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Una empresa de inteligencia artificial china identifica a personas entre la multitud. Zigor Aldama
El perfecto estado policial

El perfecto estado policial

A través de la inteligencia artificial y 170 millones de videocámaras, China controla a la ciudadanía con la excusa de mejorar la seguridad

ZIGOR ALDAMA

Martes, 7 de agosto 2018, 02:40

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Quienes aterrizan en los aeropuertos de Shanghái se topan pronto con las nuevas tecnologías que China utiliza para controlar a la población. El primer paso es el registro de las huellas dactilares de los recién llegados, a los que también se les toma una fotografía antes de sellar su pasaporte y permitirles la entrada. Son medidas ya habituales en muchos países, pero lo novedoso se encuentra en los controles de seguridad previos al embarque: los viajeros nacionales -los extranjeros se incorporarán en próximas fechas- acceden mediante un sistema de reconocimiento facial que compara su rostro con el guardado en la base de datos nacional, que se nutre con imágenes de los 1.350 millones de habitantes del país y a la que van a parar todas las fotografías de inmigración.

El primer paso es escanear el documento nacional de identidad. Se abre la primera barrera y el viajero pasa a una segunda en la que hay instalada una cámara que escanea multitud de puntos en el rostro y da el visto bueno. O no. En ese caso, el control se hace de forma manual por un funcionario. Los usuarios están contentos porque agiliza los trámites. Y nadie muestra preocupación por su privacidad.

Al fin y al cabo, el aeropuerto es solo uno de los muchos lugares en los que China está instalando cámaras con capacidad para reconocer las facciones de quienes pasen por delante. Están en el metro de Shanghái -donde cazaron a un fugitivo nada más ser instaladas- y también en edificios oficiales, centros comerciales y un creciente número de calles. Las baterías de cámaras de videovigilancia se van multiplicando a velocidad de vértigo: se estima que ya hay operativas unos 170 millones, y que para 2020 serán 450 millones. Una por cada tres habitantes.

Las autoridades supervisan todos los contenidos a los que tienen acceso los 750 millones de internautas chinos

Lógicamente, no hay seres humanos suficientes en todo el planeta para procesar toda esa información, razón por la que los dirigentes chinos están alentando el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial que puedan hacer el trabajo de agentes de Policía. Y funciona. «Nuestros algoritmos pueden encontrar a una persona entre 2.000 millones en cuestión de pocos segundos», afirma orgulloso Zhu Long, cofundador de Yitu, una de las jóvenes empresas tecnológicas que ofrecen estos sistemas de vigilancia. Zhu los justifica con el mismo razonamiento que da el Gobierno: «Hacen el país más seguro».

Efectivamente, las estadísticas así lo certifican. Aunque no se publican cifras nacionales sobre el número de casos en los que la inteligencia artificial juega un papel vital, los arrestos propiciados por sistemas de reconocimiento facial se cuentan ya por miles. Solo en la ciudad oriental de Suzhou han sido determinantes en la resolución de 500 casos criminales. Su instalación en el transporte público de Xiamen ha reducido los hurtos en un 30%. Y en el pasado Festival de la Cerveza de Qingdao sirvieron para detener a 22 fugitivos que fueron a emborracharse en la creencia de que sería imposible reconocerlos entre la multitud. Zhu incluso recalca que su sistema ha servido para identificar por su calavera a un hombre asesinado cinco años atrás.

No obstante, diferentes organizaciones señalan que estos incuestionables avances tecnológicos no están siendo utilizados para crear una sociedad más libre en China sino para todo lo contrario. Se han convertido en una herramienta del Gobierno para crear el estado policial perfecto. Tan perfecto que no se nota. No es necesario que haya una presencia policial notable, ni que los agentes vayan armados. Es un Gran Hermano que utiliza sofisticados sistemas de vigilancia soportados por nuevas infraestructuras: desde las futuristas gafas con cámaras de los agentes de la estación de tren de Zhengzhou, hasta los algoritmos que leen palabras clave en internet.

