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Pedro y Jesús, vecinos de puesto en el mercado, ven noticias de la previa del Cartagena-Murcia en una aplicación, durante una pausa. Antonio Gil / AGM

El derbi en territorio neutral: «El fútbol no da de comer»

Balsapintada, Valladolises y Lobosillo, tres pueblos a mitad de camino, dibujan un paisaje agrícola al margen del furor despertado por el regreso del duelo entre el Cartagena y el Real Murcia

Antonio Zomeño

Domingo, 7 de diciembre 2025, 19:46

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El primer derbi regional en seis años está causando furor a ambos lados del Puerto de la Cadena. Las suspicacias en torno al precio del papel quedaron resueltas en apenas nueve horas, lo que tardó la parroquia grana en agotar las más de 2.500 entradas cedidas por su máximo rival, lo que tardó el Efesé en confirmar que el Cartagonova rozará el 'no hay billetes'. Colas serpenteando frente a las taquillas de ambos estadios desde el primer día, el síntoma perfecto de estos tiempos postpandemia marcados por la fiebre del directo, un fenómeno global donde el derbi regional se ha convertido en un acontecimiento más que en un partido de fútbol. Una experiencia a vivir pero, sobre todo, a inmortalizar y compartir.

Ambas ciudades en ebullición por el duelo, pero no todo son flashes; ni ciudades. El jueves previo al derbi cruza por la A-30, donde el brillo de los focos se apaga en una mañana gris a medio camino. A ambos lados de la carretera, tractores afanados levantan remolinos de polvo junto a estatuas con el lomo doblado sobre la tierra, entre bancales de limoneros con los pollizos encrespados por encima de la valla. De las colas en el Enrique Roca y el Cartagonova al lugar donde el Campo de Cartagena y la Huerta de Murcia confluyen. Ese punto intermedio donde se ubican Balsapintada (Fuente Álamo), Valladolises (Murcia) y Lobosillo (Murcia), tres pueblos como islotes de paso olvidados en el arcén a mitad de camino del derbi, cuyas poblaciones sumadas apenas podrían llenar una de las gradas laterales del feudo albinegro.

«El fútbol no da de comer», simplifica Pepe 'el yanqui', quinto y cigarro en mano sobre una muleta que apoya contra la mesa de Mi Rincón, el bar anexo a la modesta Iglesia de Balsapintada. Una sentencia que espeta con una naturalidad pasmosa, pero que resume toda la cosmovisión pragmática de los tres parroquianos que, a mitad de camino, no han oído hablar del derbi. La explicación precede al silencio; miradas cómplices e indicaciones para salir de un mundo sin GPS.

De espaldas al derbi

El Centro Socio-Cultural de Balsapintada tampoco sabe demasiado sobre el primer derbi en los últimos seis años. «No somos ninguno futbolista aquí», responde entre risas un hombre que «criaba pepinos», pero ahora está retirado. «Nosotros entendemos de pollos, de conejos, del campo. Cosas de agricultura; la pelota no la puedes morder», sentencia entre miradas de pánico a la cámara que desenvaina el fotógrafo.

«Siempre he sido más del Cartagena que del Murcia, pero nos da un poco igual», reconoce un frutero de Balsapintada

«Cuando pasan algo en la tele, luego a luego miro un rato, tampoco mucho», asegura el menos vocal de los cuatro, que entre el Murcia y el Cartagena no se queda con ninguno, pero reconoce al hijo pródigo de la localidad de menos de dos mil habitantes: Héctor Yuste, uno de los héroes del Efesé en el ascenso de Alcoy. «Se ha retirado este año y ha vuelto, que estaba por ahí por la India».

A la salida, cajas de fruta vacías, apiladas contra los bajos de un camión. «No, no lo vamos a ver», contesta Pedro mientras recoge el puesto. «Siempre he sido más del Cartagena que del Murcia, pero nos da un poco igual», resume antes de que su padre cuelgue el móvil. «He ido a los dos campos varias veces», pero ni idea del derbi.

