María Verónica de Haro: «La emoción que siento en los toros no la he hallado en la ópera, el ballet o el teatro»
Profesora de Comunicación de la UMU, cree que «en Lorca convive mucha inmigración, y la mezcla es riqueza cuando implica respeto»
Alberto Alcázar
Sábado, 19 de julio 2025
Los que son alumnos de Verónica de Haro (Lorca, 1978), en la facultad de comunicación de la Universidad de Murcia, de la que es docente ... titular, saben que su profesora lleva el mundo por montera. Licenciada en Periodismo y doctora en Historia de la Comunicación Social por la Universidad Complutense de Madrid, acaba de viajar a Roma, su «ciudad vitamina», para impartir un seminario de doctorado que hace las veces de diplomacia académica, llevando a la Universidad de Murcia por toda Europa. Da igual la distancia, porque siempre guarda un hueco para visitar las plazas del Instituto Cervantes en el extranjero, al que «agradece como española y como universitaria el apoyo que brinda a los investigadores, con sus bibliotecas y sus espacios de reflexión» cuando, como ella, realizan estancias internacionales. Durmió poco mientras estudiaba en Madrid, para trabajar mucho y asistir a más corridas de toros. Esa pasión la heredó de su abuelo, al igual que el gusto por la prensa, que la llevó a dar el paseíllo por los medios de comunicación hasta que cambió el tercio por el de la docencia. Sin embargo, no se ha cortado aún la coleta y sigue dando sus puntadas con la pluma.
-Ahora mismo habla desde Roma, pero no está de vacaciones.
-Las vacaciones mías son muy particulares. Me encanta seguir estudiando y viajando para compartir luego a mis alumnos lo que voy aprendiendo. En el mes de julio, aunque baja un poco la actividad en la Universidad de Murcia, tenemos bastante tarea. Los profesores aprovechamos entonces para hacer estas movilidades Erasmus+ que, en mi caso, estoy realizando para impartir un seminario de doctorado en La Sapienza Università di Roma. Yo soy tutora Erasmus aquí hace más de diez años y viajo con cierta frecuencia, porque es una plaza a la que le gusta venir los estudiantes de Murcia y a los romanos también a nuestra ciudad.
-¿Qué busca cuando viaja?
-Soy una persona muy curiosa y trato siempre de nutrirme a través de exposiciones, de instituciones... Aunque ahora mismo he venido fundamentalmente a trabajar, fuera de la jornada laboral nadie debería perderse la exposición de Salvador Dalí 'Entre arte y mito', que es bárbara. Hay una magnífica de Dolce&Gabbana, 'Dual cuore alle mani' con la que he quedado fascinada. Otra del fotógrafo neoyorquino Elliott Erwitt en el Palazzo Bonaparte... Los profesores no nos cansamos de nutrirnos de conocimiento y todo eso creo que se trasluce en las clases. Es como un árbol que tiene como un tronco, al que le van creciendo ramas, y luego florecitas. Y Roma es mi ciudad vitamina, cien veces que viniera, cien veces que quedaría fascinada.
En tragos cortos
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Un sitio para tomar una cerveza Aquí en Roma, en el Campo de' Fiori.
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Una canción 'Un último vals', de Joaquín Sabina.
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Un libro para el verano 'Cuando estalle la paz', de Salvador de Madriaga.
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¿Qué consejo daría? Consejos vendo que para mí no tengo; aunque la ilusión siempre debe ir por bandera.
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Un aroma El azahar.
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¿Con quién no cenaría jamás? Con un fantasma.
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¿Quién dejó de caerle mal? Ahora mismo, nadie.
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¿Le gustaría ser invisible? En ocasiones sí.
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¿Qué le gustaría ser de mayor? Estudiante.
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¿Tiene enemigos? Espero que no.
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¿Qué es lo que más detesta? La necedad.
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Un baño ideal Me he bañado en mares de todo el mundo, pero diría que el ideal es el próximo, cuando regrese a Águilas.
