La Ferrara de Bassani: Un cementerio, un jardín, el paraíso
LA GRANDE BELLEZA ·
Esta historia empieza en un cementerio. No es uno cualquiera. Busco entre las tumbas un nombre concreto. El de Micol y el apellido de su ... familia. Desplazo las hojas que presienten el otoño entre el mármol, a pesar de estar aún en agosto. Son lápidas gastadas, en las que apenas se distingue el relieve de un nombre. Pertenecen a un tiempo distinto al nuestro. La gente entonces se preocupaba aún de pasar a la posteridad con grandeza. Hay mausoleos con cúpulas, verjas oxidadas que guardan con celo una genealogía olvidada. El camposanto se hace inmenso hasta el bosque, que abraza los caminos. Las tumbas escogen los rincones más selectos: al lado de un muro, debajo de un árbol. Al fondo, entre la maleza, hallo el apellido anhelado: Finzi Magrini. Cenotafios vacíos y solamente dos cuerpos descansando bajo la tierra. El resto, como reza la inscripción casi borrada, murieron en Auschwitz.
Estoy en este cementerio porque leí a Giorgio Bassini las suficientes veces como para convertirlo en sagrado. Antes, Ferrara no era más que otra ciudad renacentista, plagada de plazas enormes donde tomar el vermú a media tarde. El escritor italiano elevó la categoría de la ciudad al nivel de la mitología. La ciudad de Bassani se construyó en torno a seis novelas, el ciclo de Ferrara, que rescata historias acaecidas antes y durante el fascismo y la II Guerra Mundial. Son dramas cotidianos, hombres y mujeres que sufren, desubicados en un tiempo de intolerancia, como la del doctor Fadigati y su calvario de amor prohibido. La tercera entrega es 'El jardín de los Finzi-Contini', la novela que salvar del novecento italiano. Y con ella a Ferrara.
A pocos kilómetros pasa el Po, un río noble y embellecido por la literatura. A cambio, ha dejado que la urbe crezca con timidez. Todo su centro se oculta tras una muralla medieval. Sus calles son rectas, con un trazado elegante. En ellas se esconde una fortaleza feudal, un par de palacios renacentistas, una estatua dedicada a Savonarola y un barrio judío que hace setenta años hablaba algo parecido al español. Esta mañana he pasado por las calles del viejo ghetto, esperando hallar pistas sobre el paradero de la familia Finzi-Contini. Esta se componía de un abuela, un matrimonio y tres hijos. Dos hermanos murieron antes de la guerra. Los demás en algún punto exacto entre el tren de deportación y la cámara de gas. Pero esto lo desvela el propio Bassani en la introducción. A mí me interesa lo que hubo en medio de la tragedia y el nacimiento: la vida.
Los Finzi-Contini se hicieron fuertes entre los pinos, jugando al tenis para sortear la presión racial impuesta por Mussolini
Las calles de ghetto viejo son pequeñas y sombreadas. La familia Este donó a los judíos que llegaron de Toledo, Gerona y Granada un terreno por el que hoy crece la vía Mazzini. Hay una sinagoga sefardí donde las familias aprendieron hebreo e italiano. Cuando promulgaron las leyes raciales, los Finzi-Contini se refugiaron en su casa: un palacio antiguo con un jardín inmenso. No hay un lugar exacto que marque el destino de esa villa soñada. He recorrido estos días la ciudad en bicicleta y he preguntado a los vecinos. Todos los pasos me llevan a vía Erbe, justo al lado del cementerio judío. Tras una verja y una tapia se alza un caserón de contornos rosados. Las humedades y la hierba han crecido tanto que las paredes son fruto de la decadencia. En un tiempo lejano, los Finzi-Contini se hicieron fuertes entre los pinos, jugando al tenis para sortear la presión racial impuesta por Mussolini. El mundo ardía y ellos bebían tónica y leían a los clásicos, conscientes tal vez de que en la historia poco tiene remedio.
El jardín de fantasía que creó Bassani duró apenas unos años. La guerra consumó las vidas de comunidad judía de Ferrara. Los Finzi Contini fueron deportados, como miles de judíos de la ciudad. Todo en la novela pesa, porque ha sido escrito con certezas. No hay fragmento que no destaque por su belleza, porque el dolor también puede ser hermoso. En la tumba de los Finzi Magrini descubro que toda la historia es verdadera, salvo el segundo apellido. Ferrara se despierta de un sueño amargo. La ciudad es un jardín encantado donde crecen los árboles del paraíso.
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