Un pueblo fantasma

De Balsapintada a Valladolises, un cartel anuncia la entrada al término municipal de Murcia. Quizá en el patio del recreo alguien se pida ser Pedro Benito, o el posible once de Javi Rey amenice el rato del almuerzo en el curro, pero la pedanía, de apenas 700 habitantes dispersos en caseríos, está desierta. Ni un alma en una escena donde solo falta una planta rodante, así que el forastero, al que una señora mira de reojo desde la puerta de casa, se vuelve a subir al caballo.

Un cartel oxidado indica un bar fantasma junto a la farmacia de Lobosillo, ese islote murciano rodeado por el Campo de Cartagena, donde dos mujeres vestidas con el velo aguardan su turno entre lejas medio vacías. La hora punta reúne a una decena de personas en el corazón del pueblo, entre el Café Origen y el estanco multiusos de Pepe, esa acogedora plaza donde los zagales del sitio juegan a la pelota cada tarde. Pero aquí nadie ha comido todavía, así que hablar del partido sigue siendo un desafío.

«No tenemos ni idea de fútbol», resume un obrero que apura un último sorbo en el Café Origen. Fuera, un chaval con la camiseta de un equipo fuma junto al futbolín, pero no habla español y la conversación gestual se zanja con dos sonrisas. «Ah, no, de eso no. Cuando he oído derbi he pensado en las motos», ríen otro par de jóvenes a la salida, antes de indicar cómo se llega a alguna trinchera grana o albinegra.

«Somos nativos de aquí». «Aborígenes de 'la isla'». «Primitivos», zanja al elevar la voz el último de los hombres que conversan en la puerta del centro de mayores de Lobosillo. Las pullas viajan de uno a otro lado, con golpes de efecto que rompen en carcajadas, pero que solo dejan en claro que dentro saben más de ese derbi en el que van con el Murcia, pero que no saben ubicar.

Un náufrago en 'la isla'

En el interior sobra la chaqueta. El reloj marca la media mañana desde la pared, junto al número de la lotería de Navidad y un cartel impreso: 'No se acepta pago con tarjeta'. Las fichas de dominó revientan la mesa del fondo, escoltada por una pareja de ancianos y un hombre solitario que lee el periódico. La partida termina y el forastero se cuela por un hueco. Sin tiempo a disparar, llega el primer ataque. «¿Qué te manda, el Miras?». Uno se presenta para desmarcarse, con santo y seña, pero la respuesta desarma cualquier defensa. «La Verdad somos nosotros». Y uno ya no sabe si habla del derbi, o si acaso el derbi habla de él.

Un náufrago albinegro. Julio Forné, socio del Efesé desde hace 25 años, muestra su carné de abonado en el centro de mayores de Lobosillo. LA VERDAD

El eco sonoro de la primera ficha contra la mesa abre la partida y cierra la conversación. El anciano junto a su pareja entona un cántico irreproducible, liturgia de derbis de otra era, antes de señalar al hombre que lee el periódico. Pero no mira el papel, sino la pantalla del móvil. «Estoy aquí accidentalmente. Soy de Cartagena, pero me vine con mi mujer en la pandemia y nos hemos quedado», asegura Julio Forné, ex árbitro de 2ª B que hizo de juez de pista de bádminton en Barcelona 92. «El Cartagena siempre ha sido mi equipo en todas las categorías que ha estado», asegura, mientras el pulular de su dedo enseña el camino hasta el ribete albinegro de un carné que asoma sobre su cartera, ese que le acompaña desde hace 25 años.

La conversación con el náufrago albinegro se dilata, entre relatos de una isla murciana rodeada por océanos de campo cartagenero, esos que en Lobosillo allanaban para jugar con pelotas hechas de cordel. Pero el ritmo de la ciudad apremia, aguarda impaciente a unos 20 km, aunque en otro universo. Cerca, pero a la vez tan lejos. Esencial; de espaldas al derbi. Una suerte de magnetismo impide apretar el pedal a fondo, pero atrás queda esa señal desgastada que reza Lobosillo, Valladolises, Balsapintada. De frente, un enorme cartel azul indica la A-30: Cartagena - Murcia.

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