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Beto Bianchi se prepara para hacer un churrasco en la terraza de su casa en Luanda. LV
«Aquí soy como una estrella, pero estoy solo»

«Aquí soy como una estrella, pero estoy solo»

Beto Bianchi. Seleccionador de Angola

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Domingo, 13 de agosto 2017, 08:41

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Ha nacido en Brasil, pero ha echado raíces en Bullas, para luego entrenar en Indonesia, Murcia, Bélgica, Jordania y ahora Angola, donde, sin él esperarlo, le han llovido las mieles de la fama. «Es imposible que salga de incógnito a un restaurante», dice. El otro día lo vio un aficionado solo en una mesa y se sentó con él a cenar y a hablarle de fútbol, así, tan campante, ante un estupefacto Beto Bianchi (Brasil, 1966). Casado con una murciana y padre de dos hijos, Beto entrena al Petro de Luanda y a la selección de Angola. Vive en un barrio residencial, Talatona, con vigilancia privada, ya ha perdido el miedo a conducir en un país donde se hace sin muchas normas ni melindres, y se ha resignado a ser un entrenador tan habituado a usar el pasaporte como la pizarra. «Aquí soy como una estrella, pero estoy solo», dice entre apesadumbrado y sentencioso.

-¿Dónde vive mejor?

-Aquí estoy muy bien. Entreno en un gran club, el Petro de Luanda es algo así como el Madrid allí, es el equipo con más seguidores, y soy el seleccionador. A nivel profesional me están dando las oportunidades que no me dieron allí. Además, la naturaleza es increíble, con animales salvajes y zonas vírgenes. Vas por las playas y, como no hay turismo, caminas por la arena casi solo.

«Aquí los jugadores creen en los brujos; yo, nada más llegar, los tuve que sacar del campo de entrenamiento»

-Pero...

-Pues aquí soy como una estrella o algo así, pero la verdad es que estoy solo. Eso es algo con lo que tengo que convivir, y es evidente que hay cosas mucho mejores en España. Aquí la gente se comporta sin comedimiento a la hora de encarar la vida.

-¿Puede poner un ejemplo?

-Pues una noche, sin ir más lejos, estaba cenando solo en un restaurante. Aquí soy muy conocido. Un aficionado me vio y, sin pensarlo dos veces, se sentó a mi mesa a cenar conmigo. Fue incómodo. Te quedas bloqueado. Eso en España sería impensable.

-¿Qué otras cosas prefiere de España?

-La comida, por ejemplo. Aquí no como verduras.

-¿Y eso?

-Hay que tener cuidado con la verdura cruda, porque puedes contraer la fiebre tifoidea. No suelen limpiarla mucho, además. Por eso aquí no como nunca verdura. Arroz, carne y alubias sí, pero la verdura cruda casi no la pruebo.

-Ha estado entrenando en medio mundo, ¿dónde comió peor?

-Pues en Indonesia lo pasé mal. Le echan tanto picante a todo que es inevitable ponerte malo. Es tan habitual que le han puesto un nombre incluso, el síndrome del extranjero. Yo lo sufrí y pasé quince días horribles. Llegué a perder diez kilos. Luego, el cuerpo se te va acostumbrando. Además, los jugadores comían fatal y sin ningún orden. Lo hacían cuando tenían hambre, si eso sucedía una hora antes del partido, pues comían igual.

  • 1 -¿Un sitio para tomar una cerveza? -En Murcia.

  • 2 -¿Un concierto inolvidable? -Tina Turner, en Brasil.

  • 3 -Un libro para el verano -'Jugar con el corazón', de Xesco Espar.

  • 4 -¿Qué consejo daría? -Lucha por tus sueños.

  • 5 -¿Cuál es su copa preferida? -Vino tinto, de Bullas.

  • 6 -¿Le gustaría ser invisible? -No, bien visible.

  • 7 -¿Un héroe o heroína de ficción? -Supermán.

  • 8 -Un epitafio -Que mis hijos digan que soy su héroe.

