El brillo del artesano de la arquitectura
Profesional del detalle, conjugó lo manual y lo industrial provocando una emoción única y extraordinaria, e inspiró a coetáneos y predecesores
Enrique Carbonell fue «de los primeros que se planteó que para una arquitectura rigurosa, de calidad y contemporánea no hacía falta estar en una gran capital». «Y lo llevó a la práctica», sentencia el artista plástico Alfonso Albacete, amigo desde la adolescencia del arquitecto murciano, compañero de carrera en Valencia y colaborador habitual en algunos de sus proyectos arquitectónicos, además de compinche de andanzas de vida. Lo reafirma el gran Rafael Moneo, quien por mediación del exalcalde de Murcia Pepe Méndez, trabajó con el edificio de la plaza de Belluga para ampliar el Ayuntamiento, y «desde el primer momento nos sentimos cercanos, produciéndose una afinidad que pronto se tornó en amistad y respeto cuando advertí su competencia profesional».
«Enrique hizo cuanto pudo por no sentirse periférico y creo que esto es algo que caracteriza su obra: su amplitud de miras, su calidad... y también su oficio. Proyectos como las casas de Alcantarilla, las de la avenida de Canalejas, la Facultad de Económicas o la Imprenta Municipal..., también en Murcia, bien lo prueban», abunda Moneo.
En la misma idea insiste el también arquitecto veterano Juan Antonio Molina, que destaca su «sentido del humor y socarronería» cuando recuerda que «era muy cáustico con la arquitectura del momento en la Región». Fue «de los primeros arquitectos fiables, porque haciendo cosas modernas se pueden cometer disparates», añade Molina, que resalta «la seriedad de sus atrevidas propuestas» siempre con un fin definido. Y pone en valor su papel de maestro de maestros a través de la importancia que su amistad tuvo también en su propia obra constructiva: «Yo intentaba hacer una arquitectura contemporánea, pero me resistía, no me atrevía, quizá mi formación no estaba a su altura. El trae una visión muy clara», reflexiona sobre las largas conversaciones sobre la materia que mantuvieron durante años.
«Enrique era un artesano de la arquitectura, un William Morris en el contexto de la modernidad, su arquitectura era singular porque conseguía conciliar lo manual y lo industrial en un mismo elemento arquitectónico, esa conjugación provocaba una emoción única, diría que extraordinaria», rememora a Carbonell el arquitecto Juan Antonio Sánchez Morales 'Pencho', con quien mantuvo una intensa relación profesional en su última etapa.
Lamenta sin embargo 'Pencho' que «no existe huella alguna de su arquitectura en la Región fuera de sus propios trabajos. Su particular concepción no ha tenido seguimiento. Hoy, desgraciadamente, estamos sujetos por la modernidad más si cabe. El inicio de desujeción que él puso en marcha no ha tenido continuidad, por muy conveniente que resulte. Por eso su arquitectura sigue siendo tan brillante», valora.
Marcada por su sensibilidad y personalidad, Enrique Carbonell se hizo «una apropiación muy inteligente del debate sobre la arquitectura contemporánea», afirma otro de sus grandes amigos, el filósofo y pensador Francisco Jarauta. «Sus proyectos -la sede central de Cajamurcia, las viviendas Myrtia,...- son muestras de un concepto, una idea, una manera de practicar su arquitectura». «Es un Enrique que inventa con fidelidad su escuela, con la sensibilidad como elemento orientador, como ha reconocido Moneo», desvela Jarauta, que considera que en esta «disciplina, con periodos tremendamente agitados, interpreta con voz y mirada propias las condiciones de la época sin quedar suspendido en ese naufragio» como les ha ocurrido a otros muchos arquitectos. Y destaca la importancia de su obra truncada «a la hora de definir los espacios públicos».
«En tiempos inciertos, en los que hubiera sido fácil caer en excesos lingüísticos, la arquitectura de Enrique siempre se distinguía por una elaboración cuidada que soportaba la mirada lejana sin menospreciar la próxima», sentencia Moneo, recordándolo 20 años después de la gran pérdida.
-
«En la noche, las cosas vibraban de otra forma y proyectaba otros espacios»
Enrique Carbonell «veía en la noche que las cosas vibraban de otra forma y proyectaban otros espacios», recuerda Francisco Jarauta sobre su trabajo. La pasión por la arquitectura lo iluminó todo, del conjunto al más mínimo detalle, «colores, texturas materiales; lo disfrutaba mucho», comenta Alfonso Albacete sobre proyectos de interiorismo de locales de la noche que marcaron época a finales de los 80 y en los 90; bares míticos como Los Claveles, La Madrileña o el Madre de Dios, que «fueron un hito en la arquitectura de la noche», apunta el pintor; y también sus trabajos en tiendas hoy tristemente desaparecidos bajo reformas insensibles. Albacete considera cómo su «dandismo refinado», sin estridencias, quedó reflejado en estas obras también premiadas y muy valoradas.
«El bar no era distinto de la casa o del banco. La función solo era una excusa para el desarrollo del proyecto, nunca un principio generador. No obstante, el bar permitía un mayor grado de detalle, de experimentación material y formal. Enrique lo apostó todo a la arquitectura y quizá en los bares fue donde le dejaron llegar algo más lejos», analiza Juan Antonio Sánchez Morales.
Para Rafael Moneo, Carbonell «no distinguía entre el diverso alcance de sus encargos. En todos atendía al detalle, algo que habla del entusiasmo de Enrique por el diseño». Su arquitectura, reflexiona Moneo, «elaborada, cuidada, soportaba la mirada lejana y no menospreciaba la próxima».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión