José Luján, en la playa alicantina de 'La Higuerica', por la que suele correr en verano. Enrique martínez bueso

«Soy muy Hamlet, le doy mil vueltas a todo»

Estío a la murciana ·

José Luján, rector de la Universidad de Murcia

Lunes, 16 de julio 2018, 10:58

Su padre lo llamó desde siempre 'mi Hamlet'. Su padre sabía muy bien lo que decía. José Luján (El Palmar, Murcia, 1964), nuevo rector de la Universidad de Murcia (UMU), adora al personaje inmortal creado por Raymond Chandler: el detective Philip Marlowe. Pero de él jamás podría decir Crystal Kingsley, una de las protagonistas de 'La dama del lago': «No me gustan sus modales, señor Marlowe». Luján es extremadamente educado. Un tipo que inspira confianza. Incluso te adentrarías con él en 'El bosque de la noche' de Djuna Barnes. Tirado no te iba a dejar.

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¿Usted con qué se conforma?

–Me vale con no decepcionarme a mí mismo.

¿Qué procura?

–Ser yo. Ser normal y punto. Soy el que soy, no invento, ni finjo, y a veces sé que hablo más con el estómago que con la cabeza.

«No se me va a pasar jamás el dolor que me produjo que me acusasen de machista»

Durante la campaña electoral al rectorado de la UMU le acusaron de machista. Fue un golpe bajo. ¿Se le pasó ya el cabreo?

–No, no se me ha pasado, ni se me va a pasar jamás. Y no se me va a pasar jamás porque una de las cosas que más detesto en la vida son las actitudes machistas; me precio de tener una relación con mi pareja que se basa en la igualdad, he criado a mis tres hijos y a mi hija en el valor de la igualdad, es algo en lo que creo y que defiendo... Que te acusen de algo que no soportas, que detestas tanto, es... Disculpé a las personas que lo hicieron al minuto siguiente de enterarme; no quiero rencores en mi vida, pero no se me va a pasar jamás el dolor que me produjo.

¿Al minuto siguiente?

–Bueno. Me gusta mucho el deporte, ¡sobre todo el fútbol!, y sé que cuando estás en el campo y el ritmo cardíaco va a doscientos por hora, pueden pasar mil cosas. Que la gente lo dijera en el contexto de la campaña, lo entiendo, lo acoto, ¡y ya!

¿En qué se reafirmó?

–No todo vale, de ninguna manera. Por encima de todo, somos personas, tenemos una educación y unos valores, y nos debemos respeto mutuo. En estos tiempos modernos, de la posverdad y de las redes sociales, hay demasiado ruido y demasiada furia. Estamos perdiendo el respeto que nos debemos como personas, y eso es algo que me preocupa mucho, también como educador. No vale todo en campaña electoral, no. Yo no he sobrepasado ninguna línea roja que tenga que ver con el respeto que me debo a mí mismo. Lo tengo clarísimo.

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¿Jamás cae en el insulto?

–No, no, no.

¿Ni en la burla a los adversarios?

–No, no, no. Jamás, tampoco. ¿Cómo no voy a respetar yo a los otros cuatro candidatos a rector que querían lo mismo que yo, servir a esta universidad? Le pongo un símil tontísimo: ¿cómo no iba a respetar en mi adolescencia al tipo al que le gustaba la misma chica que a mí? ¡Coño, eso quiere decir que es listo! Y mi rival fue uno de mis mejores amigos. Caer en la burla, jamás. Esa pauta de comportamiento tan dañina no debería tener lugar en nuestra sociedad, y menos en las instituciones universitarias, donde está la reserva del saber y se genera conocimiento.

Dice el murciano Isidoro Valcárcel Medina, Premio Velázquez 2015: «Estamos mejor que nunca, aunque somos seguramente más idiotas que nunca». ¿Lo somos?

–Es posible, sí, es posible. Aprovecho para decirle que la receta mágica para todo, también para intentar combatir la idiotez, es la educación. Sin la educación, no cabe duda, no progresamos.

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«A mi mujer le debo la fuerza, el empuje y la osadía. Yo no soy osado, ella sí lo es»

¿Es usted soso, rector?

–¿Soso? [Amplia sonrisa] Siempre he sido excesivamente serio y responsable, pero también enormemente apasionado y un tipo que se implica a fondo. No soy el chistoso del grupo, pero tampoco soy un triste. A mi favor tengo que me relaciono con facilidad con todo el mundo.

¿Qué no dejará de hacer?

