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Voluntarios y miembros de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono, ARBA-Cartagena-La Unión plantando especies en la Sierra de la Muela, dentro del Proyecto Fénix. ARBA
Nuestra Tierra

El Proyecto Fénix que trajo una noche de ovnis

Un incidente con una bengala durante un encuentro ufológico en 2012 prendió en la Sierra de la Muela un incendio que ha dado lugar a una singular iniciativa para recuperar el paisaje cartagenero de hace 2.000 años

Martes, 26 de abril 2022, 03:39

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El círculo que comenzó hace diez años con un desafortunado incendio en la Sierra de la Muela, donde arrasó más de diez hectáreas de bosque protegido y casi acaba también con la vida de cuatro personas, se cierra ahora en una historia que puede contarse desde dos enfoques singulares: uno más prosaico y real, y otro algo lírico y, sobre todo, mitológico. El último capítulo de la parte más palpable la protagonizan los siete socios y voluntarios de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono, ARBA-Cartagena-La Unión, que el pasado domingo se patearon la zona para retirar las mangueras, los goteros y los protectores de plástico que han alimentado y preservado de todo mal a los más de 3.000 árboles y arbustos con los que la organización trata de recuperar el enclave en torno al ciprés de Cartagena ('Tetraclinis articulata'). De esta especie autóctona apenas quedan en Europa unos miles de ejemplares, todos concentrados en estos montes de Cartagena y La Unión, excepto algunos árboles en Malta.

La vertiente más volátil del relato, en la que además el proyecto de recuperación ha encontrado su nombre, se adentra en el mundo del mito. En la mitología de nuestros días, los ovnis son objetos voladores, con frecuencia luminosos, difíciles de ver y, ante todo, de identificar. En la mitología clásica, el fénix es también un ser volador, cubierto igualmente de luz cuando arde al final de su vida, antes de volver a renacer a partir de sus propias cenizas. Lo que une aquí a ambas alegorías se encuentra en el origen y el fin del acontecimiento. Su origen es un cazador de ovnis de 29 años que una noche de junio de 2012 se adentró en la zona especial de protección de las aves (ZEPA) y lugar de importancia comunitaria (LIC) de La Muela y Cabo Tiñoso, convocado por un programa radiofónico para vigilar los cielos, junto a otros aficionados a la ufología de España y Latinoamérica, a la búsqueda de sus preciados tesoros volantes. Y lo que encontró es que allí no había acertado a acudir nadie de los citados, así que decidió indicarles la posición lanzando una bengala de embarcaciones que acabó provocando el incendio y el arranque de esta historia.

  • Ciprés de Cartagena 'Tetraclinis articulata' es clave.

  • Encina Estos bosques también acogieron al 'Quercus ilex'.

  • Madroño Los primeros 'Arbutus unedo' ya crecen aquí.

  • Palmito Los 'Chamaerops humilis' se recuperan solos.

  • Cornical La 'Periploca angustifolia' es iberoafricana.

Más de un centenar de efectivos, entre bomberos, brigadas forestales, guardia civiles, policías locales, miembros de otros servicios de emergencias y voluntarios, apoyados por tres helicópteros, un avión y distintos vehículos, lograron casi a las ocho de la tarde de aquel día acabar con las llamas 19 horas después del malogrado lanzamiento. Las mangueras de aquellos especialistas se retiraron entonces, mientras que las que posteriormente instalaron los voluntarios de ARBA para regenerar el enclave se han quitado justo ahora, una década después. Entre medias se han plantado, y cuidado, «unos 3.300 ejemplares o así», explicó antes de ayer, con las botas sobre el terreno, el presidente de la asociación, José Luis Sánchez, mientras remataba, junto a los citados otros seis compañeros, la faena que arrancó en 2016 en el llamado, cómo no, Proyecto Fénix.

Un avión apafuegos durante el incendio de 2012. ARBA

Se ha aprovechado la coyuntura para hacer renacer de sus cenizas un ecosistema más rico que el anterior

En la restauración forestal de la Sierra de la Muela, que ha incluido tareas adicionales como el arreglo de una balsa que asegura el agua a las plantas en sus primeras etapas, ha prestado su apoyo económico la compañía petroquímica Ilboc, del Valle de Escombreras, y han colaborado la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE), la empresa Newrona Comunicación, la Dirección General del Medio Natural de la Región de Murcia y el Centro Excursionista de Cartagena, además de la familia propietaria de los terrenos. Todos ellos han favorecido unos esfuerzos que se han centrado en aprovechar la coyuntura para hacer renacer de sus cenizas un ecosistema todavía más rico que el anterior.

Demasiados pinos

La zona, que desde tiempos de los romanos se estuvo aprovechando con fines agrarios, presentaba en la primera mitad del siglo XX un aspecto desertizado que décadas después fue revertido con la plantación masiva de pino carrasco ('Pinus halepensis'). En contra de lo que se creía, esta planta autóctona puede acabar impidiendo la proliferación de otras especies y empobrecer así paisajes del Sureste semiárido. Se trata de un árbol pirófilo, por lo que, si no se le controla, su propagación tras el incendio es todavía mayor, en detrimento de la biodiversidad del lugar.

