Museo de Santa Clara. Marta López-Briones, en uno de sus rincones favoritos de la ciudad de Murcia, la alberca del Real Monasterio de Santa Clara La Real. Vicente Vicéns / AGM
Directora del Museo de la Ciencia y el Agua de Murcia

Marta López-Briones: «Vivimos en el mejor mundo posible, y tenemos la obligación de conservarlo como sea»

Estío a la murciana ·

«De niña me gustaba mucho jugar, vivir de manera intensa las cosas. Esa intensidad la he conservado. Como decía Clint Eastwood, 'no voy a dejar que el viejo malhumorado que hay dentro de mí salga'. Hay un poema de la gran Dionisia García que viene a decir lo mismo»

Sábado, 20 de julio 2024, 07:19

El tiempo pasa a tal velocidad que hace ya 34 años que Marta López-Briones comenzó a trabajar para el Ayuntamiento de Murcia. Fue en ... octubre de 1990, ella estaba entonces en Bruselas cursando una suerte de máster en estudios europeos –España estaba recién ingresada en la Comunidad Europea– y estuvo trabajando en la Oficina de la Región de Murcia en Bélgica, con Maite Viudes. «Vine ese verano a Murcia a pasar las vacaciones, y las hermanas de Manolo Fernández-Delgado, de las que era muy amiga, me preguntaron que por qué no dejaba mi curriculum para trabajar en el nuevo museo. Me acuerdo cuando me llamaron para decirme que me habían seleccionado y me volví encantada a Murcia. No había entonces un museo dedicado a un pintor vivo, ni tampoco muchos otros museos, porque el Museo de la Ciencia abrió en 1996». López-Briones fue después directora del Centro Cultural Puertas de Castilla y del Palacio Almudí, y directora general del Instituto de las Industrias Culturales (ICA).

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–¿Cómo era Ramón Gaya? ¿Qué impresión tuvo al conocerle?

–La creación del museo fue una oportunidad. Ramón Gaya vivió la apertura con una gran felicidad. Ten en cuenta que vivió mucho tiempo en el exilio en México y Europa, y fue maltratado, en lo artístico se alejó de todo lo contemporáneo, y a través de la grandísima labor que hizo Manolo Fernández-Delgado en la galería Chys, y Pepe Méndez, el alcalde de entonces, y otras personas como Perico Soler, se creó una comisión de amigos y personas influyentes en la ciudad, y se consiguió el museo. Yo no sé si hoy sería posible, pero entonces fue algo absolutamente maravilloso.

–¿Por qué estudió Historia?

–Estudié Historia en la Universidad de Murcia, y los dos años de especialidad los hice en la Complutense, en Madrid. Luego me fui un año a Estados Unidos, estuve trabajando en Boston, hice unos cursos en la extensión de Universidad de Harvard en Relaciones Internacionales y Museología, hacía todo lo que podía y al tiempo trabajaba en la casa de unos chinos que eran médicos. Me dedicaba a cuidar a los niños.

–Boston es otra América...

–Toda la zona que le llaman New England (Nueva Inglaterra) es que es una preciosidad. Una hermana de mi madre vivía desde los años 50, era profesora en la Universidad de Duke (Carolina del Norte), más al sur, y su marido también. Fui a visitarla, y me encontré con un Estados Unidos que no tenía nada que ver con lo que era New England, ni Nueva York, ni Boston, ni New Hampshire... No había ni calles asfaltadas, me pareció una cosa muy tremenda.

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–Menudo choque de realidad...

–Es que aquello podía parecer el tercer mundo también. Los servicios que tenemos en Europa, la socialdemocracia o todo lo que hemos construido, porque somos un Estado social y de derecho, es que es algo extraordinario. Te das cuenta de que vivimos en el mejor mundo posible, y tenemos la obligación de conservarlo sea como sea. En Estados Unidos, desde luego, no se vive igual que aquí, y lo podemos ver en el transporte público, la seguridad social...

–Durante un tiempo ejerció la política. Participó en la vida pública desde la gestión política, ¿cómo vivió el tiempo en el ICA?

