Juan Antonio Balsalobre: «No me cuesta madrugar. La luz de la mañana y la del atardecer son inspiradoras»
Estío a la murciana ·
«El viaje es una actitud también, de curiosidad y de conocimiento. Te transforma. Cuando no lo tienes es algo que necesitas»El Pirineo aragonés o el Parque Natural del Alto Tajo podrían ser perfectamente dos copias del paraíso para Juan Antonio Balsalobre, amante de caminatas silenciosas ... y observador en primera línea de las transformaciones de este mundo tan inestable. El coordinador del programa de Refugiados de Cruz Roja Española en la Región de Murcia está empeñado en descubrir la España más rural; incluso acepta sugerencias.
En tragos cortos
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Un sitio para tomar una cerveza Cualquiera que tenga hueva, mojama y almendras ya me encanta.
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Una canción 'Into my arms', de Nick Cave & The Bad Seeds.
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Un libro para el verano 'Hamnet', de Maggie O'Farrell.
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¿Qué consejo daría? No soy de dar consejos.
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¿Cuál es su copa preferida? El vermú me gusta.
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¿Le gustaría ser invisible? No, al final lo bueno y lo malo hay que vivirlo.
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Un héroe o heroína de ficción Ninguno, ¡qué pobre!
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Un epitafio «Hizo la vida agradable y feliz a sus seres queridos».
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¿Qué le gustaría ser de mayor? Bárbaro. Me gusta un poema de Kavafis, 'Esperando a los bárbaros'. Esto puede servir para abrir horizontes de pensamiento. ¿Quiénes son: ellos o nosotros?
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¿Tiene enemigos? Alguno que otro, y creo que me necesitan.
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¿Qué es lo que más detesta? El egoísmo, porque es tan inútil.
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Un baño ideal Sigo esperando a que mejore el Mar Menor, es un lugar sentimental. Y en alguna playa del Pacífico nicaragüense.
-¿Qué lugar no querría olvidar?
-Fuimos a un sitio que se llama Escalera, como a una media hora de Molina de Aragón, y es un sitio absolutamente precioso: las sabinas, prados de lavanda, corzos en los campos de cereales... El Parque Natural del Alto Tajo es una serranía entre Cuenca y Guadalajara a la que no va casi nadie, pero con unos lugares espectaculares de baño. ¡Volví más cansado de que lo que me fui!
-¿Conoce Matarraña, conocida como la 'Toscana aragonesa'?
-Sí, claro. Es una comarca entre Teruel y Tarragona, al interior de Tortosa, en el llamado Bajo Aragón histórico, una comarca impresionante, de bosque mediterráneo, con pueblos como Valderrobres y Calaceite. Otro de esos sitios de esa España desconocida.
-¿Qué piensa cuando ve tantos lugares despoblados y vaciados?
-Que, desgraciadamente, hace falta mucha inversión para que la gente pueda asentarse en estos pueblos y puedan ser revitalizados. Hay mucha gente con iniciativas pequeñas interesantes y por ahí las vas descubriendo. Hace falta que haya infraestructuras y servicios, y hoy sin una buena red de internet no se puede prosperar.
-¿Qué le sorprendió saber?
-Por ejemplo, que, estando yo metido en el mundo de las migraciones forzosas, en un pueblo de esa España de interior, en Huertapelayo (Guadalajara), nos contaron que en 1922 cien hombres de ahí emigraron a Estados Unidos. Incluso hace unos años, en una Nochebuena, uno del pueblo consiguió reunir en su casa en Nueva York a un montón de descendientes. A veces no hay que ir tan lejos para toparse con historias interesantes.
-Mudar de mundo, ver otras realidades, estar abierto a escuchar otros acentos... es el viaje...
-Absolutamente. Al final el viaje es una actitud también, de curiosidad, conocimiento. El viaje te transforma. Y es verdad que cuando no lo tienes lo necesitas; necesitas encontrarte con otra realidad, aunque sea cercana. Yo siempre he pensado alguna vez en bajar a la calle y visitar mi ciudad como si fuese un extranjero.
-Basta simplemente con cambiar el camino de vuelta...