  • 9 -¿Qué le gustaría ser de mayor? -Entrenador.

  • 10 -¿Tiene enemigos? -Varios en el fútbol.

  • 11 -¿Lo que más detesta? -Ser deshonesto.

  • 12 -¿Un baño ideal? -En la isla Mauricio.

-Llegó hace año y medio a Luanda, la capital de Angola, a entrenar al At. Petróleos, al que todos llaman Petro. ¿Recuerda aquel primer día, nada más bajar del avión, las primeras sensaciones?

-Sí, claro. Lo primero que me llamó la atención fue el calor. Llegué en diciembre y pensaba que estaría fresquito. Llevaba hasta mi buen abrigo en la mano, y cuando se abrió la puerta del avión y me golpeó una vaharada de calor que casi echaba de espaldas, sentí que me faltaba el aire. Y ya en la calle me impresionó mucho el tráfico. Era de locos.

-¿Ya conduce?

-Sí. Al principio me pusieron un chófer, pero me gusta conducir y me animé a partir del cuarto día. Me sentía más libre sin alguien esperándome todo el día. El problema es que no hay normas en las carreteras ni disciplina alguna. Además, me llamó la atención que para multarte no bastase con pillarte la matrícula. Aquí los policías están obligados a detener el coche, si no, no pueden poner multa, con lo cual muchos le pisan y se libran.

-¿Le pararon alguna vez?

-Sí, pero ven que soy el seleccionador y dicen: «Ah, todo en orden». [ríe]. Los policías me piden camisetas y, al principio, llevaba unas cuantas en el asiento de atrás.

-¿Ya no lleva?

-No, me estaba saliendo demasiado caro [ríe].

-¿Tan famoso es allí?

-El Petro es el club más grande del país. Está sustentado por Sonangol, una empresa dedicada al petróleo. Aquí todos me conocen, lo cual tiene cosas buenas y malas. Otra buena es que en el aeropuerto no suelo pasar inspección, aunque no tienes libertad para salir por ahí en plan tranquilo. Eso sí, en mi restaurante preferido ya tengo acordado con los camareros que me procuren esa calma. Mis amigos me dicen en broma: 'Oye, después del presidente de la República, tú eres el más conocido en el país'.

-¿Le da rabia no haber alcanzado aquí esa popularidad?

-Es una espina clavada. Llevo 25 años en España y ya la considero mi país, pero no me han dado la oportunidad que esperaba. Aquí me conocen todos y es un orgullo, pero por otro lado es triste para mí no haber tenido la ocasión en España, donde hay entrenadores en buenas categorías que no soportan seguro ni la mitad de presión que yo aquí, con el Petro y la selección.

-¿Qué ha aprendido?

-A tener mucha cintura. Existe un cierto racismo por parte de algunos entrenadores locales hacia un extranjero como yo. Son gente que no entiende qué hace alguien de fuera entrenando a la selección de su país, lo cual me ha generado algunas dificultades y me obliga a intentar mantener la calma y a relativizar ciertas cosas. De otro modo, sería complicado sobrellevar la presión.

-¿Cómo es el barrio donde vive?

-Talatona es un barrio cerrado con muchos extranjeros, casi todos trabajadores cualificados que trabajan en empresas de informática o de petróleos.

-¿Habla mucho con su familia?

-Sí, claro, todos los días, pero no es suficiente. Extraño mucho a mi esposa, Adela, y a mis hijos, Vera y Lucas, de 17 y 12 años. Menos mal que este verano van a venir aquí unos días.

«No puedes ir al súper o al banco con prisas, porque sabes a qué hora llegas, pero no a la que sales»

-¿Qué le ha enseñado la distancia?

-A tomar conciencia de lo importante que es para uno su gente. Cuando estás con ellos, día a día, siempre hay roces tontos por nada. La distancia te hace pensar qué absurdas son esas fricciones. Ahora, cada reencuentro es el no va más, con los sentimientos a flor de piel. Lo malo es el día de separarte otra vez de ellos. Despedirse es algo así como morirse, porque tienes la sensación de que quizá ya no los vas a ver más.