Los bosques de pinos de la zona son artificiales y tienen menos de 60 años, no es fácil saber qué había originalmente

Ante este panorama, «la mejor opción es siempre intentar conseguir el mayor grado de naturalidad posible», explica Sánchez. Se trata de tender hacia la llamada vegetación potencial o clímax, que es la que se hallaba en la zona antes de la explotación del ser humano. Esa denominada vegetación climácica (sic) es la más estable; la más resistente a perturbaciones como incendios, plagas y sequías, y es capaz de producir la mayor cantidad de biomasa posible, de modo que resulta la más indicada para mantener una mayor cantidad y diversidad animal y vegetal.

Balsa en la Sierra de la Muela. ARBA

Encontrar la denominada comunidad clímax de la Sierra de la Muela ha sido un trabajo especialmente complicado para los artífices de la iniciativa. «Todas las sierras de Cartagena han sido total e intensamente transformadas por el hombre desde hace casi 3.000 años y no queda ni un metro cuadrado de suelo que no haya sido alterado por la minería, la agricultura, la extracción de madera, los incendios o la ganadería», señalan los responsables de ARBA-Cartagena-La Unión. «Los bosques de pinos que vemos [en estos parajes] son todos artificiales y tienen menos de 60 años, así que no es fácil hacer una reconstrucción de la vegetación anterior a la llegada del ser humano».

Al no disponer de mucha información sobre cómo eran los antiguos bosques de la zona se ha tirado de la lógica para concluir que el clima singular de las áreas costeras de Cartagena, sin apenas parangón en la península ibérica pero muy semejante al de determinadas áreas del norte de África, debió de tener también un paisaje muy similar al de estas últimas. Además, aquí sobreviven especies, de las que existe la seguridad que no han sido introducidas por el ser humano, con origen al otro lado del Mediterráneo, como el cornical ('Periploca angustifolia'), el arto ('Maytenus senegalensis') y el oroval ('Withania frutescens'). Son los denominados endemismos iberoafricanos, entre los que destaca la citada 'Tetraclinis articulata', descubierta en estos montes a principios del siglo XX, y donde, por su singularidad y belleza, compone un hábitat calificado de prioritario en la correspondiente directiva europea.

De este modo, lo que se ha planteado en la restauración de La Muela es «conseguir algo similar a los bosques de 'Tetraclinis articulata' de las costas del norte de Marruecos». En el espacio cartagenero, señalan en ARBA, «dependiendo de la orientación y la calidad del suelo, 'Tetraclinis articulata' formaría bosques mixtos con el pino carrasco y se acompañaría de diferentes especies africanas como el cornical, más otras europeas como el palmito ('Chamaerops humilis'), el lentisco ('Pistacia lentiscus'), el acebuche ('Olea europeaea'), la coscoja ('Quercus coccifera') o el aladierno ('Rhamnus alaternus')».

Ahora, dos años después de plantar los últimos ejemplares de las especies elegidas en el Proyecto Fénix, se evidencia que su evolución ha sido propicia. «Están muy bien», resume Sánchez, de modo que una vez que han acabado de retirar todo el plástico de los sistemas de riego y protección, hace dos días, los trabajos han concluido definitivamente. Ahora solo es cuestión de dejar que la naturaleza siga su curso, sin que los humanos la alteremos demasiado, como hacemos en ocasiones buscando entre las nubes portentos remotos que nos privan de disfrutar la fascinante riqueza presente que brota del suelo.

Recuperar los montes que encontraron los antiguos romanos

Jaras ('Cistus albidus'), aliagas ('Calicotome intermedia`), lastones ('Brachypodium retusum') y espinos negros ('Rhamnus lycioides'), que en su momento fueron colonizando el espacio de la Sierra de la Muela ocupado por la agricultura, se han ido recuperando sin gran problema tras el incendio de 2012, junto a los mencionados lentiscos, cornicales, aladiernos, coscojas, palmitos, acebuches y pinos carrascos. Es algo común para unas plantas mediterráneas adaptadas a los fuegos periódicos propios de este clima. Dentro de los trabajos del Proyecto Fénix se ha visto la conveniencia de limitar el exceso de pinos, lo que queda como tarea para acometer una vez que las especies estén totalmente asentadas; y la idoneidad de restaurar el bosque en determinadas zonas con el ciprés de Cartagena, acompañado de resistentes cornicales, palmitos, lentiscos y escobones ('Ephedra fragilis'). Para incrementar el aporte de nitrógeno al suelo se ha estudiado la implantación de leguminosas endémicas, como el espantalobos ('Colutea hispanica') y el altramuz del diablo ('Anagyris foetida'). El enebro ('Juniperus oxycedrus') es otra de las especies contempladas en el proyecto.

También se ha optado por acompañar el bosque de cipreses de Cartagena de esta recuperación del área quemada con encinas ('Quercus ilex'), madroños ('Arbutus unedo'), y labiérnagos (Phillyrea media'), con los citados lentiscos, palmitos, pinos, acebuches y coscojas, entre otros. Todos juntos llevan camino de recomponer un paisaje que desde al menos los tiempos de los romanos había desaparecido en la zona y que aún está por ver cómo resultará. «El futuro de este posible bosque de encinas y Tetraclinis lo dirá la propia naturaleza», advierten los artífices del proyecto.

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