Dejó escrito Gabriel Celaya que la poesía es un arma cargada de futuro, y a esa frase he vuelto estos días pensando que, si todo ... pudiera albergar en su interior una mezcla de ayeres y mañanas, a nuestro Mar Menor le iría pesando ya más lo que no va a volver a ser que lo que alguna vez ha sido.
Habita en él un extraño tipo de pez cada vez más abundante: el que sigue nadando sin saber que en realidad ya está muerto. La pena capital que desconocen es la que les condena a seguir rodeados de nitratos durante al menos 50 años. Lo apuntó el otro día el presidente de la Región de Murcia: si detuviéramos hoy toda actividad humana, el acuífero contaminado seguiría vertiéndolos al mar todo ese tiempo. Lo curioso es que lo dijo, en apariencia, para reforzar la idea de que no es la generación de nitratos sobre lo que hay que actuar; total, van a seguir estando ahí medio siglo, sino sobre sus consecuencias. El hoy y no el mañana. Pero no se conoce enfermedad que se haya curado eliminando los síntomas.
Entiendo la dificultad de pensar a 50 años. En política, el cálculo más largo no pasa de cuatro. En medio siglo caben doce legislaturas y media, y a saber cuántos presidentes. Así, la misión parece ser ahora que dejen de aparecer peces muertos lo antes posible.
Sabe el Gobierno que, cuando a la laguna empezaba ya a pesarle el pasado pero todavía no arrojaba peces sin vida a la orilla, había menos críticas. Así, todo se centra en dar oxígeno al agua esquivando el delicado asunto de dejar de quitárselo. Sorprende, por ejemplo, que la Comunidad ponga el foco en la rambla del Albujón, el mensajero, y no diga una palabra sobre los autores del mensaje, los vertedores de nitratos; o que proponga dar entrada al agua del Mediterráneo para paliar la concentración del desastre.
Ya es hora de cesar la producción de vertidos. No de desviarlos. No de extraerlos. No de tratarlos. No de diluirlos. Hecho eso, podremos hablar de todo lo demás.
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