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Voluntarios de la sociedad Tierraquemada recrean el enfrentamiento de los soldados celtíberos con las tropas romanas en un escenario natural habilitado en Numancia. Esta tarde volverán a representar la toma de la ciudad por las tropas de Escipión.
Numancia no se rinde

Numancia no se rinde

Roma, harta de humillaciones, envió a Numancia a su mejor general para acabar con su resistencia

BORJA OLAIZOLA

Martes, 16 de agosto 2016, 11:53

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De la Numancia que conocieron los romanos no quedó piedra sobre piedra. Cicerón ya se encargó de recordar que la ciudad celtíbera, a la que él mismo otorgó el título de «terror de la República», había sido «destruida de raíz» por sus compatriotas. Es raro que un político dotado de su perspicacia no alcanzase a vislumbrar que la devastación de Numancia iba a ser el germen de un sentimiento que ningún ejército sería capaz de erradicar. El espíritu numantino, tantas veces invocado a lo largo de la historia, sigue hoy más vivo que nunca y no hay más que darse una vuelta por Garray, el término municipal donde están las ruinas del poblado, para corroborarlo.

Los restos de la ciudad celtíbera ocupan un cerro situado a unos siete kilómetros de Soria capital. Es una posición estratégica, rodeada por los cauces del Duero y el Merdancho que domina una extensa llanura. Pocas cosas debían pasar desapercibidas a los numantinos desde su privilegiada atalaya. «Sí, no cabe duda de que escogieron el mejor sitio para levantarla», asiente Alberto Santamaría, presidente de la asociación Tierraquemada, responsable en gran parte del renacimiento que ha experimentado la imagen de Numancia en los últimos años. A Tierraquemada le cabe el mérito de haber sabido envolver el viejo mito de la resistencia a los romanos del poblado celtibérico en un nuevo ropaje capaz de atraer la atención de las nuevas generaciones.

La asociación organiza desde hace unos cuantos años recreaciones dramáticas de episodios relacionados con la toma de la ciudad. Son puestas en escena que tratan de conjugar el entretenimiento con el rigor histórico y que están protagonizadas por algunos de los socios de Tierraquemada. «Todo empezó en 1999, cuando un grupo de mujeres de Garray interpretó una pieza histórica coincidiendo con la inauguración del Museo Arqueológico», explica el presidente de la asociación. El éxito de la iniciativa animó a muchos otros vecinos a tomar parte en las representaciones, que se repiten desde entonces todos los veranos. Hoy mismo tendrá lugar la recreación de la caída de la ciudad, un espectáculo en el que tomarán parte dos centenares de socios.

Las sesiones dramáticas suelen congregar a unos 4.000 espectadores, una cifra realmente significativa si se tienen en cuenta las magnitudes demográficas de Soria, que con sus 90.000 habitantes es la provincia más despoblada de España. Catorce años después de su fundación, Tierraquemada empieza a recoger los frutos de su esfuerzo. Las actividades relacionadas con el poblado dan trabajo a 17 personas durante la campaña veraniega. «Estamos haciendo todo lo posible para que Numancia recupere su prestigio y además se convierta en uno de los motores culturales y económicos de la provincia», resume el presidente de la asociación. En los alrededores del antiguo poblado se teje mientras tanto una red cada vez más tupida de hoteles, restaurantes y casas rurales para que los turistas puedan disfrutar con comodidad de su estancia.

Finca de los Marichalar

Tierraquemada no está sola en la pelea. Tanto la Junta de Castilla y León como el Ministerio de Educación trabajan codo con codo para que Numancia sea declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco. Amalio de Marichalar, conde de Ripalda y hermano del exmarido de la infanta Elena, es el principal impulsor de una campaña que busca poner en valor ante las instituciones internacionales el antiguo poblado celtibérico. La implicación de los Marichalar en el asunto viene dada porque los terrenos donde se asienta Numancia formaban parte de una de las fincas de la familia hasta que fueron donados en 1917 a Patrimonio del Estado.

Amalio de Maricharlar considera que el reconocimiento por parte de la Unesco daría un importante empujón a los actos que se celebrarán el año que viene para conmemorar el 2.150 aniversario de la rendición de la ciudad. «Sería un buen broche de oro, aunque soy consciente de que se trata de un esfuerzo que requiere tiempo y yo soy persona a largo plazo», ha dicho a los medios locales. La asociación Tierraquemada, por su parte, cree que su catalogación como patrimonio de la humanidad catapultaría al poblado y favorecería un objetivo que consideran al alcance de la mano: hacer que las 40.000 visitas anuales que recibe ahora el yacimiento crezcan hasta la barrera de los 100.000.

