Steve Vai hace apología del exceso en San Javier
Soberbio concierto del guitarrista, con su feroz pirotecnia, que desboca melodías de un rock descarnado en extinción
Dicen por ahí que el rock es más antiguo que una manzana de caramelo. Que está caduco y condenado a la extinción, pero la realidad ... es que llena auditorios como el Parque Almansa, donde la afición de la camiseta negra –de todas las edades– formó riada para entrar a ver a un sesentón en plena forma. La gira 'Inviolate' ha llevado a Steve Vai desde Glasgow a San Javier y continuará por España hasta terminar el 19 de julio en Barcelona.
Después de tres años sin subirse a un escenario, el guitarrista neoyorquino goza de esta gira como un cebón en una charca. Hasta el delirio.
Es conocida su pirotecnia feroz, su capacidad de explorar los límites de la guitarra, esos solos vehementes adonde nadie puede seguirle, lo que se espera de él en cuanto se encienden las luces y braman los bafles, aunque Vai no es solo pirotecnia. Las majestuosas melodías de su último disco culminan una larga historia de lenguaje extremo del rock, una visión narcótica de la armonía, pero siempre empastadas en potentes temas, bien construidos, de gusto romántico, con destellos góticos incluso, otros más orgánicos y vaporosos.
Presenciar un solo de guitarra de Steve Vai en vivo es como ver un 'hippocampus' en el Mar Menor
Es difícil de contar el relevo de guitarras que exhibe en sus conciertos, de entre una colección de 400 joyas de cuerda, como su famosa Hydra de tres mástiles y un ojo, que no mostró en San Javier. Forma parte del espectáculo, como sus interludios desbocados apurando los agudos en exceso, variando la afinación y haciendo 'bending' con las cuerdas.
Su rock no pierde la cabeza. Temas de su nuevo disco como 'Candle power' demuestran el buen gusto del compositor en un vuelo de rock progresivo. O el himno 'Zeus in chains', que la gente salió silbando, por mencionar dos de su último disco que formaron parte de su repertorio en San Javier.
Terminó de arrastrar a la audiencia con aquella balada, 'Tender surrender', que alumbró en su disco 'Alien love secrets' de los noventa, con el que reforzó su fama de mago de la guitarra, situado en el décimo puesto de los mejores guitarristas de todos los tiempos, según la revista Guitar World. Vai es ya uno de los últimos virtuosos del rock y presenciar sus solos en vivo es como ver un 'hippocampus' en el Mar Menor. Su guitarra grita y ríe, gime y se desgañita. Cuenta misterios.
El genio no estuvo solo. Realzan su potente directo el bajo de Philip Bynoe, con un hipnótico sonido metálico y chispazos de Marcus Miller, la guitarra de Dave Weiner y un bestial batería, Jeremy Colson, de apabullante pegada. Esas entradas del batería en 'Avalancha' o en 'Bad horsie' son de escalofrío, con su cresta blanca y la pantalla en llamas a su espalda. El montaje visual hipnotizaba con imágenes de un feto en formación, una tormenta, un alud o viejos vídeos de un Steve Vai de juventud, como un comanche de las montañas.
El festival ha endurecido este año su política de contención de masas en el foso, donde solo permite bajar al pie del escenario en las últimas canciones. La estampida es como en las rebajas. Y Vai fue el que más disfrutó de esa cercanía colgando su guitarra a un niño, firmando fotos y chocando manos. Si el rock es un dinosaurio, viva el Jurásico.
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