actos», apunta Carrasco.
«Enrique entró a esta historia con un proyecto ya redactado para integrarse en la dirección de obra. Y allí nos dio una lección soberana de cómo defender la arquitectura. La Facultad de Economía nunca podría haberse llegado a construir en la forma que se hizo si Enrique no se hubiera enfrentado con astucia, con violencia y con una pasión inverosímil a todos los enemigos de la belleza que se nos iban cruzando en el camino», recuerda el arquitecto Juan Antonio Sánchez Morales.
Funcionalidad, atemporalidad y vigencia, destacan los pobladores de los espacios que diseñó
Para Carbonell, no había un proyecto menor. Lo cuentan Carlos y Manuela, propietarios de la vivienda unifamiliar que Carbonell diseñó y construyó (1987-1988), tras 35 años habitándola. «Muy luminosa -tiene tragaluces en el salón y en los baños, huecos de ventanas sobre las puertas, en los pasos de un piso al superior- y volcada al jardín y huerto exterior. Diseñó un invernadero entre el jardín y el salón, «una delicia en invierno, que mete el calor a la casa», y en el verano se abre de par en par para facilitar la ventilación natural cruzada.
La mezcla de texturas que buscaba Enrique Carbonell también queda patente en esta casa de La Alberca, donde las planchas de hormigón abujardado y voladas se alternan en el interior con paredes lisas de pladur y planchas de madera de color rojo burdeos. «Lo diseñó todo, de suelo a techo, hasta el pasaplatos acristalado de la cocina, la carpintería de las puertas, la escalera volada,... Era muy minucioso. Todo lo estudiaba, lo medía, lo calculaba, cuadraba las líneas y sus formas, cómo entraba la luz, qué veías...», hasta entregar un hogar «muy cómodo y agradable de habitar», se alternan Carlos y Manuela para describirlo.
De la misma opinión es Mari Carmen, vecina de una de las viviendas de la Cooperativa Myrtia (1991-1994) levantadas en Juan de Borbón (Murcia) que también destaca el aprovechamiento de la luz, «una maravilla de ventanales amplios. Fue un edificio innovador, sobre todo en el diseño de los espacios comunes. Destacaría la escalera volada de la entrada y el lucernario que alumbra todo el espacio interior, así como el uso del acero, el cristal y el cemento liso para su decoración». De interiores «muy proporcionados» a sus usos y con materiales que le dan calidad constructiva.
Cooperativista desde los inicios, Arturo recuerda que «siempre apostamos por realizar un edificio singular y distinto. Era moderno en su concepción y sigue siendo actual. Incluso hoy marca diferencias constructivas con edificaciones actuales. La clase y el estilo siempre permanecen».
Funcionalidad y diseño también se aúnan en «quizá el último edificio que terminó Enrique», las oficinas en Cabezo de Torres (Murcia) de la compañía Sabater (1999-2002), con «la atemporalidad como gran virtud», observa el responsable patrimonial de la empresa, Pedro Girona, «una obra que sigue teniendo la misma vigencia más de 20 años después». Y destaca el gran lucernario que se proyecta hacia el cielo exterior por la noche y que es visible y alumbra todo el interior por el día. «Una lástima que no pudiéramos seguir haciendo cosas con él», expresa en voz alta Girona.
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