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Rubén Marín, entre lápidas y tumbas, en el cementerio de Mazarrón. Vicente Vicéns / AGM
Tú, yo y mis espíritus

Tú, yo y mis espíritus

Propios y extraños ·

Rubén Marín tiene el don de hablar con los muertos. 'Limpia' casas de viles presencias y quisiera evitar dolor al mundo. «Ellos vienen a mí», asume

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Lunes, 7 de agosto 2017

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Un lejano día, el niño Rubén fue al cementerio de Ramonete (Lorca) y su vida cambió. Allí languidecía una lápida abandonada, con ganas de crisantemos y de lágrimas, que atrajo al niño como un imán. «No tenía a nadie que se ocupara de ella, y se vino conmigo», recuerda Rubén de su encuentro con María Pagán, el espíritu de la joven muerta que comparte su vida. «Es mi guía espiritual y una de mis protecciones, porque tengo más: un africano y una haitiana que es buenísima», afirma el joven, que vive en multitud, aunque sus compañeros de piso, aparte de su pareja -vivo y coleando-, no ocupan espacio ni roncan de noche ni se beben su cerveza. «Bueno, a veces son un poco especiales. María tiene bastante genio. Un día mi pareja estaba viendo la tele y le pellizcó en el brazo sin venir a cuento», cuenta Rubén, a pesar de que procura ser complaciente con su colega invisible: «Tengo un gato negro por ella, porque me lo pidió».

A fuerza de convivir con seres etéreos, Rubén ha normalizado esa conexión con el Más Allá. «Los muertos me ayudan, me protegen y a veces me avisan de algo que va a pasar, me advierten de algún peligro, pero claro a veces es muy molesto. Imagínate intentar dormirte y de pronto ver su cara a los pies de la cama. Es imposible», se resigna. Tener una pandilla de amigos volátiles no deja de tener sus ventajas: «Alguna vez que no he encontrado a mi madre, le mando a María Pagán para ver si le ha pasado algo, aunque mi madre me dice: 'A mí no me mandes a nadie'». Quiera o no, a Rubén lo acompañan almas impalpables. «No es que vayan solo conmigo. Están en todas partes, casi todo el mundo tiene a un muerto al lado, muchas veces un familiar o un conocido, pero es que como yo los veo y los escucho, se sienten mejor y por eso creo que los atraigo», consiente el joven, que combina como puede el plano espiritual con Mazarrón, pura terrenalidad.

  • Quién Rubén Marín Campos.

  • Qué Cajero de supermercado y médium.

  • Dónde Mazarrón.

  • Gustos El Más Allá.

  • ADN Sensible, optimista y abierto.

  • Pensamiento «Los muertos influyen en nuestra vida mucho más de lo que nosotros nos creemos».

«Ellos acuden al calor de la gente», explica el intermediario, quien, lejos de lo que se podría pensar no es en un camposanto donde recibe más peticiones de amistad, como un Facebook extraterrenal, sino en un centro comercial. «No puedo ir a uno. Escucho miles de voces y me ponen loco», señala el joven los asuntos pendientes de las ánimas en vilo que encuentran en él un paño de lágrimas. «Yo ya tengo bastantes. María es que fue mi recogida, y los otros fueron llegando, pero qué voy a hacer», lo asume, consciente de la herencia de su abuela, dotada de una sensibilidad especial.

«No puedo ir a un centro comercial. Escucho miles de voces y me ponen loco»

Siempre que puede, Rubén los pone al servicio de la humanidad. «Me llaman a veces algunas personas para que les 'limpie' la casa de espíritus porque algo pasa y lo viven con angustia», abre la puerta de Poltergeist. Cajones que se abren solos, ruidos inexplicables, malos olores: los efectos de un alma averiada pueden ser insospechados incluso para Rubén: «No me gusta hacerlo, pero voy porque cuando me llaman es porque tienen un problema que no saben cómo resolver. Una madre me llamó porque a su hijo lo despertaba cada noche un anciano al que nadie más veía. Había dejado de dormir», cuenta. Los asesores invisibles de Rubén le soplan el método para cada caso. «Depende del caso, lo consulto con uno u otro. María me ayuda mucho. Lo más común es usar inciensos de canela y otros de flores. También funciona fregar la casa de dentro a afuera», recomienda para posesiones indeseadas, sobre las que advierte: «Los muertos influyen en nuestras vidas mucho más de lo que nos imaginamos».

Rodeado como vive de seres que cruzaron el túnel, a Rubén no le asusta la muerte, aunque para él sigue siendo un tránsito desconocido. «No me hablan de cómo es morirse ni de qué hay después», acepta Rubén el peaje de silencio entre los dos mundos. Solo le escuece una incertidumbre como una espina clavada en la conciencia: «Me pregunto por qué no me pueden avisar de las tragedias para que pueda salvar a personas que tal vez vayan a morir, o aclararme dónde está Marta del Castillo, que pudiéramos acabar con el sufrimiento de esa familia».

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