Martín Páez: «El British Council me quiso contratar para seleccionar artistas en Londres, pero yo vivía muy bien en Murcia»
«Me gustaría que la Cárcel Vieja no se convirtiera en más despachos y sea de verdad un centro cultural»
Martín Páez siempre tiene a un artista en mente. Uno distinto cada día. Y, además, de la Región de Murcia, pues este territorio uniprovincial es ... rico en ingenio y ha dado algunos de los artistas más originales y activos del panorama nacional, especialmente en los ámbitos pictóricos y escultóricos. Es, posiblemente, una de las memorias vivas que atesoran más recuerdos de muchos de los artistas que pasaron a la historia desde el último tercio del siglo XX hasta nuestros días. Es presidente de la Real Academia de Bellas Artes Santa María de la Arrixaca de Murcia, y antes fue, más de 30 años, funcionario municipal y coordinador de las salas de exposiciones más emblemáticas de la capital, cuando aún ni siquiera había infraestructura cultural. Por la gestión del Palacio Almudí y por iniciativas como Contraparada es todavía recordado.
«Solo un detalle: en 1966 hubo un homenaje pleno a la escultura murciana. En los premios de la convocatoria Nacional de Bellas Artes, Planes obtiene la Medalla de Honor; Paco Toledo, la primera medalla; Carrilero, la segunda, y Molera, la tercera medalla. Es decir, escultores murcianos coparon todos los premios en su disciplina. Una cosa anecdótica, que no sabe la gente porque aquí se olvida todo muy pronto», dice.
–Usted se jubiló a los 65.
–Efectivamente, yo disfruté mucho trabajando con el Ayuntamiento de Murcia, colaboré con la Comunidad Autónoma en todo lo que me pidieron, y fíjate si salí satisfecho que me fui en el momento justo, a los 65 años. El alcalde [Miguel Ángel Cámara] quería que siguiera, me decía: 'Los artistas no se jubilan'. Pero me fui. Ahora tengo 76 y me encuentro muy bien. Antes de jubilarme ya formaba parte de la Real Academia, una cosa curiosa, Antonio Salas y Ángel Hernánsaez vinieron a verme al Almudí, y desde aquí he podido seguir haciendo cosas. Fui 11 años subdirector de la Academia con el arquitecto Paco Marín, y también ayudé mucho a Cristóbal Belda, y siempre he procurado colaborar y ayudar con mis posibilidades.
–Hoy tiene menos presión.
–Sí, porque en el Almudí había una programación continuada. Yo disfrutaba yéndome a Madrid porque me atendían artistas importantísmos. Recuerdo que fui al piso de Pablo Serrano, conocía a su mujer, Juana Francés, que vivía con él por entonces, cuando el Círculo de Bellas Artes tenía como presidente a Martín Chirino. Yo me presentaba solo. La gente, en general, tenía buen concepto de Murcia, eran conscientes de la inquietud artística que había en Murcia, y había un aprecio, de lo contrario no hubieran venido. Muchos sabían de la tradición artística de nuestra región.
«Murcia era tierra de personajes... gente que iba andando a Molina a tomar un café»
–¿A qué artista recuerda más?
–Recuerdo, por ejemplo, que Antonio Saura [expuso en 1991 una muestra que llamó 'Decenario'] se emocionó muchísimo con las columnas esas grises del Almudí que decía que parecían su propia obra, estuvo encantado con el montaje que yo le hice de su exposición. La verdad es que disfrutábamos mucho con los artistas célebres porque nunca ponían ninguna pega. Me acuerdo cuando vino Valerio Adami [pintor figurativo con influencia pop], un italiano que lo traje de París, que resultó un hombre encantador, tenía un título nobiliario en Milán, y hasta un palacio en Lago Maggiore. Me dijo que estaba sorprendido del montaje, de hecho, recalcaba que siempre había cambiado algo pero esta vez no puso ninguna pega. Valerio siempre tenía un halago y llegó a decirme que si le hacían director de la Bienal de Roma, que quería que me fuera con él para montar allí exposiciones. ¡Pero por Dios, con la de gente que hay allí!
–Juana Mordó, galerista defensora del arte de vanguardia, se deshizo en halagos hacia usted...