-¿Alguna vez pensó en llevar allí a su familia?

-No, no se adaptaría. No es fácil, salvo que seas un todoterreno como yo, pero no creo que ellos estén preparados.

-¿Tan diferente es?

-Sí, mucho en muchas cosas.

-¿Cómo son las carreteras?

-Pues en Luanda están bien, pero al salir todo cambia. Este es un país con poca población y está toda concentrada en la capital. Claro, fuera de ella es otro mundo. De repente, entras en carreteras interminables, rodeadas de selva, donde como rompas, vas arreglado. Aquí, eso de la grúa que viene a buscarte...

-Pero, ¿viajan en autobús?

-Normalmente no. Tenemos la suerte de hacerlo en avión. Nosotros tenemos un avión del patrocinador, si no, sería una locura estar metido en según qué carreteras.

-¿Qué es lo que más le sorprendió al llegar?

-Los brujos. Al llegar al club me hablaron de que había algo a lo que quizá yo no iba a estar habituado. Eran los brujos, gente que va al campo, tanto en los entrenamientos como en los partidos, a echar suertes, arreglar maleficios y cosas de ese tipo. Hacen su ritual y el problema es que los propios jugadores se lo creen. Si después del ritual el jugador, por ejemplo, marca un gol, cosa que puede suceder, ellos aparecen y le dicen: '¿Ves? Es gracias a lo que hicimos'. Y claro, eso no es gratis. Yo, nada más llegar, los tuve que sacar del campo de entrenamiento. Fue una gran lucha, pero a día de hoy no hay. Eso sí, se les ve en los partidos, van con huesos de animales, hacen fuegos... A mí me ha llegado a pasar de ir a entrar por la puerta del estadio y tener que cambiar de entrada porque no sé quién había dicho que si se hacía se enfadaba no sé qué espíritu. Es otra cultura.

-¿En otros países no vivió nada parecido?

-A ese nivel no. En Sumatra, por ejemplo, son muy religiosos. Me chocó ver a los jugadores rezando a cada momento. Lo hacían cuando dejábamos el hotel, al montarnos en el autobús, al entrar al campo, ya en el vestuario... Al final les dije: 'Mirad, podéis rezar lo que queráis, pero como no os dé por correr no ganamos un partido'.

[Beto Bianchi ha entrenado al At. Ciudad, Ciudad de Murcia, Zamora y Lorca, en España; en Indonesia entrenó al Batavia, en Primera, y al Pro Duta, que subió a Primera; además, preparó en Bélgica al Montegnée y al Shabab Al Ordon, en Amán. Sus mayores éxitos los está consiguiendo ahora, en Angola, en un equipo, el Petro, donde entrena también a la selección].

-¿Cómo es su relación con los jugadores, igual o distinta a la que ha mantenido en otros países?

-Es diferente. Eres extranjero aquí y a veces hay que ser duro. Es una cuestión de supervivencia, hay que ser duro para que te respeten. En otros países, como en España, no hizo falta que sacara ese lado más fuerte de mi carácter, pero aquí el jugador tiene otra personalidad, son algo más adormecidos, más tranquilos, y a veces necesitas que reaccionen de otro modo. Es necesario ser más directo.

-¿Son demasiado tranquilos en Angola?

-Uff, a veces te puedes llegar a desesperar. Aquí tienen otra filosofía de vida, se toman las cosas de otro modo. Por ejemplo, no puedes ir al súper o al banco con prisas, porque sabes a qué hora entras, pero no a qué hora puedes salir. Muchas veces estás en la cola y ves a la cajera bla, bla, bla con una amiga y claro, te puedes subir por las paredes, sobre todo gente que venimos de otros sitios como Europa, donde estamos acostumbrados a que todo es ya y ahora.

-¿Y no es mejor tomarse las cosas con tranquilidad?

-Sí, pero tanta, tanta...

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