No beso a mis padres desde febrero. Lo hemos sustituido por chocarnos los codos. A veces nos saltamos el protocolo y nos damos una palmada ... en la espalda. No me molesta la ausencia de las cosas, sino tener que decidir qué hacer con el vacío que dejan. Mi madre dice que está harta. Mi padre no dice nada. Yo he acabado por escribirlo. Cada uno se expresa a su manera.
Como pasa con todo lo que deseas que acabe pronto, la pandemia se nos está haciendo larga. Mientras mis padres y yo buscamos formas de saludarnos menos frías, las malas noticias de este año gafado siguen haciendo montaña.
De todo lo acontecido la pasada semana, una de las que vamos a recordar es la explosión en Beirut. Debo haberla visto grabada desde todos los ángulos. Mirándola me he dado cuenta de que de niño, cuando los efectos especiales en el cine empezaban a refinarse y yo me tragaba cualquier cinta de acción, lo que más me fascinaba era comprobar, año tras año, cuánto iban logrando parecerse las películas a la realidad. En algún momento las técnicas avanzaron demasiado y, ahora, viendo la deflagración, pienso en lo contrario: en cuánto ha empezado a parecerse la realidad a las películas.
La más cinematográfica de las escenas, que me conmueve profundamente, es el vídeo de una anciana libanesa que interpreta al piano 'Auld Lang Syne' entre los escombros de su propia casa mientras varias personas deambulan desorientadas.
Dicen que el cráter que ha dejado la explosión en el puerto de la capital de Líbano mide 43 metros de profundidad. Ojalá pudiéramos saber cuánto mide el hueco de dejar de darle besos a tus padres. Cuantificar las faltas no arregla nada, pero te ayuda a saber dónde estás. Ya que parece que vamos a seguir bastantes meses más tocando entre escombros, al menos podríamos decidir con cuánta intensidad darle a las teclas.
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