Flamenco on Fire, un buen espejo

En su día introdujo algunas novedades en sus programaciones, muchas de las cuales se mantienen, como el flamenco en los balcones o una saludable mezcla de tradición y vanguardia. Lo conozco bien porque hasta hace dos años estuve cubriéndolo para el periódico 'El País'. Propuse cubrirlo porque me dí cuenta de que allí había algo diferente. Creo que publiqué crónicas que ayudaron al certamen, aunque a veces fui criticado por gente de Despeñaperros para abajo, un tanto recelosa. Y creo que no me equivoqué, aunque la pandemia, como para tantas cosas, supuso un parón o cierta debilitación (nunca llegó a suspenderse el festival ni en plena pandemia) del que ahora intenta recuperarse.

Sin embargo, más allá de las novedades introducidas por el certamen, creo que hubo algo definitivo que supuso el verdadero impacto para el éxito del festival: la recuperación de algo ya perdido casi en todas partes, la convivencia entre artistas, prensa y aficionados, y el mimo que la organización supo dar a todos ellos. Un espacio vital en esto fueron los ciclos nocturnos en el mismo hotel en el que convivían todos, lo que provocaba que casi a las claras del día se dieran escenas y pasajes improvisados y formidables.

El festival de Lo Ferro le da hoy sábado un reconocimiento a Flamenco on Fire. Y tiene mucho sentido ese homenaje, además del lógico y deseable hermanamiento entre festivales: el hecho de que Lo Ferro está siguiendo con gran acierto esa vía con presencia varios días de artistas y maestros, desde Fosforito a Cepero, el Grilo, o líderes de la crítica, la escritura o la producción, desde Manuel Martín Martín a José Manuel Gamboa.

En fin, Lo Ferro ha elegido un buen espejo en el que mirarse, y lo que se ve reflejado en ese espejo tiene muy buen aspecto.