-Cuando yo vivía en Bolivia me resultaba radical que hubiera gente de determinados barrios que no conocía el centro de la ciudad. Como si fuera un lugar solo de las élites culturales y políticas del país. Incluso la gente que yo conocí en La Paz, para ellos era yo mucho más cercano que cualquier indígena que viviera en el entorno.
«He pensado alguna vez en bajar a la calle y visitar mi ciudad como si fuese un extranjero»
De Kosovo a Bolivia
-¿En qué lugares ha vivido?
-Venezuela, Nicaragua, Edimburgo, Kosovo, Albania... Estuve mucho tiempo trabajando con Médicos del Mundo, a donde llegué de forma más o menos accidentada, porque primero empecé trabajando entre Kosovo y Albania durante un tiempo. Era como la España de la posdictadura. Y luego me ofrecieron trabajar en Bolivia, donde estuve tres años; Ecuador, Cuba e Islas Canarias. Yo estuve matriculado en Económicas un año y medio, aunque luego hice Sociología en la UNED, y me metí en todo lo que había de cooperación internacional y derechos humanos. Había una red de organizaciones no gubernamentales universitarias y teníamos nuestros encuentros. A mi pareja anterior, Mónica, abogada, le ofrecieron unas prácticas en Unicef en Venezuela, y me fui también a trabajar con una oenegé venezolana y con Unicef. Llegué en 1999, justo el año de la toma de posesión, y vi el baño de masas de Chávez.
-¿Cómo recuerda ese momento en que Hugo Chávez asumió el poder?
-Fue como una catarsis colectiva. Llegó al poder en un momento en que Venezuela vivía de las rentas del petróleo, había una clase media que incluso viajaba a Estados Unidos y Europa, pero había un sistema muy deteriorado por la corrupción. Aquellas rentas del petróleo no siempre llegaron a todos por igual, era un sistema desigual y hubo muchas crisis institucionales. La gente que yo conocí estaba fascinada por su energía. Hasta decían que daba miedo estar a su lado por si te hacía hablar. Un profesor de Historia de la UMU, Alejandro García, llegó a entrevistarle.
«He trabajado en algo apasionante, y he conocido personas, lugares y culturas impresionantes. Te das cuenta de que hay mucho más allá de tu barrio, de tu ciudad, de tu país»
-¿Para qué le sirvieron esas experiencias internacionales?
-Yo siempre digo que soy un privilegiado. He trabajado en algo apasionante, y he conocido personas, lugares y culturas impresionantes. Te das cuenta de que hay mucho más allá de tu barrio, de tu ciudad, de tu país. Ves las transformaciones que se suceden, que hay otros valores, otras maneras de vivir, y, sobre todo, ves que el mundo está lleno de desigualdades. Hay pobreza material, sí, pero hay una riqueza cultural, una identidad, muy fuertes. Un orgullo. Tenemos en un altar la idea del progreso y del mundo material, pero haber estado en contacto con comunidades indígenas te hace darte cuenta de que hay necesidades básicas no cubiertas, pero hay un patrimonio cultural que no se idealiza y que forma parte de sus historias. Y claro que hay muchas emergencias producto de la extrema desigualdad, es cierto.
-Estar al frente del programa de Refugiados de Cruz Roja en la Región de Murcia es algo comparable a vivir en una frontera.
-Sí, porque no dejas de recibir a gente de tantísimos sitios. He llegado a tener sesenta nacionalidades en el programa. Ahora con la guerra de Ucrania tenemos un 50% de ucranianos, pero ha habido momentos con una variedad mayor. De tener unas cifras relativamente irrelevantes en 2013 o 2014, España ha pasado a situarse entre los cinco primeros países receptores de solicitantes de protección internacional. Incluso ha llegado a estar en el segundo puesto de Europa por detrás de Alemania. Colombia sigue siendo un país que exporta mucha gente desplazada por la violencia, que viene en situaciones muy difíciles. Es una situación muy pareja a Venezuela. Nos encontramos con una política migratoria de Estados Unidos mucho más severa y todos esos flujos al final buscan una salida. Durante mucho tiempo hemos recibido a hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses... viene gente muy tocada por la persecución de las maras. De alguna manera, te sientes como en la frontera, sí.
