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SARA I. BELLED
Espejito, espejito... ¿por qué puede ser un calvario?

Espejito, espejito... ¿por qué puede ser un calvario?

VIVIR ·

Unos no soportan mirarse, otros se escudriñan constantemente en busca de defectos... Es la doble cara de la dismorfofobia

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Viernes, 10 de julio 2020, 00:08

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A menudo somos nuestros peores enemigos y la comprensión y la piedad que tenemos con otros nos la negamos a nosotros mismos. Sobre todo en lo que se refiere a la imagen. Cuando nos miramos al espejo, solemos ser implacables. Que si nos vemos un michelín por aquí o una arruga por allá, que si la forma de nuestra nariz no nos gusta, que si las orejas asoman con impertinencia entre el pelo como soplillos, que si el pelo empieza a escasear y anuncia un futuro de calvicie... ¡Ay, qué horror!

En cierta medida, todos tenemos momentos en los que odiamos el reflejo que nos devuelve el espejo. Pero lo normal, después de rabiar un rato, es seguir con tu vida. Qué se le va a hacer. Lo malo es cuando detectamos algún supuesto fallo y nos obsesionamos tanto que ya todo gira en torno a él. Y decimos 'supuesto' porque, en la mayor parte de las ocasiones, ese defecto sólo existe o resulta llamativo en nuestra cabeza. «Sí, porque la dismorfofobia, hoy llamada trastorno dismórfico corporal, es una preocupación excesiva por algún aspecto de nuestro físico que consideramos un defecto y que no es evidente para las demás personas, o es levemente visible para ellos», explica la psiquiatra de Doctoralia Susana Avello. Según indica, las zonas más críticas –y criticadas– son la cara (nariz, imperfecciones como el acné o las arrugas...), los pechos y el cabello. «Si la obsesión es acerca del peso, estamos ante un trastorno de alimentación», añade.

Esta fijación –al final, es una enfermedad en la esfera de los trastornos obsesivo-compulsivos– va más allá del disgusto a la hora de mirarse a espejo: el afectado empieza a buscar constantemente la confirmación en otras personas ('¿este peinado me hace mucha nariz?', '¿estoy más calvo que ese de ahí?') y hasta evitan el contacto social, «ya que pueden pensar que los demás se ríen de su defecto», afirma la psiquiatra. «Además, normalmente los pacientes son poco conscientes de que su problema es mental y no corporal, por lo que suelen ser reacios a acudir a un psiquiatra hasta que estos pensamientos y conductas interfieren de forma importante en su vida», lamenta.

Porque esa es la línea roja que separa el típico complejillo del trastorno. Para Júlia Pascual, psicóloga y 'coach', todo se desmadra cuando uno emprende una batalla encarnizada contra lo que considera un defecto. «Se meten en una lucha para esconder algo o para eliminarlo. Y esto genera un sufrimiento, porque, además, cada día te ves peor, estás preocupadísimo por lo que opinen los demás...», repasa Pascual, que trata en su consulta a personas con este trastorno. «La trampa en la que caen es la de no entender que la perfección no existe, ni la aceptación total. Y no entienden que la belleza es un conjunto, no una sola parte de su cuerpo», describe la experta.

En la adolescencia

Aunque los casos más acusados sólo afectan al 1 o el 2% de la población, en grados más leves este trastorno, que suele iniciarse en la adolescencia, está mucho más extendido. El culto al cuerpo y la importancia de la imagen en las redes sociales –donde, además, algunos 'trolls' se meten con el aspecto de otras personas destrozando muchas autoestimas débiles– está causando estragos. En los casos más acusados, los afectados sufren ansiedad, depresión y hasta tienen ideas suicidas.