–Tengo una dedicatoria preciosa de ella de la primera Contraparada. Juan Gómez Soubrier nos llevó a tomar salchichas y cosas de estas a un merendero de la huerta, y Juana me escribió esto en un catálogo: «A Martín Páez, porque cuando tuve frío me dio calor». ¡Qué preciosidad!
–A la galerista y coleccionista de arte alemana Helga de Alvear, impulsora de la Galería Helga de Alvear y del Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear de Cáceres, le dijo usted que su gesto y su cara le sonaban «a una película de Ingmar Bergman».
–Sí, es verdad, y Helga de Alvear me dijo enseguida: «¿Por qué? ¿Por qué?». Yo vi que ella tenía una obsesión muy centrada, muy fija. Y ella me respondió que había pasado una temporada de psiquiatras, pero ya estaba muy bien. Parte de su colección la ha donado al Museo Nacional de Arte Reina Sofía, y compró muchas obras a Juana Mordó, quien, por cierto, coqueteaba con los jóvenes.
«Me gustaría que la Cárcel Vieja no se convirtiera en más despachos y sea de verdad un centro cultural. La cultura borra todas las desgracias de la historia y revitaliza nuestra cotidianidad»
–¿Cómo ve el futuro en la próxima década? ¿Pintan bien las cosas para futuras generaciones?
–No lo veo bien. No. Pero espero que sea un problema mío, y no de la humanidad. El futuro no lo veo nada estable. Antes los problemas que teníamos eran solucionables, y ahora los problemas que surgen no lo son. Por eso pienso que será difícil el futuro, pero quizás sea un problema de mi edad. Eso es lo que pienso.
–Cuando se vio en dificultades, ¿a quién recurrió para deshacer los nudos que le agobiaban?
–Mi mujer, Irene, mi pareja durante 40 años, es un apoyo bastante importante. Mis hijos llegaron cuando teníamos treinta y tantos. Tengo ahora una nietecica de mi hijo y ya sopla la flauta.
En tragos cortos
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Un sitio para tapear El Café Bar de Alfonso X (Murcia).
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Una canción 'El largo camino' (The Long And Winding Road), de los Beatles.
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Un libro para el verano 'Siete noches', de Jorge Luis Borges. Es que de Borges me impresiona lo que sabe. Siempre pienso de mí cuando lo leo: «¡Qué tonto soy!»
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¿Qué consejo daría? Vive la vida equilibradamente.
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Un aroma El del ambientador refrescante.
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¿Con quién no cenaría jamás? No lo diría, pero seguramente con un pintor descontento.
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¿Quién dejó de caerle mal? [silencio total, dos minutos después responde] No se me ocurre.
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¿Les gustaría ser invisible? No, ¿por qué?
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¿Qué le gustaría ser de mayor? Lo que fui.
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¿Tiene enemigos? Alguno perdido en la masa de grandes amigos.
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¿Qué es lo que más detesta? La mentira.
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Un baño ideal Campoamor (Alicante).
–¿Qué viaje no ha olvidado?
–Fuimos invitados a Lisboa por una historia para el Festival de Folclore en el Mediterráneo de Murcia, que se celebraba en septiembre. Lisboa era la ciudad invitada. Del Ayuntamiento fuimos Luis Federico Viudes y yo acompañando al alcalde, Pepe Méndez, con motivo de las fiestas de san Antonio, con bellas cabalgatas, y estábamos al lado de Mário Soares, que era primer ministro. Luis Federico se puso a cantar fados, y lo hacía tan bien o mejor que los propios lisboetas. Se vino de LA VERDAD María José Montesinos, y lo que ella le contaba a Carmen Campos, que estaba en la Redacción de LA VERDAD, salía al día siguiente. Entre otras anécdotas del viaje, como recogían notas de todo, por ejemplo, contaron que una mañana me tocaron a la puerta porque querían ver lo que había en el minibar.
–¿Cree que ha aprovechado bien la vida o todavía podía haberle sacado mucho más pringue?
