Hasta hace unos años, la respuesta correcta era la ubicación de nuestra casa, con más o menos detalles: ciudad, pueblo, pedanía, barrio o, incluso, la ... calle. Y punto. No había más. Pero, desde que nació Instagram, la respuesta se complica. Hay gente que vive allí.
Hay personas que viven en Instagram. Desde que se despiertan hasta que se acuestan, su día a día se plasma a través de fotos estéticamente bellas, con vidas perfectas llenas de pequeños detalles inolvidables que hacen, de su día a día, una película. Una de sobremesa de Antena 3.
Hay personas que dejan de vivir experiencias para vivir encuadres. Personas que no disfrutan, posan. Personas que no acumulan recuerdos, acumulan 'likes'. Anuncios vivientes y gratuitos para espectadores con ansias de replicar.
Y las empresas lo saben. Hay hoteles de lujo que ya ofrecen el servicio de Instagram butler: mayordomos expertos en fotografía que te acompañan y te aconsejan sobre los mejores lugares, la mejor pose y la mejor luz para conseguir la foto perfecta. Y te la hacen. Porque, ¿cómo vamos a dejar en manos de nuestra pareja, o de cualquier otra persona, el realizar una foto que no plasme exactamente lo que queremos? Miles de likes.
Hay gente que ya no va de vacaciones para descansar o relajarse, sino para poder enseñarles al resto de personas lo maravilloso que es cada segundo de sus vidas, subiendo fotos increíbles acompañados de textos con frases como: «exprime cada segundo» o «rodéate de gente bonita y te pasarán cosas bonitas». Fotos y frases de cartón piedra. Porque esas fotos no representan sus vidas. Sus anécdotas de viajes se resumen en la cantidad de clics que hicieron hasta que encontraron la instantánea perfecta. Instantánea, ¡qué ironía!
Hay personas que dejaron de vivir para encuadrar. Se mudaron a Instagram y todos les damos 'like'.
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