Por eso Júlia Pascual, que aplica en su consulta la llamada Terapia Breve Estratégica para ayudar a los pacientes, se centra en romper el círculo vicioso de este trastorno: «Quien sufre de dismorfofobia opta por tres 'salidas': la huida –evitar mirarse y taparse el defecto para que nadie lo vea–, el control excesivo de ese 'fallo' corporal –mirándoselo constantemente al espejo– y la necesidad acuciante de operarse para acabar con el problema. En terapia lo que intentamos es terminar con estas 'soluciones' que no funcionan y proponerles otras rutinas». Así, se busca que sean más flexibles y que tengan experiencias emocionales «correctivas». Hasta que un día en su cabeza se produce un clic y cambia esa percepción nefasta de sí mismos que tenían. Y, cuando ven fotos que les parecían horribles de cuando se machacaban con su aspecto, «la mayoría lloran al darse cuenta de que tenían una alteración».

Pascual, que trabaja estrechamente con cirujanos plásticos, considera que el problema de estas personas no se arregla a golpe de bisturí. José Manuel Béjar, cirujano plástico del hospital San Juan de Dios, coincide en que «la solución no es quirúrgica». Desde luego, a él nunca le ha llegado, en su dilatada carrera, ningún dismorfofóbico «diagnosticado». Pero, «de refilón», a los de su gremio sí les toca tratar con personas que padecen este trastorno, a las que suelen identificar enseguida. ¿Cómo? «Es de sentido común: no es lo mismo que te venga alguien con una nariz aguileña y una giba dorsal descomunal a que te venga alguien con una nariz normal y con la foto de Claudia Schiffer para que la dejes igual...». Según explica Béjar, él y todos sus colegas intentan evitar a los dismorfofóbicos: «Porque los resultados con ellos nunca son satisfactorios, ya que sus pretensiones no son realistas. Afortunadamente, se nos 'cuelan' muy pocos casos».

Estas son las dos caras de la dismorfofofia, según la relación que el afectado tenga con el espejo:

  1. 1.

    Huyendo del espejo

    No pueden soportar ver su imagen

Existen dos tipos de personas dismorfofóbicas según su relación con los espejos. Por un lado están los que no paran de mirarse para 'controlar' y fustigarse con su defecto (sea real o no, porque eso a veces es muy subjetivo) y, por otro, los que no pueden soportar mirarse en uno. En su casa no encontrarás ninguno y, de haberlos, estarán tapados. «Les tienen fobia –asevera Júlia Pascual–. Lo que hacemos en estos casos es poner en marcha con ellos una comunicación sugestiva y persuasiva. Es decir, que se miren y se busquen los defectos en el espejo. A veces, hasta les aconsejamos que usen crema para que se toquen esas zonas y así implicamos el sentido del tacto». Para convencer y enseñar algo al cerebro, cuantos más sentidos participen, mejor. «Deben aprender a sentir algo diferente al mirarse que les ayude a cambiar su percepción de sí mismos, ya que, cuando lo logran, reconquistan su vida», apunta Pascual. Entre los afectados por este trastorno –que es unisex, aunque hay más mujeres afectadas que hombres– existen casos tan extremos que no sólo evitan los espejos: huyen de cualquier superficie reflectante porque su imagen, debido a la distorsión cognitiva y visual que padecen, les repugna. Escaparates, agua y hasta cucharillas... el martirio está por todas partes.

  1. 2.

    Siempre ante el espejo

    Miran obsesivamente su supuesto fallo

Algunas personas obsesionadas con un defecto no pueden evitar mirárselo una y otra vez. Buscan espejos en cualquier parte para verificar que está ahí... y sufrir. En estos casos, Pascual explica que la terapia pasa por crear un «contrarritual» para romper esa compulsión. «Les pedimos que vayan tres veces al día al espejo y se miren de arriba abajo, todos los puntos y desde todos los lados. Y les indicamos que apunten en un papel todos los defectos físicos que se ven, la 'solución' que creen que podrían tener y que puntúen de uno a diez cuánto les fastidian», detalla Pascual. Así limitan a tres veces diarias el contacto con el espejo, liberando en cierta manera al afectado. Además, esas 'visualizaciones' son para que tomen conciencia de la realidad. No obstante, en casos de mucha ansiedad, con personas muy compulsivas, la terapia debe 'dejarles' más visitas al espejo, «a razón de cinco minutos cada hora». Al final, se trata de acotar los tiempos que pasan mirándose y que estos les sirvan para aprender y no para castigarse.

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