Quedarse quieto

LEBECHE ·

Nada se comprende mejor que una mala decisión porque todos hemos tomado una. No una pequeña. Digo una grande y estruendosa, de esas que se ... revelan malísimas desde el primer instante, una acción que todo el mundo menos el ejecutante, que puede estar sonriente y hasta entusiasmado, aprecia como equivocada.

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Esta es la estación de las malas decisiones. Lo dicen todas las secciones de sucesos. La calle hace daño. Es llegar las vacaciones y entrar en los cuerpos unas ganas tremendas de hacer cosas no acostumbradas, con lo que eso conlleva. Atravesamos meses de alumbramientos de nuevos ciclistas profesionales tardíos, de nadadores sin fondo, de exploradores de rutas que acaban en rescate y expertos en bricolaje con herramientas prestadas. Carne de infortunio. Pienso en ello mientras lijo y pinto puertas. Intento, eso sí, llevar cuidado. No necesito al hombre del tiempo para que me diga que ha llegado la temporada de accidentes.

No olvido que después de años tentando a la suerte, el momento en que más cerca estuvo de perder la vida Keith Richards fue una caída desde un cocotero; tampoco que John Cobb, un piloto que batió tres veces el récord de velocidad en tierra a principios del siglo XX, se mató cuando lo intentaba en el agua.

Pese a todo, hay algo bueno en esta energía en el aire, en esta voluntad colectiva de ser otros. A veces me siento a ver la coreografía insólita del verano. Todo el mundo parece fuera de sitio y feliz, interpretando una danza a la que cuesta encontrarle el sentido, pero donde los bailarines aparentan saber lo que se traen entre manos.

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En realidad, si atiendes a las señales, todo indica que lo más prudente sería quedarte quieto: dejar la bici, la ruta, el viaje, los inventos. Pero seamos sinceros, es verano, no estamos aquí para quedarnos quietos.

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