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Cristina Beatriz, preparada para bailar. A. S.
Milonga del abrazo largo

Milonga del abrazo largo

Propios y extraños ·

Cristina Beatriz Cortés Alberti, coreógrafa y profesora de tango, ha bailado en la Ópera de París y en un aseo. «Cuando me quejo, me doy una autopatada en el culo», se riñe

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Miércoles, 29 de agosto 2018, 02:59

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Con unas medias de rejilla, falda con una raja como la del Titanic, y unos tacones con pulsera al tobillo, Cristina es otra mujer. Luego están la profesora, la coreógrafa, la madre, la nieta, la milonguera, la bailarina de casa de show bonaerense, la de las giras mundiales. Todas tienen ese carácter de pisada fuerte y barbilla alta, tan diferentes de las frágiles muñecas de Gardel. «La mujer no es un objeto en el tango. Es verdad que guía el hombre, pero el rol del que sigue es activo, es un cincuenta-cincuenta. Nadie va a la fuerza. ¡Sería terrible! ¡Quién quiere que lo lleven a los tiroles!», argumenta la profesora como si cantara.

Para bailar tango hay que estar muy cerca del otro: «Yo le pongo a mis alumnos una botella de agua en el pecho y no se puede caer», reta Cristina. «Hay que estar pendiente del otro, sentirlo. El que guía no va a su aire. Tiene que asegurarse de que lo siguen», convence con esa facultad de los argentinos para llevarse el gato al agua.

  • Quién Cristina Beatriz Cortés Alberti.

  • Qué Bailarina, coreógrafa y profesora de tango.

  • Dónde Murcia y S. de la Ribera.

  • Gustos Naturaleza y danza.

  • ADN Fuerte y sensible.

  • Pensamiento «El tango procede de la mezcla de la inmigración y del hibridismo cultural».

De sometimiento, nada. «Avanzando el siglo XX, el tango se ha convertido en un diálogo. Hay mujeres que guían y hombres que siguen», abre mentes. «Y luego está el Tango Queer, en el que se cambian los roles y hay parejas del mismo sexo, no solo para la comunidad LGTBI», desarma Cristina. La profesora enseña los dos roles: «Es interesante porque aprendes a ponerte en el lugar del otro», anima a abrazarse: «Es interesante pensar que el tango nació de la confluencia de los inmigrantes en Argentina, de la mezcla, del hibridismo cultural. Me da que pensar que surgiera esta danza del abrazo».

«Julio Bocca me dijo: 'Tranquila, mira cada pisada', y ya no volví a tropezar nunca»

Conviene aprender -Cristina imparte clases en la academia Yaiza de Santiago de la Ribera y en la galería Leucade de Murcia- antes de pegarse a otro pecho en una de las milongas que se celebran en Murcia cada semana. La experta organiza la de la galería Leucade, pero hay otras como la Milonga Recuerdo y la 'clandestina', que se convocan por 'whatsapp' tan solo unas horas antes en una plaza cualquiera de la ciudad. Y uno acude a la llamada, como lo hizo Cristina, con solo 17 años y una maleta, para buscar escenario en Buenos Aires, a 22 horas de viaje de su ciudad natal, Córdoba. «Buenos Aires es un rock and roll para vivir», la agotó la metrópolis con sus cambios y sus crisis. «Pensé que bailar era egoista, porque la gente lo pasaba mal y yo quería cambiar el mundo», recuerda Cristina de sus inicios. Combinó su formación con un trabajo en una 'casa de show' -«puedes cenar y te muestran la historia del tango», acerca-, hasta que la coreógrafa Ana María Stekelman la incorporó a su compañía Tangokinesis, que fusionaba tango y danza contemporánea. «Ella sacó de mí a la bailarina», afirma Cristina, quien recorrió los escenarios de medio mundo y bailó «con la compañía de Julio Bocca en la Ópera de París ante los presidentes de los dos países». A pesar de los focos, ella sitúa la cima de su carrera en un traspiés que dio en el estadio de Boca Juniors. «Intenté pisar lejos porque era un espacio enorme y me caí. Entre bambalinas, Julio Bocca me dijo: 'Tranquila, mira cada pisada', y ya no volví a tropezar nunca». Ha bailado lo mismo en estadios que en un aseo: «En la Bienal de Venecia quisieron que bailara el Tango Toilet», invita a imaginar la cercanía quien fue después bailarina en la película 'Tango', de Carlos Saura.

Años después, pisó Lubrín, el pueblo almeriense de sus abuelos emigrantes de la posguerra, para dejar en España un escapulario de su bisabuela. «Quería que hubiera algo de ella aquí, que nunca volvió. Con él rezaba por mí cuando yo estaba de gira», se abraza Cristina a su sangre española. «Mi abuela Aurora era muy de potajes y de expresiones andaluzas. Sé que ella, desde allá arriba, me buscó el novio», guiña un ojo al cielo: «Ya había cumplido mi deseo de ser bailarina. Y después el de tener una familia propia. Me vino más en la vida de lo que nunca imaginé. Estoy agradecida, como Mercedes Sosa. Cuando me quejo, me doy una autopatada en el culo».

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