-Aunque visite el extranjero o trabaje en Murcia, vuelve siempre a Lorca, donde vive.
-Lorca es la ciudad en la que he crecido y de la que me siento tan orgullosa. Y desde el terremoto de 2011 todavía más. Es verdad que ser lorquina marca carácter [risas]. Es una ciudad cultural de primer orden: tenemos una historia maravillosa y hemos sido siempre una tierra de acogida y de convivencia. Al salir de la facultad de La Sapienza, hay una lápida que dice «Esta facultad no tolera ninguna forma de racismo ni de fascismo». Y me sobrecogía estos días, consciente de lo que ocurría en Torre Pacheco. En Lorca hay mucha inmigración y creo que la mezcla siempre es riqueza cuando comporta respeto. Me acuerdo de Unamuno cuando decía que «El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando».
-¿Qué lugar le recuerda a los veranos de la infancia?
-Los veranos de mi infancia y hasta hace muy poco están ligados a la playa de Bahía, en Mazarrón. Mi abuelo paterno construyó una casa hace muchos años y ha sido la casa familiar en la que tengo recuerdos muy hermosos, de jugar con mis primos. Y además, no era solo de verano, yo recuerdo bañarme hasta en diciembre. Ahora me he trasladado a Águilas y esa experiencia con el mar, que me da paz, me transporta a momentos felices.
-¿Qué ha heredado de sus abuelos?
-El abuelo del que hablo en mis clases, Fernando, no tenía estudios, sino que se dedicaba a la compraventa de terrenos y de ganado. Pero en sus ratos libres le gustaba cultivarse y leía mucha prensa. Tanto, que yo tengo algunos recuerdos de mi muy tierna infancia sentada sobre sus rodillas mientras él leía el periódico. Tener ahora algunos de eso periódicos y revistas antiguas para mí es una emoción. Yo creo que las aficiones están en el ADN: el gusto por la lectura, la hípica y la tauromaquia las he heredado de él.
-¿Por qué le gusta tanto la tauromaquia?
-La verdad se encuentra hoy únicamente en la guerra y en el ruedo de una plaza de toros: la verdad y la muerte. Siempre trato de explicar la tauromaquia desde la comprensión del rito. No se puede despojar de su sentido sacrificial, que va mucho más allá de la emoción estética. La tauromaquia es una escuela de valores, de resiliencia y de respeto al animal. Es un rito. La emoción que yo encuentro en una plaza de toros no la he hallado en la ópera, el ballet o una exposición; el teatro no deja de ser una representación. La creación del arte que se produce en el ruedo es algo tan efímero e irreproductible, que solo lo alimentamos con la memoria y con la capacidad expresiva que tenemos de comentar quienes hemos presenciado una determinada faena. Yo siempre animo a la gente a que vaya, y que lo haga acompañada de alguien que sepa.
-¿A qué torero prefiere, a Morante o a Roca Rey?
-Si tengo que hacer kilómetros, reconozco que los hago por ver a José Antonio Morante de la Puebla. Y siempre intento arropar a mis toreros murcianos todo lo que puedo.
Maestros «maravillosos»
-De Lorca se fue a Madrid, a estudiar periodismo.
-Mi madre dice que de 'chiquitina' me quedaba pegada a los informativos de la tele. El afán por conocer me ha acompañado siempre, pero desde muy pequeñita me ha gustado conocer desde diferentes ángulos. Hice la carrera y tuve la suerte de estudiar con maestros maravillosos, pero se me hizo muy corta. Así que mis padres me animaron a que siguiera formándome, porque yo empecé a trabajar en Madrid con prácticas en primero de carrera en prensa, en agencia de noticias y en radio. Terminé la carrera y sentí que no tenía una especialización, por lo que decidí hacer varios máster y, paralelamente, matricularme en el doctorado de Historia de la Comunicación Social. Por casualidad tuve la posibilidad de dar clase desde el primer año y descubrí la que era mi verdadera vocación con una clase sobre el periodista Chaves Nogales. Desde ese momento, el doctorado cobró otro sentido y seguí la carrera docente, hasta que me llevó a la Universidad de Murcia, la de mi tierra, la que tanto quiero.