–Sí, porque mira. Yo estaba en el Ayuntamiento de Murcia, que no tenía casi nunca mucho dinero para arte, pero había un presupuesto que se ha defendido. Y yo creo que debo estar agradecido, porque el Ayuntamiento fue una fuente para mí. Yo me enriquecí mucho con el medio donde estaba. Porque cuando sales de Historia del Arte, si no tratas con los artistas, que son los que de verdad conocen las texturas y las técnicas, no sabes nada. De hecho, cuando me han llamado para colaborar ahora con ellos desde la Academia, yo siempre digo que no cobro por nada de eso. El alcalde Ballesta, que es buen tipo, cuando ocurrió toda aquella polémica de los cuadros falsos, me hizo mucha gracia que me recibiera y me dijera: «¡Martín Páez vuelve a su casa!». Yo pienso que el dinero es importante si quieres hacer una gran cosa, pero también se pueden hacer cosas con poco dinero. Porque hay muchos artistas generosos. Cuando yo hacía una exposición de Molina Sánchez o de Gómez Cano, ellos dejaban su obra, los particulares prestaban sus colecciones, todo el mundo colaboraba en algo. Ahora muchos pintores se preguntan: ganan todos conmigo y yo qué gano. Pero una exposición es siempre una plataforma, y nosotros hacíamos un catálogo correcto y se les trabajaba. A mí cuando me han ofrecido cosas fuera, siempre he dicho que yo no me iba de Murcia.
–¿Por qué decía que no?
–Esto no lo sabe casi nadie, pero el British Council lo trajo a Murcia un servidor, aunque después vino a la Universidad. Yo traje unas colecciones del British, y por un texto que hice para un artista de ellos, el British me quiso contratar y querían que yo fuera a Londres a seleccionar artistas. ¡Pero qué hacía yo en Londres si yo en Murcia vivía realmente bien! La Universidad me quiso hacer asociado, y luego me ponían pegas para conciliar con los horarios, y al final me lo dejé.
La efusividad de Barnés
–Del concejal Antonio González Barnés guarda buen recuerdo.
–Es el hombre más efusivo que yo he conocido. He trabajado con gente intelectual, de gran nivel, como Paco Martínez Pardo y José Méndez, pero es que yo con Barnés coincidía en el ascensor camino de una rueda de prensa, y yo le decía cuatro cosas en el viaje, y en la rueda de prensa montaba un show increíble hablando, por ejemplo, de gente tan brillante como Almela Costa. Abarca, en LA VERDAD, le dirigió algunos textos, y decía «la morcilla que huele llega hasta el despacho de Martín Páez», y Barnés me llamaba para ver qué hacíamos, y solo nos quedaba reírnos...
–¿Cómo vivió la polémica 'Operación Lienzo', de presunta falsificación de obras de pintores murcianos del siglo XIX, por la que fueron investigados los hechos por el Juzgado de Instrucción de Murcia en 2015?
–Mi familia lo pasó muy mal, y yo me quedé impresionado porque nunca me había visto en algo así. Me llamó Ángel Tomás [empresario y coleccionista de arte] y me dijo que me iba a buscar el mejor abogado de Murcia para defenderme, y me puso en contacto con el despacho de Pardo Geijo, que me conocía de la universidad. El disgusto fue que yo no estaba acostumbrado a eso, y pensaba que cuando saliera a la calle me iba a mirar la gente como si fuera un delincuente. Al final, todo aquello quedó en nada. Creo que influyó algún personaje tétrico, y creo que pagará con las culpas todos los desastres que hace. Yo jamás he vendido un cuadro: si he querido vender uno he ido a una galería. Yo no llegué a ir ni a declarar al juzgado, pero en fin, cosas que pasan. «¡Cuadros falsos hay hasta en el Museo del Prado», me dijo un día Cristóbal Belda.
–¿Cómo se enfrenta a la gente?
–Soy una persona abierta, mis puertas han estado siempre abiertas, y hay gente que quizás esto no lo ha entendido. Hay cosas que he podido hacer y otras que no.
–¿Cuál fue su primera relación con este mundo de los artistas?
–Yo de pequeño vivía en la calle Mariano Girada, en San Andrés, y allí teníamos a dos escultores, y siempre me impresionaba ver desde las ventanas cómo tallaban la madera. Conocí a González Marcos, Anastasio Martínez, a Luis Manuel Pastor, a Párraga, Belzunce... Murcia era una tierra de personajes... gente que iba andando a Molina a tomar un cafe.
–¿Le gusta el uso que se le ha dado a la Cárcel Vieja de Murcia?
–Me gustaría que la Cárcel Vieja no se convirtiera en más despachos y sea de verdad un centro cultural. La cultura borra todas las desgracias de la historia y revitaliza nuestra cotidianidad.
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