–Aquello lo viví con una pasión que yo creo que hasta me pasé. Lo recibí como un regalo que me daba la vida. Es como cuando Paco de Lucía decía, «yo no me merezco esto». Pienso que yo no soy lo suficientemente buena para todo lo que estoy recibiendo. Y lo viví, pues como vivo ahora ser directora del Museo de la Ciencia y el Agua de Murcia: como un deber ciudadano. A Wisława Szymborska, poeta, ensayista y traductora polaca, que me encanta, fue Nobel de Literatura, le preguntaron que de dónde le salía la inspiración, y ella, más o menos, dijo que la inspiración no es cosa de artistas ni de poetas, sino una cosa del trabajo hecho con amor y con imaginación. Esto te provoca unos retos que vas cumpliendo y te vas haciendo preguntas todo el rato, al final es tomarte el trabajo como una aventura. Fue un aprendizaje brutal, vi cosas maravillosas, cosas malísimas, sufrí mucho y tuve también mis satisfacciones. Yo entré en 2013, cuando empezó la crisis y la euforia de Podemos, que era entonces el azote, y todo lo que no viniera de su cuerda significaba que iban a por ti, y me tocó vivir cosas muy duras, y que me dijeran cosas durísimas. Pero bueno...

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–¿Es rencorosa?

–Para nada. No guardo rencor porque eso solo consigue hacerte daño a ti mismo. Yo para eso tengo poquísima memoria. Miro hacia delante, y no siento odios. Tener odio es una falta de inteligencia. Yo de casi todo procuro guardar buenos recuerdos. Los siete años en el Museo Gaya, los diez años en el Puertas de Castilla, los siete años en política, y de estos años últimos que estoy viviendo desde el Ayuntamiento... imagina si he vivido.

–¿Tiene habilidades especiales para el trabajo en equipo?

–Yo lo que hago es respetar muchísimo a las personas con las que trabajo, y ver sus habilidades y sus puntos fuertes, y desarrollarlos. Yo dejo muchísimo hacer. Ahora yo tengo en el Museo de la Ciencia a técnicos de la bolsa de empleo que han ido llamando y hemos hecho una piña, y cada uno aporta. Hemos empezado a repensar el museo, otra vez, y hemos empezado por la sala 'Descubre', y ha sido una experiencia preciosa, porque hemos tenido a Jesús Nieto, de Onírica Mecánica, que ha sido el director artístico-técnico de esta sala; también hemos tenido a Circubica Sociedad Cooperativa, a Rocío y a Lolilla, una 'start up' que se dedica a la educación y al reciclaje, que le han dado un sentido medioambiental a la sala, y luego hemos tenido a Irene Fernández, arquitecta de Createctura, que nos ha ayudado a adaptar los espacios al medio ambiente y a personas con necesidades especiales, que allí ahora se sienten protegidos y a gusto. Empezamos haciéndonos preguntas para abrir otros caminos.

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–El Museo de la Ciencia y el Agua de Murcia tiene 27 años ya, y conserva un público muy fiel.

–Tenemos muchos desafíos. He tenido la suerte de que me han trasladado al mundo de la ciencia, yo venía del mundo de la cultura y el arte, y pienso que estoy en el sitio justo porque es un momento en que se dialoga mucho entre arte, ciencia y tecnología. Eso lo hemos aplicado en esa sala que hemos cambiado, con una arquitecta, un artista audiovisual y con temas de reciclaje. En la sala de exposiciones temporales hemos tenido a Eduardo Balanza y Pedro Guirao, artistas, que han pensado un diálogo entre la ciencia y la tecnología, con la base del agua, y han creado artefactos que explican los diferentes estados del agua. Esta va a ser la línea del museo: explicar fenómenos científicos y tecnológicos a través de una visión artística. Ahora tenemos una instalación de Santiago Morilla, que expuso en el Párraga, y que se ha hecho 'ex profeso' para el museo que hace dialogar las hormigas, las plantas y los ecosistemas con juegos lúdicos: hay dos bicicletas y tanto adultos como niños pedalean y alimentan a través del agua un sistema de plantas, las plantas provocan humedad y esa humedad alimenta a las hormigas, que salen de su agujero. Todos somos un ecosistema, y todos dependemos de todos. Es una reflexión en todos los sentidos, que la tecnología ayuda a mantener este ecosistema.

–¿Qué no quiere que sea este Museo de la Ciencia?

–No queremos que sea un museo infantil ni infantiloide. Queremos tratar con dignidad a la infancia, pero tiene que ser también un museo de adultos. Dar esa visión de romper barreras entre arte, ciencia y tecnología, y a mí me gustaría que en el futuro hubiera piezas de Daniel Canogar, de Eva Lootz... gente que trabaja en esa línea. Estamos colaborando con la universidad y estamos desarrollando un protocolo de actuaciones con el Imida, ellos se encargan de todo el tema agroalimentario y la agricultura nos caracteriza a esta ciudad y a esta región: el agua y la huerta.

