El eco poético del Naranjo cobra vida en Murcia
Publicación. El montañero Ángel Ortiz recopila coplas, poemas y relatos de los pastores de Bulnes para que no se pierdan y para agradecer 45 años de amistad y de atención a «un puñado de barbudos devoradores de paredes» colgados de la cara oeste del Picu
Fue en los años 70 del pasado siglo cuando los alpinistas murcianos, bajo el paraguas y el empuje de Miguel Ángel García Gallego, empezaron a tejer el lazo, ya indisoluble, que unió Murcia a la población asturiana de Bulnes para siempre. No en vano, corría febrero de 1973 cuando los alpinistas Miguel Ángel García Gallego, César Pérez de Tudela, José Ángel Lucas y Pedro Antonio Ortega lograban ascender la cara oeste del Picu Urriellu o Naranjo en pleno invierno, rompiendo la trágica historia de esta vertical cumbre de los Picos de Europa.
Lo sabe bien Ángel Ortiz Martínez (Murcia, 1957) que cuenta que el entonces joven Miguel Ángel «nos cogió por banda y nos espabiló a todos. Nos inculcó la mentalidad de buscar lo que nadie había subido», recuerda Ortiz sobre una generación de alpinistas murcianos criada en las vías de La Panocha y Leyva y que se abonó a la escalada de dificultad y se enganchó a viajar a Bulnes para abrir las hasta 9 vías 'murcianas' en la entonces inaccesible cara oeste del Naranjo. «No me llames Naranjo / que frutos no puedo dar / llámame Picu Urriellu / que es mi nombre natural», recitaba Paula Noriega.
La historia de amor de Ángel Ortiz con los bulneses comenzó en 1977, durante el primer intento de abrir la vía 'Murciana' en la cara oeste del Naranjo. Tenía 20 años y los primeros rostros que vio, tras una noche a la intemperie bajo un tilo, fueron los de Marcelino y Celina, al frente del Bar de Bulnes, que además de un tazón de leche muy caliente con miel y galletas le brindaron un calor humano que ya nunca le faltó.
Entonces solo subía una senda al pueblo, aún no estaba el funicular que convirtió a partir de 2001 Bulnes en un destino turístico asequible a todos. Le sucedieron muchos veranos y muchos inviernos, entre los que Ángel recuerda especialmente el de 1983. Tres meses en la cordada de apoyo para abrir la vía 'Sueños de Invierno' y muchas subidas y bajadas a por víveres, con nieve y tormentas, hicieron de Bulnes su cuartel general y de las casas de los bulneses su auténtico hogar.
En esos primeros años, «había unos 300 pastores que vivían en la Vega del Urriellu. Ahora hay media docena, muchos tienen más de 80 años y algunos han muerto, como Rosalía, hace un mes», lamenta Ángel Ortiz que, además de vivir en la zona entre 1982 y 1996, cuando trabajo de guía en el Picu, no ha fallado ningún año.
«Con muchas familias de bulneses mantengo la amistad con tres generaciones, a las que he conocido de niños», comenta, por ejemplo, el caso de Miguel y Martín Mier, hijo y nieto de Marcelino y Celina. «Después de 45 años de tratar con ellos, tenía que devolverles toda su ayuda y todos estos años de gran amistad. Tenía la necesidad de hacer algo con ellos que perdurara en el tiempo».
Y, dicho y hecho. En todo ese tiempo descubrió que los pastores de Bulnes, «aunque pocos habían ido a la escuela, recitaban poesías, coplas y relatos propios» con los que le habían regalado todos esos años. Los grabó mientras hacían las tareas del campo y ahora los compila y rescata para siempre del olvido en su publicación 'Bulnes. Pastores, poesías y relatos'.
Su libro, el número 38 y que firma a cuatro manos con Marcelino Mier Campillo, recoge el censo de familias y habitantes de Bulnes y sus praderías «los que vivieron en cada una de las aldeas y majadas de pastores a mediados del siglo XX»; fotografías de ellos de hace cuatro décadas y de los últimos años, también de los gratos momentos compartidos, mapas de la zona, pero, sobre todo, una tradición oral que habla de la vida en extinción de esos pastores que fueron refugio «de un puñado de barbudos devoradores de paredes», se autodefine Ángel Ortiz en el libro.
Mecer (ordeñar) cabras y vacas, transportarla en los besigos (odres), llevar el 'quesu' a la cueva, limpiar cuadras y cuerres (corrales), hacer el pan, mazar (agitar) para hacer la mantequilla,... También cuentan las dificultades del pastoreo en jornadas de niebla y tormenta, recuerdan las leyendas de duendes, brujas y 'diablus' con las que pasaban las tardes de lluvia, los estragos que causaban los neveros cuando se producían avalanchas, los riesgos que asumían cuando bajaban a Arenas de Cabrales con los productos que fabricaban para venderlos y cómo los engañaban los comerciantes, incluso los poemas que recitaban a los «valerosos montañeros del Sur», como el de Isabelina Mestas, al Picu Urriellu y hasta al queso de Cabrales.
En definitiva, un compendio de saber, completado con un glosario de términos en bable, que queda en 'Bulnes. Pastores, poesías y relatos' atesorado para las generaciones futuras y que pone en valor y deja constancia de que fueron ellos, los pastores de la Vega del Urriellu, los primeros que guiaron a los montañeros, encabezados por Alfonso Martínez Pérez y su padre, Víctor, a partir de los años 40 del siglo XX y, el primero de todos, El Cainejo en 1904.
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