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El pescador cartagenero José María Méndez sopla su caracola frente al faro de Cabo de Palos. A. Salas

El gigante del faro

Propios y extraños ·

José María Méndez, pescador y soplador de caracola, con fuerza bruta ha cogido atunes con la mano pero usó la táctica para ligar. «Sueño con encontrar la red llena de lechas», confiesa

Alexia Salas

Lunes, 16 de julio 2018, 10:58

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Hasta los bien alimentados gatos de Cabo de Palos saben que Méndez pisa tierra firme cuando escuchan el bramido sordo de su caracola. El pescador se acerca a los labios el caparazón de cinco puntas, que él mismo encontró cerca de isla Hormiga hace 30 años, y todo el tifón de aire que sale de sus pulmones como dos bolsas de Ikea se convierte en una llamada a mar y tierra, con el sonido de la bocina de un barco de vapor. «La limpié, la cocí y la barnicé, y no se la dejo a nadie, como la mujer y el coche», presume de instrumento este Louis Armstrong del mar. Le enseñó la técnica su maestro marinero, Isidoro Fuentes 'El Tivico': «Antiguamente, cuando se navegaba con la brújula y las estrellas, para saber la distancia a la costa soplaban la caracola en las noches de boria».

La tradición sobrevive en el soplido de este gigante del faro, a quien llaman para encabezar la procesión de la Virgen del Carmen el 15 de agosto, y para guiar el trono de San Pedro Apóstol, que construyó el maestro calafate Donato, y que pasean con levante junto a un grupo de niños con botas y chubasquero en Semana Santa. Es el influjo del mar, que baña cada rito de este pueblo que ha visto hundirse buques y transatlánticos.

El soplador sale al paso del ataúd de los pescadores fallecidos para despedirlos con su aullido ahogado en las curvas y revueltas de la espiral. Dicen que en Cabo de Palos el nudo de la garganta se les deshace en lágrimas al escuchar el do de la concha gigante. «Me llaman para bodas y funerales», se sorprende Méndez. En el dolor y en la fiesta, allí está este Gulliver cartagenero.

La vida navegante no le ha desgastado, y eso que fue ella la que lo escogió a él. Varias generaciones de pescadores le preceden, así que en cuanto pudo mantener el equilibrio lo echaron a cubierta del 'Punta del Cabo', que ya capitaneaba su abuelo sorteando la cordillera sumergida de este saliente rocoso. «Me amarraban la vara en la mano y el cuerpo al puente del barco para que no me llevara la fuerza de los peces», vuelve al niño que supo su destino sin dudar.

No tardó en hacerse «con este cuerpo que la naturaleza me ha dado, que nadie se mete conmigo», justifica el buen talante que ejerció los años tiernos en que se empleó de portero en un local nocturno de La Curva (Lo Pagán). «Una noche le dije a uno: 'ponte mi mano en tu cara, ¿ves por qué vas a portarte bien?'», cuenta el pescador, con menos tropiezos con los pulpos y morenas que con los humanos. Con esas manos de pariente de Hagrid, el buen guardabosques de Hogwarts, pescó luego atunes «con afilaero» de hasta 700 kilos y levanta redes repletas como si nada.

  • Quién. José María Méndez.

  • Qué. Pescador y soplador de caracola.

  • Dónde. Cabo de Palos.

  • Gustos El mar, Rajoy y Manolo Escobar.

  • ADN Fuerte, trabajador y sentimental.

  • Pensamiento «La Virgen del Carmen me escucha cuando le pido pesca».

Como casi todos los grandullones, gasta temple y sonrisa. «Marcho a las tres de la mañana para isla Grosa, la Hormiga o La Corona hasta que termina la faena, llego a casa a las 11.30 de la noche, saco al perro y a veces juego al escondite con mi hija. ¿Dormir? Dos o tres horas. Y soy más feliz que nadie. No quiero ir de vacaciones ni salir de Cabo de Palos», cumple sus días el pescador, que le sentenció a Rita Barberá que «el arroz murciano era mil veces mejor que el valenciano» un día que se le puso delante. Con esas manos de cefalópodo agarró otro día a Rajoy y el expresidente le tuvo que pedir que aflojara amarras. Con su mujer eligió la táctica. «La vi de lejos en una discoteca. Primero observé si había otros depredadores cerca, y me acerqué a echar las redes de costado», tiró el anzuelo.

«Duermo dos o tres horas y soy más feliz que nadie»

Ese cuerpo de titán no ha sentido el miedo. Ni cuando «un diablo de mar negro, con 10 metros de ala a ala, me pasó bajo el barco como una marea oscura». A 'la prima', el alba de la tarde, levantaba la red a 18 millas de la costa cuando la naturaleza le dejó atónito. Tampoco le estremeció el viento «una noche que calábamos el palangre en Punta Negra, entre Portmán y Calblanque, cuando se puso el cielo tizón y una manga de aire lo levantó todo», pero prestarse a diario al coloso le ha hecho conservador: «Me dicen que soy viejuno porque llamo la atención a los niños y escucho a Manolo Escobar, ¡qué fenómeno era!».

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