–Pelear hasta el final. Puedo morir en el intento, pero le aseguro que no voy a dejar de intentarlo hasta que me quede algo de fuerzas.

¿Qué recuerda?

–Que, desde siempre, mi padre me decía 'mi Hamlet'. Y con razón, porque soy muy Hamlet, le doy muchas vueltas a todo. Digo lo mismo que Ortega: «Vivir es desvivirse». Eso lo aprendí desde muy pronto, y a lo mejor eso de parecer soso que usted me comentaba viene de ahí. Lo que no soy es un agonías.

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¿Disfruta de la vida?

–Muchísimo. Cuando termino de correr, por ejemplo, hay un gesto de Modric que a mí también me gusta hacer...

...¡disculpe!, ¿quién es Modric?

–¡Espero que el próximo Balón de Oro! Centrocampista del Real Madrid y de [la selección de] Croacia. Es un gesto de satisfacción después de un gran esfuerzo. Me fundo cuando corro, pero termino feliz. Soy capaz de alegrarme y de emocionarme con un montón de cosas. Por suerte, tengo una capacidad alta para disfrutar de la vida: da igual que sea leyendo un libro que descubriendo nuevas canciones, algo que me encanta. Mire, fui yo el que les descubrió a mis hijos a Mumford & Sons. Y ahora con 53 años, de repente, he descubierto el fútbol americano y me he vuelto loco.

¿De qué tiene la gran suerte?

–De tener una gran familia y de poder disfrutarla. Vivo muy cerca de mis padres, de mis suegros, de mis cuñadas... Nos cuidamos entre todos.

¿Lo mejor que le ha pasado?

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–No puedo imaginarme mi vida sin mi mujer [la oftalmóloga María Dolores Romero, a la que él llama Dolo].

¿Qué le debe a ella?

–Los últimos 26 años de mi vida, más un noviazgo previo, y también le debo la fuerza, el empuje y la osadía. Yo no soy osado, ella sí lo es. En los momentos en los que ha habido que tomar decisiones difíciles, el empuje lo ha puesto ella. Cree mucho más en mí que yo mismo. Yo creo poco en mí, pero he tenido la suerte de que a lo largo de mi vida ha habido personas que sí lo han hecho. La que más, mi mujer. Y quiero creer [amplia sonrisa] que también el hecho de que ella haya estado conmigo ha sido beneficioso para su desarrollo en la vida.

Doce tragos

  • ¿Un sitio para tomar una cerveza? –Donde estén los amigos.

  • ¿Una canción? –'Save It For a Rainy Day', de The Jayhawks.

  • Un libro para el verano. –'El sueño eterno', de Raymond Chandler.

  • ¿Qué consejo daría? –¿Yo? ¡Ninguno!

  • ¿Cuál es su copa preferida? –Gin tónic.

  • ¿Le gustaría ser invisible? –A veces, sí.

  • ¿Un héroe o heroína de ficción? –Teseo.

  • Un epitafio. –Ninguno.

  • ¿Qué le gustaría ser de mayor? Profesor de universidad.

  • ¿Tiene enemigos? –Espero que no.

  • ¿Lo que más detesta? –La hipocresía.

  • ¿Un baño ideal? -En 'La torre derribada', en San Pedro del Pinatar.

¿Qué no ha sido usted?

–Un Don Juan. Que no lo iba a ser nunca también lo tuve muy claro. Yo le decía a Dolo: «De no haber sido tú mi compañera, hubiera sido cura».

Vaya.

–Sí. Yo de pequeño quise ser astronauta, futbolista y cura. Siempre me preocupa, cuando tomo decisiones, acertar para no hacer daño. Llevo fatal la posibilidad de hacerle daño a alguien sin querer. Tengo buena fe, pero no la certeza de que en el camino no haga daño sin pretenderlo. Llevo muy mal que la gente no esté bien, creo que tengo el llamado 'complejo de la mochila': me llevo conmigo tu mal. Eso a mí me va lastrando, pero no consigo evitarlo. Está claro que me gustaría vivir en los mundos de Yupi, algo que lamentablemente no es posible.

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Díscolo

Políticamente, ¿dónde se ubica?

–¿Cómo se lo explico? Yo hubiese estado muy a gusto en una UCD [la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez]. Jamás he militado en ningún partido; no quiero asumir, de la A a la Z, no ya un ideario, sino una determinada política que en ese momento lleve el partido. Soy díscolo, prefiero pensar por mí mismo. Lo que creo que he conseguido con mi equipo es contar con personas que tienen cercanía con todas las sensibilidades que pueda haber en la comunidad universitaria.

