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Mi castillo de papel

Orfeo Suárez

Jueves, 14 de septiembre 2017, 17:23

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Vocento me pide que escriba en sus páginas, donde nunca tuve la oportunidad de trabajar, a pesar de mi querencia por los periódicos centenarios: es como sentirse parte de la historia. Lo hice en La Vanguardia, donde pasé algunos de los mejores años de mi vida, no porque los posteriores fueran peores en lo profesional, al contrario, simplemente porque la pasión de los 20 es irreproducible a los 30 y menos a los 40. Pasado el ecuador, los 50 señalan el momento de hacer las paces con uno mismo, de perdonarse. El ejercicio de mirarse hacia adentro es más saludable con unas dosis de cinismo, muy útil en este oficio, con permiso de Kapuscinsky, siempre que se utilice como el azafrán. De lo contrario, convivir con el poder, que forma parte de nuestro trabajo, es insoportable. La presión de los Trump, los Iglesias, los Botín, los Florentino o los Almodóvar de este mundo es parte de la dialéctica periodismo-poder, por lo que hay que normalizarla y somatizarla. El criterio es la forma de combatirla, porque no basta con la independencia si no tenemos preparación. El criterio es la síntesis de ambas, un castillo imaginario levantado por el conocimiento, la experiencia y la moral.

La responsabilidad de este oficio lo exige, porque somos los cronistas de nuestro tiempo, los historiadores del presente, no los escribanos del rey. La tribialización de la profesión y la debilidad económica de los medios, golpeados por todas las crisis al mismo tiempo, como en una tormenta perfecta, amenazan a ese castillo de papel. Baricco ya prevenía de ello en Los Bárbaros, al anunciar la sustitución del razonamiento vertical, que profundiza, por el horizontal, el surfacing de la Red.

El dilema no es el soporte; es la dinámica que el soporte impone. Las distintas superficies de la tierra forjan hombres diferentes y algo parecido sucede con los periodistas. El soporte digital exige un non stop que obliga a parcelar el trabajo en turnos, mientras que la generación del papel sólo tiene el deadline del cierre. Organiza peor su vida, es cierto, porque su vida es la información, y ésta es compulsiva, imprevisible, desordenada. A los 50, se deja de explicar en casa. Es inútil. Las redacciones han sido su reflejo, zoco de mercadeo informativo y ágora de debate. Ahora, al entrar en algún periódico, uno cree que se ha equivocado y lo ha hecho en Mapfre.

Mi defensa del papel no es, pues, la de un nostálgico al que e gusta mancharse las manos de tinta. Es la defensa de una forma de trabajar que ha hecho del periodismo uno de los pilares en la construcción de la sociedad occidental. Es muy posible que los editores no sean de la misma opinión, pero el criterio hay que mantenerlo frente a cualquier forma de poder. Es lo único que tenemos ahora que casi no tenemos trabajo. Es nuestro castillo.

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