A Numancia le perjudicó sobremanera que su nombre quedase asociado a la lista de grandes gestas que manejaba la propaganda del régimen franquista. La identificación distorsionó la percepción del episodio histórico y proyectó una sombra de sospecha que ha tardado varias generaciones en desaparecer. El franquismo no ha sido el único que ha invocado el ejemplo de la ciudad celtíbera. Ya lo hicieron antes los Reyes de León, que en el siglo X fundaron Zamora pensando que lo hacían sobre los restos de Numancia (hasta el siglo XVI no se supo con certeza su verdadero emplazamiento). También en tiempos de los Austrias se reivindicó le gesta e incluso Cervantes le dedicó una de sus tragedias: 'La destrucción de Numancia', una obra que volvería a dar mucho juego unos cuantos siglos más tarde, cuando hubo que buscar un referente heroico para repeler la invasión de las tropas de Napoleón.

Numancia tiene tal poder de evocación que incluso la provincia de Soria estuvo a punto de llevar su nombre en un intento de un grupo de intelectuales por acabar con la marginación de la que siempre ha sido objeto. La historia de la población celtíbera se construye a partir de las crónicas que escribieron los propios romanos. Refresquémosla escuetamente: durante la segunda Guerra Púnica, que enfrentó a romanos y cartagineses, los primeros se hicieron con el control del litoral peninsular y fueron poco a poco expandiéndose hacia el interior. En una de esas campañas se disponían a atacar la ciudad celtíbera de Segeda, ahora en Zaragoza, cuando sus habitantes la abandonaron y buscaron refugio entre las vecinas murallas de Numancia.

Los numantinos pasaron a ser, a partir de ese momento, el objetivo de los romanos. Los guerreros celtíberos pusieron varias veces en jaque a las tropas enemigas a pesar de su inferioridad en número y armamento. Ni siquiera con diez elefantes que recibieron de refuerzo para atacar por sorpresa la plaza fueron capaces de tomarla. Pasaban los años y los ejércitos enviados por Roma padecían derrota tras derrota. Numancia se convirtió en un problema político de primer orden hasta que el Senado, soliviantado por dos décadas de humillaciones, puso al frente de la campaña a su mejor baza, el general Publio Cornelio Escipión Emiliano, que había sido el artífice de la destrucción de la ciudad de Cartago.

Escipión, nieto de aquel Escipión el Africano que venció a Aníbal y al que Santiago Posteguillo dedicó su famosa trilogía, reunió un ejército de entre 50.000 y 60.000 hombres y puso cerco a Numancia ignorando las provocaciones de los 4.000 celtíberos que había tras sus murallas para que entrase en combate. Levantó un cerco de nueve kilómetros en torno a la plaza, repartió sus efectivos en siete campamentos y se dispuso a esperar. Once meses duró el asedio. En el verano del año 133 antes de Cristo, las tropas de Escipión entraron en la ciudad y capturaron a los escasos supervivientes. Cincuenta de ellos acompañaron al general en su desfile victorioso por las calles de Roma antes de ser vendidos como esclavos. Los romanos pagaron un alto precio por la victoria: durante los 20 años de campaña perdieron entre 60.000 y 80.000 soldados, según sus propias estimaciones. Numancia fue «destruida de raíz», pero su resistencia alumbró un espíritu que sigue sin dar tregua.

El inicio de año. El año romano comenzaba de forma oficial en los 'idus' de marzo, es decir, a mediados del mes del mismo nombre (que hoy en día es el tercero). Era en esas fechas cuando se solían designar los cargos y los cónsules encargados de las campañas bélicas. En la época de las guerras celtibéricas la fecha se reveló del todo inadecuada: entre el reclutamiento, la preparación y el viaje, las legiones se plantaban en Hispania entrada ya la primavera o en pleno verano, sin apenas margen de tiempo para completar una campaña en condiciones.

El cambio de fecha. El Senado tomó cartas en el asunto y decidió que el año comenzase en las 'kalendas' de enero en vez de en marzo. Aunque los meses finales siguieron llamándose igual y eso explica que septiembre, octubre, noviembre o diciembre dejasen de ser los meses séptimo, octavo, noveno y décimo respectivamente. Las guerras que se libraron en la Península Ibérica son, de esa forma, las responsables últimas del calendario que hemos heredado nosotros.

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