-¿Cómo fueron aquellos años en la capital del periodismo?
-Yo siempre digo que voy a ser estudiante toda la vida, con esa edad en la que no tienes otras preocupaciones más que aprender y disfrutar de esa inocencia tan hermosa en la que todo es nuevo. Cuando dejamos de ver la vida con ojos nuevos, comienza a ser muy rutinario. Esa experiencia de ser universitario nos debe acompañar toda la vida. Yo soy hija única y en Madrid me hice una mujercita. En mi colegio mayor de la Universidad Complutense fui la decana de actividades culturales. Teníamos una agenda maravillosa con la que venían a presentar películas los mejores directores españoles del momento, actores emergentes y consagrados; teníamos ciclos y concursos de literatura, conferencias de todo tipo... Eso me nutrió muchísimo. Y como anécdota, cuando hacía prácticas en Notimex, la agencia de noticias mexicana, teníamos horarios rotatorios y cuando acababa mi el turno de noche a las seis de la mañana, a las ocho y media empezaba en la facultad. Me dormía después una buena siesta y a seguir. Con juventud se resiste todo y siempre he dicho que dormir está sobrevalorado.
-Si pudiera vivir en otra época, ¿cual sería?
-Me gusta ser una mujer de mi tiempo y no soy una persona nostálgica. Pero me encantaría estar en el final del s. XIX, durante el romanticismo. Y sería una de esas pioneras del periodismo a las que se lo pusieron tan difícil para publicar en los periódicos con su propio nombre. Y de alguna manera, para hacer lo posible por difundir la cultura, la tolerancia y la pluralidad, que creo que son nuestra mayor riqueza. Es un siglo apasionante con la pugna del liberalismo. Aun así, estoy muy feliz de vivir en los años en los que estamos porque me ilusiona mucho el contacto con la gente joven. A mis alumnos les repito que la historia es la mejor maestra, ningún tiempo ha sido fácil, pero el ser humano intenta siempre salir adelante y creo que la sociedad avanza cuando la gente tiene el deseo de construir. Por ello, valoro muchísimo el esfuerzo que se ha hecho en Europa, por ejemplo con los programas de movilidad.
-¿Alguna cuenta pendiente?
-Un montón. Yo espero tener mucha vida por delante para poder cumplir muchos sueños, para seguir aprendiendo y compartiendo lo que sé. Hay que tener ilusión en que vamos a continuar haciendo muchas cosas.
-¿Cuál debería ser una de las máximas de la gente?
-Todos deberíamos tener clarísimo que no siempre llevamos la razón. Desconfío un poco de la gente que habla siempre desde la certeza. Como cada vez yo dudo de más cosas, pienso que algunos de los fallos de esta sociedad son, primero, que la gente es un poco egoísta y, segundo, que siempre quiere llevar la razón. Falta humildad para dar lo mejor de uno mismo en cada momento: creo que el ser humano es perezoso. También hace falta voluntad para pensar y escuchar lo que nos dice el otro, prestarle atención, tratar de comprenderlo, no oírlo sin más. Pero, claro, eso supone tiempo y vivimos en una sociedad en la que no se escucha y apenas se para a conversar.
-¿Cuál es su conversación ideal en una terraza con amigos?
-En una conversación no puede faltar nunca el «qué estás leyendo, qué película me recomiendas, dime dónde has viajado...». Las personas nos reconocemos cuando mostramos nuestras pasiones. Eso me lo han enseñado en casa: que debemos sentirnos orgullosos del lugar donde hemos nacido, de nuestros amigos y familia y de nuestras pasiones. Porque si se reniega de todo ello, renunciamos a lo que somos. Enseguida capto a las personas cuando se abren a hablar de sus pasiones.
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