Porque el escrutinio de redes sociales y el seguimiento de teléfonos móviles inteligentes también son pilares de este sistema. Diferentes activistas denuncian que mensajes privados enviados a través de la aplicación WeChat -que no está encriptada como sucede con su versión occidental, WhatsApp- han sido recuperados por las autoridades y utilizados en su contra en procesos judiciales. No en vano, las leyes chinas otorgan carta blanca al Gobierno en el acceso a los datos de los usuarios chinos, razón por la que incluso Apple se ha visto obligada a establecer allí servidores que guardan todo lo relacionado con sus clientes chinos.

Una 'nube' policial

Human Rights Watch (HRW) considera que se ha construido en el ciberespacio chino una 'nube policial' que sirve para «recabar cada vez más información de cientos de millones de ciudadanos corrientes, identificar a los que se desvían de lo que ellos consideran 'ideología normal', y utilizar los datos para vigilarlos». Todo ello con la connivencia de empresas chinas y extranjeras, porque este nuevo 'estado orwelliano' representa una golosa oportunidad de negocio para tecnológicas de muy diversos ámbitos: solo un proyecto para instalar 30.000 cámaras con reconocimiento facial en la ciudad de Urumqi, adjudicado a uno de los principales fabricantes -Hikvision-, ya cuenta con un presupuesto de 70 millones de euros.

Urumqi es la capital de la región autónoma de Xinjiang. Y en ningún sitio se siente el estado policial chino con tanta intensidad como en la tierra de los uigures, de etnia túrquica y mayoría musulmana, demonizados por los ataques terroristas que llevan a cabo ocasionalmente grupos separatistas. Aunque es difícil de confirmar, diferentes organizaciones denuncian que se recaban muestras de ADN, se prohíben comportamientos propios de los 'extremistas islámicos' -como dejarse barba larga o bautizar a un hijo como Mohamed- y que decenas de miles de sospechosos son internados en campos de reeducación.

Aquí la presencia policial sí es más que evidente, con numerosos controles aleatorios, y las fuerzas del orden pueden exigir escrutar la actividad en internet en los móviles de los ciudadanos. Este periodista viajó hace un par de años a la ciudad de Kashgar, y, muestra de la eficacia del sistema de vigilancia, la Policía se presentó en el 'lobby' del hotel cinco minutos después de haber recogido la llave de la habitación. Querían conocer el propósito de la visita y ofrecieron una escolta por motivos de seguridad. Afortunadamente, aceptaron la negativa a viajar con un uniformado al lado.

El problema es que, ante los abusos de las autoridades, los chinos no pueden esperar que la Justicia los proteja: los tribunales condenan al 99,9% de los acusados.

Proteger al régimen

El Partido Comunista no esconde todos estos métodos de vigilancia. Al contrario, los muestra con orgullo. De hecho, el diario oficialista 'Global Times' publicó el pasado día 26 un artículo titulado 'China actualizará su protección en internet. La nueva regulación supervisará a toda la sociedad'. En Occidente, un texto así habría provocado urticaria en los lectores, pero el rotativo chino hizo hincapié en la necesidad de una nueva normativa para hacer frente a amenazas como el 'ciberliberalismo', la corriente de quienes creen en un internet neutral. Con la nueva ley, China supervisará todos los datos, así como la computación en la 'nube' y el 'internet de las cosas'.

Los dirigentes chinos afirman que estas medidas son necesarias para salvaguardar la seguridad del Estado y la armonía social. Lo que no mencionan es que sirven también para la protección de un régimen autoritario cuya legitimidad cuesta mantener cada vez más en un mundo globalizado e interconectado. Las nuevas tecnologías, no obstante, son una herramienta muy eficaz para controlar a la ciudadanía y para hacerle vivir en una burbuja impenetrable en la que todo el contenido al que tienen acceso los 750 millones de internautas chinos está aprobado por las autoridades. Es un Gran Hermano del que resulta casi imposible escapar.

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