«Este modo de vida tiene unos límites y parece que no nos damos cuenta. Es depredador por completo. Y es muy difícil escapar»
Esclavos de hoy
-¿Qué historias le llegan más?
-Hay historias muy difíciles y complicadas, y también muchas de superación. Hay compañeros que están en primera línea, como abogadas, psicólogas, trabajadoras sociales, técnicos y educadores, y hay un aprendizaje y tratamos de cuidarnos, porque al final estás expuesto a situaciones muy comprometidas, y si no te distancias un poco te pueden tocar mucho. Hay tránsitos muy complicados, sobre todo desde el mundo subsahariano, gente muy joven de Malí y de Burkina Faso, donde hay una actividad terrorista importante. Hay fronteras muy militarizadas. Algunos que han sido esclavos. Hay historias de personas LGTBI también que resultan muy trágicas.
-¿Cómo vivió los primeros días de la invasión de Ucrania con el éxodo televisado de gente que hasta hace nada hacía vida normal?
-Lo llevé muy mal. Me recordó mucho a la guerra de los Balcanes, y, sobre todo, sabes cómo empieza una guerra pero no cómo acaba. ¿Para qué sirve tanta violencia extrema? Es complicado situarse con las miles de historias de dolor y sufrimiento que genera una guerra, al final sientes como un fracaso de la humanidad a estas alturas, y con todo este juego de geoestrategias. Ucrania está ahí, pero ha estado Siria, Afganistán, Yemen... muchas crisis pendientes de resolverse.
-¿A qué país le gustaría moverse tal y como está el panorama?
-Me siento muy vinculado a América Latina, y alguna experiencia lusófona en África estaría bien. Hay muchos compañeros que estuvieron en Mozambique, donde se ha complicado mucho la cosa en la provincia de Cabo Delgado por la actividad terrorista. Ha cambiado mucho la cooperación respecto al momento en que yo tuve la oportunidad de dedicarme a ella. Se ha ido descapitalizando la cooperación que había en el ámbito local, autonómico y estatal, y es complicado mantenerla con los mismos déficits presupuestarios.
-¿Está disfrutando de la experiencia de la paternidad?
-Sí, Mariángeles, mi pareja, es una persona que tiene muchos gustos y muchas experiencias similares a mí, y nuestro hijo, Miguel, es un niño muy estimulado. A veces me da miedo que sea un niño con un padre de casi 50, que los cumplo este agosto, porque lo tuve con 38, y podría hasta parecer viejuno. Pero creo que es una experiencia bonita, es una relación espontánea, no intelectualizada. Miguel está muy aficionado a la lectura, y tiene otros gustos a los de otros compañeros suyos, pero es importante que sepa relacionarse con todos y estar en el mundo real. Intentamos no protegerlo demasiado.
-¿Qué importancia le da a estar en contacto con la naturaleza?
-Tengo bastante suspendido el deporte, salvo cuando nos vamos de vacaciones. Si tengo la suerte de ir a la playa, sí que voy a caminar temprano. No me cuesta madrugar. Me gusta bastante la luz de la mañana y la del atardecer, que son inspiradoras y motivadoras. Yo hago un senderismo muy contemplativo. No es un senderismo social, prácticamente no salgo con nadie. Porque procuro ir por donde menos gente va. No quiero que eso me hipoteque los planes con la familia, y suelo salir a caminar cerca pero en la naturaleza, es un momento de evasión. Porque vas fijándote y aprendiendo cosas que desconocías. En el fondo me siento muy paisajista, más que deportista. Cuando volví de Los Andes me operé porque tenía una lesión en la rodilla. En La Paz vivía a 3.600 metros de altura y tenía la oficina a 3.800 metros, y prácticamente aquello era ya hacer alpinismo.
-¿Qué le produce placer?
-Conducir con música por carreteras comarcales.
-¿Cuál fue su último concierto?
-De René Pérez, 'Residente'.
-¿Cómo ve el futuro inmediato?
-Hay una situación de crisis ecológica, de transición energética, desigualdades, de posicionamientos geoestratégicos, no soy especialmente optimista. Aún así, encuentro cada mañana momentos para seguir motivado. Este modo de vida tiene unos límites y parece que no nos damos cuenta. Es depredador por completo. Y es muy difícil escapar.
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