¿Socio de algún club?

–Mi único carné es el de abonado del Real Murcia.

Pues nada, ánimo.

–[Risas] Falta nos hace, ya. Fui socio del Murcia desde que tenía 9 años hasta que se fue Manolo al Atlético de Madrid. A mi novia le fastidiaba que los domingos fuese al fútbol, y llegó un momento en el que me dio a elegir: o el fútbol o sales conmigo. Y no he vuelto a ir hasta que he tenido la suerte de que uno de mis hijos, Felipe, sea hiperfutbolero.

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¿Suerte, dice usted?

–¡Sí, hombre! Gracias a que me pedía que lo llevase al fútbol, he vuelto a ser abonado. Y lo que mi mujer a mí no me consiente, a mi hijo sí. Y estoy encantado. Felipe me dice: «¡Papá, da igual, aunque esté en tercera tenemos que ir y animar!».

¿Madridista?

–Por supuesto. Madridista y 'raulista'. El mejor jugador de fútbol que ha habido en España se llama Raúl González Blanco. Me puse enormemente triste cuando se fue y estuve un año sin ver jugar al Madrid.

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¿Qué ha sido un acierto?

–Vivimos en El Palmar, donde reside muchísima población inmigrante. Mis hijos han ido siempre a colegios e institutos públicos, han convivido siempre con ellos y creo que eso ha sido muy beneficioso. Me gusta relacionarme con todo tipo de personas, respeto sin problemas el modo de vida de cada cual. El único límite está en que no acepto imposiciones. Si tú me quieres imponer algo, tendré que negarme; si me quieres agredir, me tendré que defender.

¿Creyente?

–Sí.

¿Católico practicante?

–Católico sí, pero practico poco. Es un problema que tengo que resolver.

Dice Harry Lame en 'El tercer hombre' (1949): «En el mundo ya no quedan héroes». ¿Es así?

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–¡Es de mis películas preferidas, la he visto un montón de veces! Pero no estoy de acuerdo. Claro que hay muchos héroes y heroínas. Dice Mafalda que cuesta mucho cada mañana bajarse al mundo. Vivir es difícil, y más si lo que intentas es hacer el bien. Hay mucha gente que lo intenta, y eso es muy esperanzador. Lo que creo que no quedan ya, se lo reconozco, son muchos grandes referentes en los que mirarse. De grandes referentes andamos un poco huérfanos.

¿Qué se ha prohibido?

–Me he prohibido leer el 'Libro del desasosiego', de Pessoa, que tengo encima de la mesilla de noche. Sería lo último que me faltaba ya después de pasarme doce horas trabajando en el Rectorado. Yo me desasosiego cuando me impaciento, y soy muy impaciente. Es uno de mis puntos débiles.

¿Y cuál es su punto fuerte?

–Me sale de manera natural ser empático, me pongo con facilidad en el lugar del otro, sí. No me creo jamás en posesión de la verdad absoluta, soy consciente de que mi verdad viene dada por el mundo que ven mis ojos, y [Arthur] Schopenhauer acierta cuando dice que «el mundo es mi representación del mundo».

¿Qué se ha propuesto para este verano?

–Un verano más, dejarme barba. Es un descanso.

¿En qué ciudad no le importaría vivir?

–En Londres.

¿Qué recuerdo de sus veranos de infancia le viene ahora?

–La mayoría de mis veranos de infancia transcurrían sin playa. Mi familia era muy humilde, y lo que hacíamos, a veces, era irnos a pasar el día a Los Alcázares. Pero hubo dos veranos en los que la economía familiar mejoró un poco y pudimos irnos a pasar más tiempo. Uno de esos veranos, Roberto Carlos actuó en un recinto situado cerca de la casa en la que estábamos. Cuando le escuché cantar «el gato que está triste y azul...», me emocionó de una manera que me impresionó. No me he olvidado de aquella sensación y, de vez en cuando, yo solo, me escapo algún día de verano a Los Alcázares para intentar reencontrarme con ese niño que se quedó embobado escuchando esa canción.

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¿Su pecado capital?

–La gula. Como por los ojos, pero no soy un tragaldabas.

¿Un placer accesible?

–Un buen gin tónic. El domingo pasado, después de correr, llegué a casa, me duché y, ya más relajado, me preparé uno. Ni siquiera le puse corteza de limón. Solo una buena ginebra, no mucha, tónica, hielo bien compacto y ¡punto pelota! El hielo es la clave. Siempre me ha encantado. Lo que me revienta el alma es la moda esta de ponerle pepino y 'pijerías' así.

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