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–El entorno del Museo de la Ciencia podría ser más amable.

–Lo ideal, el sueño es que todo esto fuera un paseo de verdad, que se renaturalizara, hacer del museo un museo verde con esas características, de emisiones cero. Esa es nuestra línea, y espero conseguirlo. El barrio del Carmen también ha hecho suyo este museo, que era un antiguo depósito de agua, con dos cubas, por una entraba y se depuraba y salía por otro lado.

En tragos cortos

  • Un sitio para tapear En la terraza de mi amiga Lina, desde la que ves todo el Valle de Ricote.

  • Una canción 'Como el agua' (Camarón de la Isla). Pero me gusta mucho el último disco de Mayte Martín, 'Tatuaje'.

  • Un libro para el verano Siempre Wisława Szymborska, el último de cartas, con su humor...

  • ¿Qué consejo daría? Vive y deja vivir.

  • Un aroma que recuerde Los primeros días que iba a la playa en la niñez, el olor del mar.

  • ¿Con quién no cenaría jamás? Iba a decir con un vegetariano, pero con alguien que no le guste comer.

  • ¿Quién dejó de caerle mal? Déjame pensarlo... porque yo le doy oportunidades a muchísima gente.

  • ¿Le gustaría ser invisible? No.

  • ¿Qué le gustaría ser de mayor? Una vieja con amor, humor y rica.

  • ¿Tiene enemigos? No, que yo sepa.

  • ¿Qué es lo que más detesta? No llegar a tiempo a las cosas.

  • Un baño ideal En el Atlántico, con el agua muy fría, en el mes de enero. Ah, me encantan Los Caños de Meca.

–¿Cómo le ha tratado la vida?

–De maravilla, me siento una auténtica privilegiada. Yo lo aprendí todo en museos en el Gaya de la mano de Manolo, y me llamaron del Ayuntamiento después para remontar el Puertas de Castilla, no estaba entonces ni el Párraga ni la Filmoteca Regional, y metimos mucha caña. Yo había visto La Casa Encendida de Madrid y el Matadero de Madrid, hice un mix, y tuve la suerte de colaborar con Jesús de la Peña y trabajamos de maravilla, era un reto. Pasaron cosas tan bonitas como que vinieran el cineasta Kiarostami y el artista Bill Viola, que acaba de morir y vino, además, con una pieza, 'Tres mujeres', que la expusimos y dio una conferencia en colaboración con la Ibn Arabi Society. Nos apoyamos en la filosofía de Ibn Arabi para impulsar la Ibn Arabi Society, que ya tenía sede en Oxford y en San Francisco, muy cerca de donde vivía Viola, y a través de una amiga sufí de la sociedad, Carol, que conocía a Bill, lo pudimos traer. Pablo Beneito fue un gran apoyo.

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–Es la cuarta de ocho hermanos.

–Sí, y me tenía que buscar la vida. Fue la generación del 'baby boom' y los de en medio teníamos que buscarnos la vida. Tengo hermanos de todo un poco. Mi padre murió el año pasado, y ahora estamos muy pendientes de mi madre. Me gustaba mucho jugar, vivir de manera intensa las cosas. Me apuntaba a todo lo que podía, y esa intensidad la he conservado. De manera consciente, además. Como decía Clint Eastwood, «no voy a dejar que el viejo malhumorado que hay dentro de mí salga». Hay un poema de la gran Dionisia García que viene a decir lo mismo.

–¿Se coge cabreos?

–Sí, además, monumentales. Y, sobre todo, con los más cercanos. Con la gente que no tengo confianza, me los guardo. Pero creo que podemos construir cosas en lo más cercano, si te fijas en lo que pasa en Ucrania, en Israel, con la justicia española, con Puigdemont... eso es una impotencia, pero prefiero pensar que contribuir en tu cercanía y construir cosas que ayuden a tu vecino, con eso ya está y has contribuido y te puedes dar por muy satisfecho. Qué suerte tenemos en el primer mundo de tener problemas de ricos.

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–¿Qué le hubiera gustado ser?

–Una nadadora, me encanta. Y me hubiera gustado desarrollar esa faceta de deportista de élite, pero soy muy vaga y también me gustaba vivir bien, salir con mis amigos y tomármelas, claro.

–¿Dónde veraneó de niña?

–En la playa de San Juan, en Alicante, teníamos un chalé allí, mis primeros recuerdos son de allí. Pasamos la preadolescencia y la adolescencia en una urbanización, La Rotonda, y fueron los mejores años. Volver a Murcia en septiembre era, por el contrario, depresivo.

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