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ROSA PALO @EBAEZAN
Miércoles, 18 de julio 2018, 23:02
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El verano no es serio. Nunca lo ha sido. Una estación que ha generado odas a la barbacoa o al chiringuito, que ha permitido durante siglos el reinado de Georgie Dann sin que el pueblo se levante en armas y que ha promovido los bailes cachete con cachete y culito con culito, no puede ser tenida en cuenta con un mínimo de rigor. Y ese, precisamente, es su secreto: el verano es una broma. De mal gusto, vale, pero una broma al fin y al cabo. El verano es un paréntesis donde todo está permitido y todo está perdonado, donde el calor disculpa los andares chancletosos, los vestidos camiseta que se pegan a las lorzas, los collares de conchas, los escotes con purpurina, los tirantes de silicona del sujetador. Y también disculpa las mezclas locas que suelen acabar en drama: el vino con gaseosa, las rayas con flores, los veraneantes madrileños con cartageneras autóctonas. Lo que pasa en verano se queda en verano.
El verano, además, es hortera por definición. Como sudar, que es lo más hortera de todo: los únicos que han sudado con estilo han sido Kathleen Turner y William Hurt en 'Fuego en el cuerpo'. Los demás nos limitamos a cocernos en nuestro propio jugo, a asarnos en papillote. Es una maldición bíblica: te ganarás el pan con el sudor de tu frente y las vacaciones con el sudor de tu cuerpo. Y así estamos, chorreando literal y metafóricamente, que es pensar en ponerme en bikini en público y que un sudor (frío, menos mal) me recorra la espalda. Y mientras bendigo al que inventó la toalla-pareo, me tapo todo lo que puedo, oteo el horizonte antes de clavar la sombrilla para evitar encontrarme con algún conocido y llevo tres meses a dieta para no parecer una ballena varada en la arena cuando me tumbo a tomar el sol; los tíos barrigudos, orgullosos y altaneros, sin complejos ni vergüenza, se plantan en la orilla dándose golpes en el mondongo como si estuvieran eligiendo un melón. «Bendito sea el fruto», dan ganas de decirles. Si esto no es el triunfo del heteropatriarcado cervecero, que venga Margaret Atwood y lo vea.
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