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La quinta del Frigurón

La quinta del Frigurón

Era azul y teñía la lengua, dos características que espantaban a los adultos y fascinaban a los niños: todavía hoy hay gente que reclama su retorno

CARLOS BENITO

Lunes, 29 de agosto 2016, 12:49

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En los 80, la lectura de verano favorita de los niños eran los carteles de Frigo. Los estudiábamos con severidad erudita al principio de cada temporada, para comprobar qué novedades se habían incorporado, si alguno de nuestros favoritos había desaparecido para siempre -ahí nacían nostalgias que habrían de durar toda la vida- y en qué medida habían engordado los precios desde el año anterior. Porque en aquellos carteles se aprendía un montón sobre economía y sobre las miserias de la sociedad de clases: siempre había una zona que quedaba fuera de nuestro alcance, poblada por esas copas voluptuosas y esos conos estratosféricos que en la cotización de 1986 superaban las setenta pesetas, y aceptábamos muy pronto que, con suerte, nuestras expectativas tenían un horizonte máximo de diez duros. Los adultos, tan ignorantes siempre en materia de helados, también sabían discernir nítidamente ese horizonte e incluso lo trazaban con mano firme en el cartel: «De aquí para abajo», decían, no fuese a salirles un chaval sibarita que dilapidase el patrimonio familiar en Frigolines.

En realidad no importaba, claro, porque lo que nos interesaba a los críos era justo lo de debajo de la línea invisible, esa parte donde el marrón del chocolate y el blanco de la nata daban paso a un derroche cromático aplicado a las formas más inesperadas. Queríamos sentir el hielo en la boca y la escarcha en el esófago, devorar esas figuras juguetonas antes de que el sol las arruinase. Eran tiempos en los que muchos polos no solo parecían diseñados para niños, sino también por niños: ahí estaban el Frigodedo y el Frigopié, que a juzgar por su tono procedían de descuartizar dos cuerpos diferentes; el Capitán Cola, una nave espacial lista para despegar y perder de inmediato la punta naranja, o el Frigurón, con ese inexplicable color azul que tanto repelía a los mayores, sobre todo cuando se había transferido a la lengua.

Claro que el más extravagante del lote, pese a su silueta tradicional, fue siempre el Drácula, con el aire inadaptado de un gótico en el chiringuito. ¿A qué público se dirigía exactamente? «El Drácula fue un helado pensado principalmente para niños y amantes del personaje. Los niños siempre sienten especial atracción por los monstruos, vampiros o personajes de terror: eso, junto a la combinación de colores y sabores, muy distinta a la de otros helados de la época, ayudó a que se convirtiera en un éxito», explica Margarita Baselga, directora de marketing de helados de Unilever, la multinacional propietaria de Frigo desde principios de los 70. Uno se complacía en imaginar a un inventor un poco locuelo, encerrado en un gabinete multicolor y con licencia para transformar sus ocurrencias más disparatadas en productos reales, pero Margarita aclara que la autoría de los polos siempre ha correspondido a un colectivo: «Es todo el equipo de I+D+i quien se encarga de crear la gama de helados, atendiendo a la demanda y al contexto de cada época».

Las madres y sus cortes

Los perfiles de la marca en las redes sociales se han convertido en foros generacionales donde la evocación se desborda y cada cual defiende sus preferencias. Hay hueco para la reivindicación -nunca pasa mucho tiempo sin que alguien reclame el retorno de placeres remotos como el Twister Choc o el Frigurón- y también para el debate sobre cuestiones realmente importantes. Por ejemplo: ¿cuál triunfó más, el Frigodedo o el Frigopié? «Los dos fueron muy exitosos -responde Margarita Baselga-, pero quizá respondían a momentos diferentes: Frigodedo era un helado de hielo, un poco más ligero, para un momento de diversión y frescor, mientras que Frigopié era un helado cremoso que todavía está en nuestra oferta». Las madres, que atribuían efectos terribles al recorrido del hielo por las entrañas, eran decididas partidarias del segundo. Y, para ellas mismas, solían elegir el estremecimiento moderado y doméstico de los helados de corte.

Todos los niños han tenido un polo favorito, en una de esas lealtades que nunca se olvidan, aunque a menudo la escasez de fondos obligaba a recurrir al Pop-eye de cinco duros, el chute básico de hielo con sabor a frutas. ¿Cuál era el preferido de la directora cuando era cría? «Yo recuerdo que me encantaba el Drácula. Por la combinación de vainilla, cola y fresa y por las diferentes texturas. ¡Me gustaba mucho comérmelo por capas!». Tiene suerte, porque su helado todavía se vende en los supermercados, en 'packs' de seis unidades. A otros solo nos queda la memoria a la hora de reconstruir nuestro sabor de la infancia, en un intento imposible de recuperar aquellos veranos que se derritieron como un helado al sol.

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