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El nicho vacío de Víctor Jara, donde fue enterrado tras ser torturado.
El nicho sagrado de Jara

El nicho sagrado de Jara

Al cantautor más llorado de Chile lo velan en dos sepulturas. En la primera, muy modesta, lo enterró su viuda a escondidas. Luego llevaron el cuerpo a otra más pomposa donde continúan los homenajes

MARCELA VALENTE

Lunes, 1 de agosto 2016, 12:26

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Víctor Jara (1932-1973) era el cantautor más popular de la historia de Chile y uno de los referentes mundiales de la canción de protesta. Pero su asesinato tras el golpe de Augusto Pinochet lo convirtió en el (Federico) García Lorca de su país y de América Latina. Sus tumbas, porque tiene dos, son parada obligatoria en el circuito que recorren cientos de peregrinos por el país para rendirle homenaje y evocarlo cantando sus propias canciones.

Los restos del autor de 'Te recuerdo Amanda' están en una sepultura del Cementerio General de Santiago. Allí descansan desde su segundo funeral, multitudinario, celebrado en 2009 después de tres días de velatorio en la Fundación Víctor Jara. Pero muchos prefieren ir antes al nicho donde su cuerpo había sido llevado por primera vez en 1973 de manera clandestina por su esposa, Joan Jara, y dos personas más. La tumba -ahora vacía pero con su nombre- está cerca del Memorial de los Detenidos Desaparecidos y de la Plaza de la Música hecha en su homenaje.

Roberto Lascano, coordinador de visitas al camposanto, asegura que el discreto nicho ha terminado siendo «el lugar más emblemático». A pesar de que está a dos kilómetros de la entrada, sus admiradores eligen ir primero allí, donde dejan mensajes de agradecimiento y reivindicación. Como está alto, escriben en un banco o en un árbol. Se trata de la tumba más popular del cementerio fundado hace dos siglos donde descansa también el padre de la patria, Bernardo O'Higgings, el expresidente socialista Salvador Allende y la cantante Violeta Parra, que tanto estimuló a Jara.

A la sepultura van familiares y militantes del Partido Comunista, del que era miembro. Junto a esa última morada se realizan homenajes, especialmente para el aniversario de su muerte, cinco días después del golpe. También la Plaza de la Paz, frente al cementerio, es sede de recitales en su nombre.

La tradición chilena sugiere que tras visitar el Cementerio General hay que ir enfrente, a 'El Quitapenas', un bodegón de más de 100 años, decorado con fotografías de chilenos famosos y populares que ya no están, como el propio Jara. El bar ofrece comida casera, calidez y consuelo.

Si bien no queda cerca, otra parada de los seguidores del artista es el ex Estadio Nacional, devenido en prisión ilegal durante la dictadura. Rebautizado 'Estadio Víctor Jara' en 2003, es otro altar para sus seguidores. Allí estuvo con vida por última vez. Allí fue torturado y asesinado. Allí había sido arrastrado junto a otras 600 personas la noche del golpe, cuando fueron sacados por la fuerza de la Universidad Técnica del Estado hacia esa improvisada cárcel al aire libre. Allí escribió su último poema, grabado en una placa de bronce en el edificio.

«Nos fue arrebatado»

A la vuelta del estadio está el lugar donde fue hallado su cuerpo aquel septiembre negro. Había sido acribillado a balazos y tenía las manos destruidas por los culatazos que le propinaron sus captores para que no vuelva a tocar la guitarra. Otro hito histórico que en poco tiempo más tendrá su monumento, tal como se aprobó en el Congreso a instancias del diputado comunista Guillermo Teillier. «Víctor Jara nos fue arrebatado. Nos pertenecía a todos y sus torturas y asesinato son y serán siempre una ofensa para toda la Humanidad», reivindicó el dirigente.

Jara nació en 1932 en una familia de campesinos. Pero pudo ir a la universidad y estudió teatro y música. Compuso temas tan recordados como 'La partida', 'El derecho de vivir en paz' o 'La canción del minero'. Dirigió obras de teatro y militó contra la guerra de Vietnam.

No quería ser un cantante de élite: «Quiero que mi canto haga vibrar a la gente modesta, a ellos está dirigido el mensaje de mis canciones», decía. «Canto a los que no pueden ir a la universidad, a los que viven penosa y duramente de su trabajo, a los que son abusados, a todos esos a los que se llama pueblo».

Tres días después de ser arrestado y sometido a torturas, Jara fue asesinado con un disparo en la cabeza. El teniente Pedro Barrientos acaba de ser condenado en Estados Unidos a pagar una indemnización por daños a la familia en un juicio civil. Pero debe ser extraditado para ser juzgado por ese crimen aún impune.

Cuando el músico estaba en el piso, con convulsiones por el balazo, Barrientos ordenó a sus secuaces que lo remataran. Tenía 44 impactos de bala cuando fue hallado, fuera del estadio. Unos vecinos avisaron al Instituto Médico Legal donde un empleado lo reconoció y contactó a su viuda que lo acompañó hasta aquel nicho, hoy vacío pero sagrado.

Héctor Herrera. Con 23 años, era empleado del registro civil de Chile cuando se produjo el golpe. Lo trasladaron a la morgue del Instituto Médico Legal para que tomara huellas dactilares a los cuerpos que llegaban por centenares en camiones en esos días de horror. El joven, comunista como Jara, logró reconocer al músico. Le tomó las huellas y lo confirmó. Era él. Con sigilo, y a pesar del riesgo a que se exponía, obtuvo su domicilio y fue a su casa a comunicarle la dramática noticia a su esposa, Joan Jara. Herrera compró un ataúd y lo trasladó en un carrito hasta el cementerio.

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